jueves, 17 de julio de 2014

Desde Israel, un análisis anarquista en extenso de la cuestión palestina



Uri Gordon

[Nota de El Libertario: Uri Gordon es un activista israelí que se ha hecho bien conocido en los medios libertarios a partir de la publicación en inglés de su libro Anarchy Alive! Anti-Authoritarian Politics from Practice to Theory (Londres, Pluto Press, 2008; pdf disponible en http://libcom.org/library/anarchy-alive-anti-authoritarian-politics-practice-theory-uri-gordon). De esa obra, que por lo demás es una muy lúcida expresión del anarquismo contemporáneo, difundimos la traducción al castellano del cápitulo 6, "Anarquía y la lucha conjunta en Palestina-Israel", donde se aporta una reflexión detallada desde el terreno con elementos indispensables para una posición consecuentemente anarquista en este tema.]

Anarquía y la lucha conjunta en Palestina- Israel

«Me he opuesto por muchos años al sionismo como ese sueño de los capitalistas judíos del mundo de conseguir un Estado judío con todas sus características… una maquinaria de Estado judío para proteger los privilegios de los pocos contra la mayoría… pero el hecho de que hay muchas comunas no sionistas en Palestina permite probar que los trabajadores judíos que han ayudado a los judíos perseguidos y acosados lo han hecho no porque sean sionistas, sino porque deben ser dejados en paz en Palestina para poder echar raíces y vivir su vida.»
Emma Goldman, Cartas de España y del Mundo1(Londres 1938).

Como el cruce de caminos del conflicto imperial desde los días de Egipto y Asiria, y con una ubicación central en los legados culturales de las tres religiones que reconocen el legado de Abraham, la tierra entre el río Jordán y el mediterráneo se mantiene como un punto central en el espectáculo de la política mundial y el microcosmos de las tendencias globales. Justo cuando los acuerdos de Oslo eran promocionados como un emblema de la “benevolente” cara de la globalización en los noventas, estos colapsaron en la renovada violencia paralela a la transformación del proyecto globalizador en el más descarado imperialismo desde el 11 de septiembre. Hoy el conflicto en la región, que iré llamándola bien Israel/Palestina o Palestina/Israel, es uno de los ejes de la ideología del choque de civilizaciones y, por la misma razón, un punto crucial para la lucha anarquista.

En este último capítulo quiero ofrecer algunas perspectivas en la política de Israel/Palestina, donde la situación levanta amplias cuestiones sobre los acercamientos de los anarquistas a la liberación nacional, solidaridad internacional, e identidad colectiva basada en el territorio. Por un lado, quisiera mirar la aparente contradicción entre el compromiso de los anarquistas al apoyar a los grupos oprimidos desde sus propios términos ideológicos ya referidos, y aquellos términos -en el caso de los palestinos- de volverse un Estado-Nación. Primero, quisiera centrarme en las luchas conjuntas israelíes-palestinas en donde la participación de anarquistas es importante, señalando las inesperadas vías en que cuestiones como el paternalismo, la violencia y el agotamiento como militantes (quemarse en la lucha) se presentan en esta región. Finalmente, volveré al debate más amplio sobre anarquismo y nacionalismo, poniendo especial atención a la idea del bioregionalismo como una forma alternativa de identidad local que puede ser más apropiada para el enfoque anarquista.

Anarquismo en Israel/Palestina


Al mirar el paisaje de las luchas en Palestina/Israel, debe recordarse que la presencia anarquista en el terreno es relativamente pequeña. Haciendo una estimación generosa hay aproximadamente trescientas personas en Israel que son políticamente activas y que no tienen problema en auto-denominarse anarquistas, muchas de ellas mujeres judías y hombres entre los 16 y los 35 años. Sin embargo, el anarquismo ha sido una corriente permanente en la política de Israel/Palestina por décadas. Aunque no estaban conectados con los judíos anarquistas que hablaban Yidish y vivían en el exterior, los primeros grupos de Kibbutz fundados en la década de 1920 fueron organizados bajo principios comunistas libertarios y sus miembros solían leer a Kropotkin y a Tolstoy. Aunque estos comuneros eran constructores o campesinos mas que huelguistas y combatientes callejeros, que se mantuvieron en gran medida ciegos a su posición como peones en un proyecto imperialista, su forma de propaganda por el hecho sigue siendo relevante hoy (Ver Horrox 2007). Otros disidentes locales estuvieron más conectados al movimiento revolucionario de trabajadores, y en 1936 un número de comunistas y anarquistas, tanto árabes como judíos, fueron a luchar en la Guerra Civil Española. Tras el holocausto y la creación del Estado de Israel muchos anarquistas que hablaban Yidish arribaron al país, entre ellos Aba Gordin y Yosef Luden, quienes organizaron la “Asociación de buscadores de la libertad” y publicaron la revista en Yidish “Problemen”.

