Rafael
Uzcátegui
En un
reciente artículo de opinión, a propósito del cobro de un impuesto en el
Aeropuerto Internacional de Maiquetía por el uso del “ozono” en las
instalaciones, el profesor Luis Fuenmayor Toro calificó la acción como
“privatización del aire en el aeropuerto”. El razonamiento no deja de tener
fundamento. A nuestro juicio, formaría parte de una tendencia general promovida
por los gobiernos bolivarianos en ejercicio: El progresivo desprecio por lo
público y la promoción, por diferentes vías, de lo privado. Paradójico, por
decir lo menos, al provenir de un gobierno que se califica a sí mismo como
“socialista”. Esta privatización, no obstante, se realiza por mecanismos
abiertos o camuflados, incluso una mezcla de ambos. El deterioro estructural de
la sanidad pública y el estancamiento de las misiones destinadas al sector
salud desentona con la contratación de seguros privados por parte de las propias
instituciones gubernamentales, lo cual privilegia el uso de clínicas privadas
por parte de sus trabajadores. Quienes no contamos con este beneficio, ante la
falta de respuesta de las instituciones estatales sanitarias, nos vemos
obligados a acudir a las clínicas particulares. Privatización por la vía de los
hechos. Mala señal emitió Hugo Chávez al tratar su dolencia en hospitales
extranjeros, un privilegio que la mayoría de los venezolanos no podemos pagar.
Una segunda
privatización de facto tiene que ver con el transporte público. El estado de
las unidades y los terminales de rutas suburbanas e interurbanas revela por si
sólo las consideraciones sobre lo que debería ser la calidad del servicio,
privilegiando como única política mantener el bajo precio de los pasajes. El
país con el más reducido precio por la gasolina tiene como contraparte el peor
servicio de transporte masivo. La presión para solucionar la necesidad de
movilización por mecanismos individuales, el taxi o el auto personal, es alta.
Por otra parte la popularización de los centros comerciales entre nosotros es
reflejo del retroceso del espacio público y, hay que decirlo, su monopolización
por intereses privados, incluyendo los de la delincuencia. En este sentido, las
diferentes denuncias sobre el uso de funcionarios policiales y militares sería
una extensión de la privatización del derecho a la seguridad ciudadana.
Entendemos
lo público como el bien común, accesible a todos independientemente de sus
particularidades religiosas, étnicas o ideológicas. Si algo se ha “socializado”
en los últimos años son los intereses particulares y sectoriales, no realmente
los colectivos. Con o sin el adjetivo de bolivariana, como en el resto de los
países de la región, la ciudadanía tiene un precio, uno muy alto debido a la
poca estima por lo “público” en un país modelado por la renta y la ficción
ideologizante petrolera. @fanzinero
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