Después de 1968, como en otros lugares del mundo, se dio un renacido interés en el anarquismo. El grupo anti-capitalista y anti-sionista Matzpen tuvo entre sus filas algunos anarquistas, y el anarco-pacifista Toma Schick lideró la rama israelí de la Internacional de Resistentes a la Guerra. El movimiento recibió un mayor empujón en la década de 1980 gracias a la escena punk y al crecimiento de la objeción al ejército durante la guerra del Líbano y la Primera Intifada. Las primeras células anarquistas estudiantiles y fanzines fueron creados en este periodo. El movimiento anarquista israelí contemporáneo se fusionó durante las olas de activismo antiglobalización a final de la década de 1990, trayendo consigo reivindicaciones anticapitalistas, ecologistas, feministas, y a favor de los derechos de los animales. Hubo una proliferación de protestas y acciones directas, fiestas al estilo “Reclaim the Streets”2 y puntos de distribución de la campaña Comida en vez de bombas. Se fundaron el centro social Salon Mazal e Indymedia Israel. Desde el inicio de la Segunda Intifada, las actividades se han centrado en la ocupación de Palestina, en particular contra la construcción del muro del Apartheid. Algunos anarquistas han participado en Ta’ayush (Asociación árabe-judía), una iniciativa creada poco después del inicio de la Segunda Intifada en Octubre de 2000. En su mejor momento Ta’ayush ha tenido una gran participación de judíos y palestinos árabes con ciudadanía Israelí, muchos de ellos estudiantes, quienes llevan a cabo acciones de solidaridad en los territorios ocupados, llevando comida a ciudades y poblaciones sitiadas y defendiendo de colonos y soldados a campesinos mientras trabajan su tierra. En 2003, la iniciativa de Anarchist Against The Walls (Anarquistas contra el muro) fue fundada, y la lucha conjunta con las villas palestinas continúa intensamente.

Entre los palestinos, hay algunos afines y varios aliados, pero no un movimiento anarquista organizado. De cualquier forma, los últimos años se ha presentado una alianza entre activistas internacionales, israelíes y las comunidades palestinas que renuevan su propia tradición de resistencia popular y desobediencia civil. La Primera Intifada (1987-1989) fue un levantamiento organizado por comités populares y mayoritariamente desprendido del liderazgo de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Involucró no sólo hondas y molotovs sino también varias acciones no violentas como: marchas masivas, huelgas generales, objeción fiscal, boicot de productos israelíes, murales políticos y el establecimiento de escuelas alternativas y proyectos populares de ayuda mutua.

Sumados a los anarquistas israelíes, varios anarquistas de otros lugares han estado presentes en el terreno – fundamentalmente a través del Movimiento de Solidaridad Internacional (ISM por sus siglas en inglés), una coordinación liderada por palestinos que se inició en el verano de 2001 y vio su momento más fuerte en los siguientes dos años. El ISM movilizó voluntarios de Norte América y de Europa, quienes arribaron a los territorios ocupados para acompañar las acciones no violentas de los palestinos (Sandercock et al. 2004). El ISM entró en acción antes del escalamiento de la invasión y ataques por parte del Estado israelí a los centros poblados palestinos. Sus acciones incluían formar cadenas humanas para bloquear a los soldados que intentaban interferir mientras los palestinos echaban abajo los bloqueos de las carreteras hechos por los militares, organizando manifestaciones, o apoyando colectivamente la violación del toque de queda para llevar a los niños a la escuela o para que pudieran cultivar sus campos. Los líderes populares palestinos estaban interesados en esta cooperación, en primer lugar porque la presencia de extranjeros podría, con suerte, moderar las reacciones de los soldados, al mismo tiempo que se podría influenciar a la opinión pública. De forma interesante, los organizadores estiman que cerca de un cuarto de los voluntarios del ISM han sido judíos.

En la medida en que la violencia escaló, el ISM dirigió su acción cada vez más al acompañamiento y a prestarse de escudos humanos, mientras al mismo tiempo lograban la atención mundial frente a la represión de los palestinos por medio de la presencia en vivo de testigos internacionales. Por un tiempo, lo que hacían estos testigos estaba dictado por cuándo, dónde y cómo el ejército israelí iba atacar. Durante las invasiones de la primavera de 2002, los activistas del ISM se mantuvieron en casas palestinas que enfrentaban la demolición, rodeando ambulancias, escoltando trabajadores municipales que arreglaban infraestructura, y llevando comida y medicinas a las comunidades sitiadas. En lo que se convirtió en el drama más mediático, activistas internacionales estuvieron encerrados por semanas en la iglesia sitiada de la natividad de Belén con residentes, clérigos y militantes armados. Cuando la violencia se redujo el ISM volvió a tomar la iniciativa otra vez, con demostraciones para cortar los toques de queda y un día internacional de acciones en el verano de 2002.

Aunque el ISM y otros grupos de solidaridad no afiliados que trabajan en el mismo terreno no son nominalmente anarquistas, se pueden hacer dos conexiones claras al anarquismo pueden hacerse sin embargo. Primero, en términos de las personas, las actividades de solidaridad internacional en Palestina han visto una mayor y sostenida presencia de anarquistas, que se habían curtido ya en movilizaciones anticapitalistas y organizaciones locales populares en Norte América y Europa. Así, aunque el ISM integró en sus filas a una variedad de participantes con un amplio rango de antecedentes, también se constituyó como la principal forma de participación para anarquistas internacionales en Palestina. Segundo, y más sustancial, el ISM principalmente desarrolló muchas de las características de la cultura política anarquista: no membresía formal, política o de liderazgo; un modelo de organización descentralizada basada en grupos autónomos de afinidad, portavoces y toma de decisiones por consenso; y una estratégica concentración en campañas a corto plazo y tácticas creativas que enfatizaban en la acción directa y el empoderamiento popular. Estas afinidades son evidentes en la declaración de ISM Canadá (2002), en la necesidad de moverse de un arrogantemente “sabio” modelo de activismo hacia un real modelo de activismo “solidario”, cuyo énfasis en la acción directa contiene muchas de las claves de lenguaje político anarquista:
Solidaridad significa más que trabajo “caritativo” para calmar nuestra conciencia. Debe también hacerse más que simplemente atestiguar o documentar atrocidades –aunque estas tareas sean fundamentales para nuestro trabajo. El ISM ve la solidaridad como un imperativo para vincularse activamente en la resistencia a la ocupación, de tomar partido, poner nuestros cuerpos en la línea, y usar el relativo privilegio de nuestros pasaportes y, en algunos casos, de nuestro color; primero y más importante, en formas que los palestinos actualmente lo piden, pero también en formas que ayuden a construir confianza y expandir redes de apoyo mutuo.

Entonces, los anarquistas occidentales involucrados en acciones directas en Palestina (y en otras regiones, como Papua Occidental y Colombia) a menudo dicen que ellos deliberadamente participan en ellas como seguidores o simpatizantes más que como iguales, sin pretensiones de liderazgo. El espíritu del ISM y otros grupos solidarios parte de seguir la iniciativa de los miembros o representantes de la comunidad palestina, basados en el principio de que la toma de decisiones y el control de las acciones deben estar en proporción al grado en que cada cual es afectado por sus potenciales consecuencias. Como resultado, un grupo de canadienses del IMS se han esforzado en hacer énfasis en que “los internacionales no pueden comportarse como si vinieran a enseñar a los palestinos algo acerca de la “paz” o la “no violencia” o la “moralidad” o la “democracia”, o cualquier cosa de las muchas que típicamente en occidente (arrogante y equivocadamente) se creen son de la esfera de valores y del activismo occidental. De forma similar el anarquista israelí Yossi Bar-Tal ha argumentado que “no estamos trabajando en palestina para educarlos…. nunca llevaremos panfletos en árabe explicando qué es el anarquismo y por qué deben unirse a nosotros, porque esas no son nuestras formas… no estamos allí para educar, porque mientras ellos están siendo ocupados por nuestro Estado no tenemos ninguna razón para ir a predicar” (Lakoff 2005).

La primavera de 2003 marcó una clara transición para la acción directa en Israel/Palestina con el cambio del centro de gravedad de la lucha: de las ciudades palestinas a las que iban los voluntarios internacionales a la lucha no violenta contra el muro de segregación en la que los internacionales e israelíes se sumaron a la resistencia popular palestina. El cambio estuvo acompañado por una crisis en el ISM tras una rápida sucesión de eventos trágicos, especialmente el asesinato de dos voluntarios en Gaza. El 16 de marzo la integrante estadounidense del ISM Rachel Corrie fue aplastada hasta morir bajo un bulldozer blindado israelí, al que ella intentaba obstruir durante la demolición de una casa en Rafah. El 11 de abril a Tom Hurndall, voluntario británico, le disparó en la cabeza un francotirador israelí en la misma región; entró en un coma del que salió muerto a los seis meses. Mientras los asesinatos levantaron protestas internacionales e incrementaron el perfil del ISM resaltando la brutalidad de la ocupación, también se puso en evidencia el inmenso riesgo de acompañar actividades de solidaridad en Palestina e hizo que muchos activistas lo pensaran dos veces antes de ir allí.

Esto fue seguido de una concertada campaña del Estado israelí en la que se asociaba al ISM con el terrorismo, justificando la toma de medidas drásticas contra la organización. En la noche del 27 de marzo, durante un periodo de toques de queda y arrestos militares en Jenín, un palestino de 23 años de edad llamado Shadi Sukiya había arribado a la oficina del ISM en la ciudad, empapado y tiritando de frío; se le dio ropa para cambiarse, una bebida caliente y una cobija. Justo después, soldados israelíes llegaron y lo arrestaron, acusándolo de ser un miembro de alto rango de la Jihad Islámica. El ejército también afirmó que había sido descubierta una pistola en la oficina, pero luego se retractó de tal acusación. El 25 de abril, a unas exequias públicas organizadas por el ISM en nombre de Rachel Corrie, asistieron dos jóvenes musulmanes británicos: Asif Muhammad Hanif y Omar Khan Sharif. Cinco días después, los dos cargaron una bomba en sus cuerpos estallándola de forma suicida en un restaurante en Tel Aviv, matando a tres personas. A pesar del hecho de que en ambos casos el contacto había sido mínimo y de que los voluntarios del ISM no tenían ni idea de la identidad de sus visitantes, el gobierno israelí utilizó estos eventos para acusar públicamente a la organización de albergar terroristas y procedió a reprimirla. El 9 de mayo el ejército allanó la oficina de medios del ISM en Beit Sahour, llevándose computadoras, cintas de vídeo, Cds y archivos. Aunque nunca se confirmó, se piensa que dentro del material incautado estaba una exhaustiva lista de los voluntarios del ISM presentes y pasados, incluyendo sus direcciones y números de pasaportes. Esto le permitió al aparato de seguridad israelí expandir su “lista negra” de extranjeros no bienvenidos, resultando además en un aumento de las deportaciones y el rechazo de la entrada a Israel en los meses siguientes. Poniéndolos juntos, estos eventos hicieron entrar en crisis al ISM y redujeron seriamente el flujo de internacionales a Palestina, aunque algunos siguen llegando hasta el día de hoy.

En la misma primavera de 2003, tanto en círculos israelíes que cooperaban en las acciones directas en grupos afines dentro del ISM como en otros grupos internacionales, creció la necesidad de dar mayor visibilidad a su propia resistencia como israelíes al crear un grupo autónomo que trabajara junto a palestinos e internacionales. Mientras tanto, la construcción de la “Barrera de la segregación” o “Muro del Aparthedid” en la parte occidental de Cisjordania había empezado en serio (para más detalles sobre la barrera se puede mirar PENGON 2003). Después de algunas acciones y marchas contra el muro en Israel y en Palestina, un pequeño grupo empezó a ganarse la confianza y reputación de ser activistas israelíes involucrados con la acción directa, queriendo luchar en conjunto con los palestinos en sus tierras. En marzo del 2003 el pueblo de Mas´ha invitó al grupo a construir un campamento de protesta en las tierras del pueblo que estaban siendo confiscadas por la ruta del cercado (96% de la tierra de Masa habían sido cercadas). El campamento de protesta se convirtió en el centro de la lucha e información contra la planeada construcción del muro en esta área y en toda Cisjordania. A lo largo de los cuatro meses del campamento más de un millar de israelíes e internacionales llegaron para aprender sobre la situación y unirse a la lucha.

Durante el campamento el grupo de acción directa empezó a llamarse a sí mismo Anarquistas contra las cercas y judíos contra los Ghetos. En inglés son normalmente conocidos como Anarchist Against The Wall -Anarquistas contra el Muro- (el doble sentido semántico Cercas-Muros sólo funciona en Inglés). Tras el desalojo del campamento en Mas´ha en el verano de 2003, en medio de más de 90 arrestos, los anarquistas continuaron participando en varias acciones conjuntas a lo largo de los territorios ocupados. Con más de 50 participantes, activos en cualquier momento, esta red de acción directa que mutaba rápidamente ha estado presente en marchas y acciones semanales en los pueblos de Salem, Anin, Biddu, Beit Awwa, Budrus, Dir Balut, Beit Surik y Beit Likia, así como con comunidades palestinas encarceladas por los muros en y a los alrededores de Jerusalén. En algunas de estas acciones, Palestinos e Israelíes lograron derribar o atravesar el muro cortando varias partes de éste, o abrirse paso por puertas a lo largo del muro. Desde 2005, el grupo ha estado más que todo activo en la villa de Bil´in que se ha convertido en un símbolo de la lucha conjunta.

Un ejemplo de vincular la lucha contra la ocupación a una agenda liberadora distinta es la actividad de Kvisa Shkhora (Lavandería Negra), un grupo de acción directa de lesbianas, gays bisexuales, transgeneristas y otras contra la ocupación y por la justicia social. El grupo fue creado para la marcha del orgullo gay en Tel Aviv en 2001, pocos meses después de que la Segunda Intifada empezara. Interrumpiendo la celebración, para el día de hoy despolitizada y comercializada, cerca de 250 Queers radicales vestidos de negro se sumaron a la marcha tras el estandarte de “No puede haber orgullo en la ocupación”. Desde entonces, el grupo ha desarrollado acciones y superado las expectativas con una orientación fuertemente anti-autoritaria, que pone en evidencia la conexión entre diferentes formas de opresión. En los años recientes la comunidad Queer radical en Israel ha crecido en número y se ha convertido en una fuerte red que incluye la organización de fiestas Queer públicas y gratuitas (El Queer´hana), que usualmente han coincidido con eventos oficiales del Día del Orgullo Gay.

El movimiento Queer radical israelí tiene un doble rol: por un lado promueve la solidaridad con los palestinos, reivindicándose anticapitalistas y políticamente antagonistas dentro de las principales corrientes de la comunidad LGBT; por el otro, hace énfasis en la libertad de orientación sexual dentro del movimiento contra la ocupación. De acuerdo a uno de sus miembros, mientras que muchos activistas inicialmente no entendieron el significado de las manifestaciones Queer como Queers Contra la Ocupación, “después de varias acciones y discusiones nuestra visibilidad es ahora aceptada y bienvenida. Esto no puedo decirlo de nuestros compañeros palestinos, así que en los territorios normalmente volvemos al closet” (Ayalon 2004). Esta última realidad también ha llevado a anarquistas Queer a hacer contactos y ofrecer solidaridad con la población LGBT palestina, quienes se encuentran aun menos aceptados en su sociedad de lo que podrían estarlo los Queers israelíes.

Las conexiones con anarquistas Queer a nivel internacional fueron fortalecidas a través de la organización del noveno evento de Queeruption, un encuentro Queer radical al estilo Hazlo Tu Mismo que tuvo lugar en Tel Aviv en el verano de 2006, coincidiendo con el calendario del evento mundial del orgullo gay en Jerusalén. Éste último fue de hecho cancelado, cayendo como una de las víctimas de la segunda guerra del Líbano, aunque también fue forzado al cierre después de semanas de incitamientos homofóbicos por parte de judíos ultra ortodoxos, líderes cristianos y musulmanes así como por la extrema derecha, formando una terrible alianza en oposición a este evento. Cuando los organizadores de la marcha del orgullo gay convocaron a una vigilia contra la homofobia en lugar de la marcha, Queeruption participó convirtiéndose en la mayoría de los participantes, y ondeando banderas de otros países; alguien llevó una bandera libanesa y todo el evento comenzó espontáneamente a convertirse en una demostración en contra de la guerra. La policía inmediatamente declaró ilegal esta vigilia y de repente fue rodeada por policías que empezaron a golpear a los manifestantes. El grueso de la comunidad gay se retiró en ese momento, y luego condenaron completamente las acciones de un “pequeño grupo de anarquistas quienes secuestraron el evento”.

Otra relación importante que podemos mencionar acá es aquella entre los anarquistas y los que abogan por la liberación animal. Globalmente estos dos movimientos han compartido claramente distintos atributos (una actitud de confrontación, el uso de la acción directa, la descentralización extrema, sus raíces en la subcultura punk). Más recientemente, grupos de liberación animal como SHAC (Siglas en Ingles de Detener el Huntingdon Life Sciences, centro de experimentación animal) ha empezado a apuntar a la infraestructura de corporaciones que utilizan animales para hacer exámenes. Aunque se mantiene como una elección táctica, también implica un análisis profundo de la conexión entre la explotación animal y otras formas de dominación -una dirección que ha sido explorada en la escritura con creciente intensidad en años recientes (Dominick 1995, Anonymous8 1999, Homefries 2004). Recientes tendencias de la represión estatal, incluyendo la tendencia a asimilar las manifestaciones a favor de los derechos de los animales y la legislación contra el sabotaje económico (ya que acciones de liberación de animales en granjas industriales son denunciadas por los dueños de éstas como actos de sabotaje) están empezando a generar importante solidaridad y cooperación entre los dos movimientos, y activistas individuales del movimiento por los derechos de los animales han hecho recientemente contactos con anarquistas; un proceso que está empezando a crear interesantes y mutuos intercambios.

En Israel, el pequeño tamaño de la escena radical ha creado una extensa superposición entre los dos movimientos. El ejemplo más representativo ha sido Ma’avak Ehad (Una Lucha), un grupo de afinidad que combina explícitamente el anarquismo y la agenda de la liberación animal, cuyos miembros también son muy activos en las luchas en contra de la ocupación. Una vez más, esta combinación de agendas es hecha con el objetivo específico de “poner en evidencia la conexión entre las distintas formas de opresión, y así mismo de las distintas luchas contra ellas (One Struggle 2002). El énfasis del grupo en la liberación animal, de nuevo crea un puente muy importante: llamando la atención de los derechos animales dentro de los movimientos por la paz y la justicia social, e invitando a la comunidad de vegetarianos y veganos a la resistencia de la ocupación. Al poner en funcionamiento los puestos de “Comida en vez de Bombas”3, los anarquistas israelíes y los defensores de la liberación animal crean una conexión con mucho sentido entre la pobreza, el militarismo y la explotación animal que son puntos neurálgicos en el contexto israelí.

Otra poderosa combinación de agendas a ser mencionada es la actividad de New Profile (Nuevo Perfil), una organización feminista que cuestiona el orden social militarizado en Israel. Esta organización hace trabajo educativo sobre las conexiones entre el militarismo en la sociedad israelí y el patriarcalismo, inequidades y violencia social, buscando “diseminar y realizar los principios democrático-feministas en la educación israelí al cuestionar un sistema que promueve la obediencia sin cuestionamientos y la glorificación del servicio militar” (Aviram 2003). Las actividades en esta área incluyen debates en escuelas que promuevan el pensamiento crítico no jerárquico y talleres sobre consenso, resolución de conflictos y procesos democráticos para grupos. En su rol secundario, New Profile es el grupo más radical entre los grupos de refuseniks (objetores de conciencia al ejército) y el principal a través del cual muchos de los anarquistas que se rehúsan a prestar el servicio militar se han organizado (aunque el grupo en sí mismo no se considera a si mismo anarquista). Las campañas de New Profile por el derecho a la objeción de conciencia operan alrededor de una red de apoyo para antes, durante y después del encarcelamiento; organiza seminarios para jóvenes que están aún dudando si reusarse o no, o evadir el servicio, y campañas para apoyar y reconocer la lucha de las mujeres refuseniks. La postura feminista radical y anti-militarista, además de ser un mensaje importante para la sociedad, también crea un importante puente entre los movimientos feministas y de refuseniks, retando la base de las narrativas a las que muchos de los refuseniks -en su mayoría hombres de izquierda sionista- continúan sumándose.

La acción directa en Palestina/Israel permite resaltar dos puntos especiales relacionados con la violencia política. El primero está conectado a los debates acerca de la violencia, discutidos en el capítulo 4. Actualmente los anarquistas internacionales e israelíes desarrollan únicamente acciones no violentas en Palestina. Esta postura de no violencia juega un rol completamente diferente en Palestina del que podría ejercer en los países del G8. Esto es así porque se desarrolla en contra de un telón de fondo con un conflicto altamente violento, en donde la lucha armada es la norma antes que la excepción. Al mismo tiempo, el ISM y otros reconocen la legitimidad de la resistencia armada palestina, no incluyendo el ataque a civiles (y así lo dicta la legislación internacional para este caso). De forma interesante, es precisamente aprobar la “diversidad de tácticas” lo que pone a los anarquistas en una posición más confortable en el paisaje de la lucha en Palestina/Israel que lo que podría estar un pacifista estricto. Al participar en formas no violentas de acciones, mientras no denuncian la resistencia armada, los anarquistas israelíes han adoptado también, a su propia manera, una posición diversa en las tácticas. A diferencia de los pacifistas estrictos, pueden más cómodamente aceptar la no violencia y la lucha armada, aunque en este caso son ellos quienes toman la opción no violenta. Es por eso que en Palestina los anarquistas se han volcado de lleno al lado de la no violencia dentro de la ecuación de la “diversidad de las tácticas”, contrarrestando la acusación de que esta fórmula sólo es un eufemismo de la violencia (Lakey 2002). La no violencia tiene la consiguiente ganancia de darle visibilidad a los aspectos no violentos de la lucha palestina, con los que las audiencias occidentales pueden identificarse más fácilmente.

El segundo punto a tocar acá tiene que ver con el poco común grado de violencia estatal enfrentada por los anarquistas israelíes e internacionales, y la consecuente presencia permanente de estrés post traumático y de militantes agotados que terminan quemados en sus filas. Aunque obviamente es muy poco en comparación con la brutalidad letal dirigida contra la población palestina, la frecuencia con que suceden las experiencias de represión estatal contra los anarquistas israelíes es ciertamente considerable en comparación con aquella que tienen sus contra-partes europeas y norteamericanas. La exposición al gas lacrimógeno y a los porrazos se ha convertido en una cuestión de regularidad semanal, agravado con el uso de granadas de ruido, balas de goma y hasta munición real. En una ocasión un protestante israelí fue herido en el muslo con munición real y casi muere por la pérdida de sangre, mientras que otro fue herido en la cabeza con una bala de goma y estuvo en una situación crítica. Además, ha habido incontables heridas menores causadas por las manos de soldados y policías de fronteras durante las manifestaciones en contra del muro. El ejército también ha utilizado a los protestantes en Cisjordania para probar nuevas armas “menos letales” como las bolas de pimienta (una pequeña y transparente bola roja de plástico que contiene un polvo extremamente irritante) y el Tze’aka (palabra hebrea para grito), la explosión de un sonido ensordecedor de un minuto de duración emanada desde un aparato montado en un vehículo que causa mareos y desequilibrio (Rose 2006).

Más allá de las heridas, estas experiencias han dejado huellas de estrés post-traumático entre los participantes; un fenómeno que está empezando a ser reconocido y confrontado en los movimientos de acción directa. A raíz de la represión, la gente enfrenta no sólo heridas físicas sino también ansiedad, culpa, depresión, irritabilidad y sentimientos de alienación y aislamiento. El estrés post-traumático puede también incluir: pensamientos perturbadores, recuerdos e imágenes que vuelven sin querer, pesadillas, ataques de pánico e hipervigilancia, y los efectos físicos como fatiga, presión arterial elevada, dificultades en la respiración y la vista, cambios en la menstruación y la tensión muscular.

Como resultado de la acumulación de estrés no tratados, la iniciativa de los Anarquistas Contra el Muro ha visto un alto grado de desgaste en sus militantes que se “queman” y se retiran de las actividades, creando una falta de continuidad en el grupo. Solamente un puñado de los fundadores se mantienen activos aún, mientras que nuevos y jóvenes activistas se unen y pronto experimentan las mismas dificultades. Resulta preocupante que esta dinámica ha estado con mucha frecuencia en aumento por la reproducción acrítica del espíritu personal del sacrificio, resiliencia y dureza, creando un rechazo generalizado a enfrentar los efectos psicológicos que regularmente surgen de la represión, producido por el miedo a ser considerado débil. De todas formas, últimamente la preocupación por los sentimientos está creciendo en el movimiento israelí, y mucha gente puede más fácilmente nombrar lo que vive y siente y estar tranquilo al pedir ayuda. Dichos avances con suerte crearán un movimiento más sostenible y un espacio para la elaboración de agendas a largo plazo.

Esto ha sido algo de la escena en el terreno, y algunas de sus principales cuestiones. Ahora quisiera ampliar el debate y acercarme a los dilemas que los anarquistas enfrentan mientras mantienen su solidaridad con luchas de liberación nacional, en particular aquellas que buscan establecer un nuevo Estado nación.

Anarquismo, nacionalismo y nuevos Estados.

Con el conflicto en Palestina/Israel tan presente en la agenda pública, y con un significativo número de anarquistas involucrados en la solidaridad con Palestina, es sorprendente cómo siguen siendo escasas las polémicas contribuciones anarquistas, y en el mejor de los casos resultan irrelevantes para las experiencias concretas y los dilemas de los movimientos. En el peor de los casos, se apartan completamente del anarquismo. Es por ello que Wayne Price (2002), plataformista norteamericano, pone la situación en términos muy crudos cuando afirma que:
En el humo y sangre de Israel/Palestina en estos días un punto debería estar claro: que Israel es el opresor y los palestinos árabes los oprimidos. Por ello, los anarquistas, y toda la gente decente, debería estar en el lado de los palestinos. La crítica de su liderazgo, de sus métodos de lucha, es secundaria; así mismo lo es el reconocimiento de que los judíos israelíes son personas y también tienen ciertos derechos colectivos. El primer paso, siempre, es colocarse del lado de los oprimidos mientras están luchando contra su opresor.

Pedirle a la gente decente que vea la humanidad de alguien y sus derechos colectivos como algo secundario tras otra cosa, cualquiera que sea, esto no es anarquismo. ¿Dónde deja Price la distinción entre el gobierno israelí y los ciudadanos israelíes, o la solidaridad con los israelíes que luchan contra la ocupación y por la justicia social? Estos israelíes definitivamente no están tomando acciones porque se ubiquen “del lado de los palestinos”, sino por su sentido de la responsabilidad y solidaridad. Para los anarquistas, entre ellos está clara también la lucha por la propia liberación de una sociedad militarista, racista, sexista y en muchas otras formas inequitativa. La completa indiferencia de Price a aquellos que conscientemente intervienen contra la ocupación y en múltiples conflictos sociales dentro de la sociedad israelí, está soportada en vastas generalizaciones acerca de cómo “los nacionalismos ciegos llevan a cada nación a verse a sí misma y a las otras como un bloque”. De cualquier forma, la gente que vive dentro de los conflictos son difícilmente tan inocentes -el autor está tan sólo protegiendo su propia visión en blanco y negro externa del conflicto, y el lado catalogado como negro está sujeto a un lenguaje grosero e inhumano (mirar también Hobson, et al. 2001). Desafortunadamente, este tipo de actitud se ha vuelto un fenómeno cada vez más generalizado en el discurso del movimiento de solidaridad con Palestina, europeo y norteamericano, y de buena parte de la izquierda, representando lo que los críticos anarquistas han evidenciado como la típica forma izquierdista de judeofobia o anti-semitismo (Austrian y Goldman 2003, Michaels 2004, Shot by both sides 2005).

Mientras tanto, Price está demasiado convencido de haber llegado a la justa y apropiada resolución que le permite elaborar él mismo programas y demandas, inclusive en los detalles más finos: retirada unilateral israelí a las fronteras de 1967, un Estado Palestino y el derecho al retorno, culminando en un tipo de “federación” comunal “laica-democrática” o “binacional”, con “algún tipo de economía auto-gestionada no capitalista”. Mientras tanto “debemos apoyar la resistencia del pueblo palestino. Ellos tienen el derecho a la auto-determinación, que es lo mismo que escoger como ellos piensen a sus líderes, sus programas y sus métodos de lucha”.

Un cheque en blanco para suicidas con bombas y cualquier élite palestina en el presente o en el futuro. El tono imperativo de la declaración también responde a la pregunta: ¿a quién precisamente, según Price, se supone que debemos llevarle estas demandas? ¿Al Estado israelí, apoyándonos en la potente amenaza de ocupar embajadas y hacer boicot a académicos, naranjas y software? ¿O tal vez a la comunidad internacional, o a los Estaos Unidos? En cualquier caso éstas serían “políticas de demanda” que parten del hecho de reconocer y legitimar el poder estatal a través del acto mismo; una estrategia lejana al anarquismo.

La miopía sobre lo que está pasando en el territorio también es una dificultad para Ryan Chiang McCarthy (2002). Tras tomar nota del fallo de Price, al no distinguir entre los pueblos y sus dominadores, la llamada de McCarthy a la solidaridad con las fuerzas libertarias es desafortunadamente extendida únicamente a las luchas que entran en su prejuiciada visión sindicalista: “los movimientos autónomos de trabajadores de palestina y los trabajadores israelíes… un movimiento de trabajadores que supere las estrechas líneas de lucha… y pelee por las no mediadas demandas de los trabajadores”. Además de estar enteramente desconectado de la realidad -las perspectivas de un movimiento autónomo de trabajadores son tan poco prometedoras en Israel/Palestina como lo son en el resto del mundo desarrollado- ese tipo de fetiche obrerista es también directamente dañino. Reproduce la invisibilidad de muchas de las importantes luchas en Palestina/Israel que no están relacionadas con el mundo del trabajo, y las que actualmente son en las que están participando los anarquistas. Mientras tanto, el obstinado reduccionismo de clase demarca unas líneas mucho más estrechas que las que el mismo critica, y realiza un violento protagonismo forzando sus acciones en contextos artificiales. Entonces, los palestinos y los israelíes son antes que nada “trabajadores… manipulados por sus gobernantes para masacrarse unos a otros”. Reusarse al ejército es un brillante acto de solidaridad de clase que traspasa las líneas nacionales” (muchos de los refuseniks son de clase media y auto-declarados sionistas desde el principio); mientras que “el veneno nacionalista… conduce a la juventud proletaria palestina a destruirse a sí misma y a compañeros trabajadores israelíes en ataques suicidas”. Aunque este puede ser también un tipo de anarquismo, es de una variedad fosilizada que fuerza fórmulas obsoletas de lucha de clases en una realidad que está lejana de esas orientaciones.

La raíz del problema que se observa en estos escritos es que el conflicto Palestino-Israelí introduce complejidades que no son fáciles de explicar desde un punto de vista anarquista tradicional. La tensión entre los anarquistas antiimperialistas, en un lado, y la réplica mayor del Estado y el nacionalismo, en el otro, pareciera dejarlos en un callejón sin salida de acuerdo a las luchas por la liberación nacional en los territorios ocupados. La falta de un análisis fresco en esta situación crea una posición desde la cual pareciese que uno sólo puede recurrir a las fórmulas de una única respuesta para todo. Para poder entender por qué pasa esto, permítanme ahora mirar las críticas anarquistas al nacionalismo.

Frecuentemente en la literatura anarquista hay una distinción entre el nacionalismo “artificial” construido por el Estado, y el sentimiento “natural” de pertenencia a un grupo que comparte características étnicas, lingüísticas y/o culturales. Miguel Bakunin (1953: 1871: 324) argumentó que la patria4 representa una “manera de vivir y de sentir”, que es una cultura local, que es “siempre un resultado indudable de un desarrollo histórico largo”. En ese sentido, el amor profundo por la patria entre la “gente común… es natural, es amor real”. Sin embargo, la corrupción de este amor bajo la corrupción estatal es lo que comúnmente los anarquistas rechazan como nacionalismo; una lealtad principal a un Estado-nación. En esta lectura, el nacionalismo es un mecanismo ideológico reaccionario que pretende crear una falsa unidad de identidad e intereses entre clases antagonistas dentro de un mismo país, enfrentando a las clases trabajadoras de diferentes estados entre ellas y desviando su atención de la lucha contra su real opresor. Entonces, para Bakunin el “patriotismo político o amor al Estado, no es la sincera expresión” de la gente común que ama a su patria, sino que es una expresión “distorsionada por medio de una falsa abstracción, siempre para el beneficio de una minoría explotadora” (ibíd).

El más elaborado desarrollo en este tema fue hecho por Gustav Landauer, quien utilizó el término “popular” para referirse al tipo de identidad orgánica local y cultural, que es suprimida por el nacionalismo patrocinado por el Estado y que volvería a retomar su prominencia en una sociedad libre. Él vio la identidad popular como un espíritu (Geist) único constituido de sentimientos compartidos, ideales, valores, lenguaje y creencias, que unifican a los individuos dentro de una comunidad (Landauer 1907). También consideraba posible tener distintas identidades, observándose a sí mismo como un ser humano, un judío, un alemán, un alemán sureño. En sus palabras:
Soy feliz por cada cosa imponderable e inefable que trae lasos exclusivos, unidades, y también diferenciación dentro de la humanidad. Si quiero cambiar el patriotismo no procederé en lo más mínimo contra el fino hecho de la nación… sino contra la mezcla de la nación con el Estado, en contra de la confusión de diferenciación y oposición (Landauer 1973/1910: 263).

Rudolf Rocker adoptó la distinción de Landauer en su libro Nacionalismo y Cultura, donde “popular” es definido como “el resultado natural de la unión social, la asociación mutua de los hombres resultado de cierta similaridad en las condiciones externas de vida, un lenguaje común, y características especiales resultado del clima y el ambiente geográfico” (Rocker 1937: 200–1). Sin embargo, Rocker aclara que sólo es posible hablar de “pueblo” como una entidad referida a un específico momento y lugar. Esto es así porque, con el tiempo, “reconstrucciones culturales y estímulos sociales siempre ocurren cuando personas y razas diferentes tienen uniones cercanas. Cada nueva cultura nace de dichas fusiones de diferentes elementos populares y toma especial forma a partir de esto” (346). Lo que Rocker llama “nación”, de forma distinta, es la idea artificial de una comunidad unificada de intereses, espíritu o raza creada por el Estado. Así que, como Landauer y Bakunin, es la lealtad principal a una nación-Estado la que Rocker condena como “nacionalismo”. Al mismo tiempo, estos escritores esperan que con la abolición del Estado, se abrirá un espacio para la auto-determinación y el mutuo desarrollo engendrador de culturas populares locales.

Estas actitudes hacia el nacionalismo, sin embargo, tienen como su primer punto de referencia el nacionalismo europeo asociado con los Estados europeos. La cuestión del nacionalismo en las luchas de liberación nacional de gente sin Estado recibe mucha menos atención por parte de los anarquistas. Kropotkin, por ejemplo, vio los movimientos de liberación nacional como algo positivo, argumentando que la remoción de la dominación extranjera era una precondición para una lucha social más amplia (Grauer 1994). En otro sentido, muchos anarquistas han argumentado que las agendas de liberación nacional sólo ofuscan la lucha social, y terminan creando nuevas élites locales que continúan los mismos patrones de jerarquía y opresión.

Esta tensión viene muy fuerte al frente en el caso de Israel/Palestina. La gran mayoría de palestinos quieren un Estado propio separado del israelí. Entonces: ¿cómo pueden los anarquistas reconciliar su apoyo a la liberación de palestina con sus principios antiestatales? ¿Cómo pueden promover la creación de un nuevo Estado, en nombre de la liberación nacional? El intento para distanciarse del apoyo a la cuestión del Estado palestino es lo que motiva la postura obrerista de McCarthy, así como a los sindicalistas británicos de la Federación Solidaridad quienes declaran que: “apoyamos la lucha del pueblo palestino… [y] apoyamos a aquellos israelíes que protestan en contra del gobierno racista… lo que no podemos hacer es apoyar la creación de otro Estado en nombre de la “liberación nacional” (Solidarity Federation 2002).

Pero, hay dos problemas con dichas actitudes. Primero, invita a cierta carga de paternalismo en la medida que implica que los anarquistas de alguna forma son mejores que los palestinos al discernir sus intereses reales. Segundo, y más importante, deja a los anarquistas con nada más que declaraciones vacías en el sentido de “apoyamos y estamos con todos aquellos que están oprimidos por aquellos que el poder les permite hacerlo” (ibíd), confinando a los anarquistas en una posición de irrelevancia en los tiempos presentes. Por un lado, es claro que el establecimiento de un Estado capitalista palestino entre los existentes y los venideros gobernantes sólo significaría la “sumisión de la Intifada al liderazgo de los intermediarios comerciales extranjeros palestinos que servirán a Israel” así como la explotación neo-liberal a través de iniciativas como la Zona Mediterránea de Libre Comercio (Anarchist Communist Initiative 2004). Por el otro lado, al desvincularse de demandas concretas palestinas por un Estado, los mismos anarquistas israelíes se quedan sin más que proponer que “una forma completamente diferente de vida y equidad para todos los habitantes de la región… una sociedad anarco-comunista sin clases (ibíd). Esto todo es muy bueno y positivo, pero ¿qué sucederá mientras tanto?

Mientras, los anarquistas seguramente pueden hacer cosas más específicas en solidaridad con los palestinos que decir: “se necesita una revolución”, cualquiera de las acciones que se hagan podrán parecer irremediablemente contaminadas por estatismo. El hecho de que aun así haya anarquistas que participen en solidaridad con comunidades palestinas, internacionalmente y en el terreno, requiere que tomemos este particular toro por sus cuernos. Aquí creo que hay por lo menos cuatro formas coherentes en que los anarquistas pueden lidiar con el dilema del apoyo al Estado palestino.

La primera y más directa respuesta es reconocer que hay de hecho una contradicción aquí, pero insistiendo que en esta situación la solidaridad es importante aún si viene al precio de la incoherencia. La aprobación de la cuestión del Estado palestino por los anarquistas puede ser visto como una posición necesariamente pragmática. No le hace bien a nadie decir efectivamente a los palestinos: “perdón, vamos a dejar que sigan siendo no ciudadanos de una brutal ocupación hasta que finalmente abolamos el capitalismo”. Algo que debemos recordar es que los Estados tienen una trayectoria de hostilidades contra gente sin Estados, refugiados y nómadas. Los judíos con los palestinos son dos dentro de muchos de los ejemplos de gente sin Estado oprimida en la era moderna. Mientras muchos judíos eran ciudadanos (usualmente ciudadanos de segunda clase) de países europeos al inicio del siglo XX, una importante precondición del holocausto fue la privación a los judíos de las ciudadanías, dejándolos sin Estado. Como resultado, los anarquistas pueden reconocer la cuestión del Estado palestino como la única forma de aliviar su opresión en el corto plazo. Esto equivale a un juicio de valor específico en donde el antiimperialismo o incluso las cuestiones humanitarias básicas tienen prioridad frente a una postura contraria anti-estatal recalcitrante.

Una segunda respuesta argumenta que no hay para nada una contradicción en el apoyo de los anarquistas para el establecimiento de un Estado palestino. Esto es simplemente porque los palestinos viven ya bajo el control de un Estado -Israel- y la formación de un nuevo Estado palestino crea únicamente un cambio cuantitativo y no uno cualitativo. Los anarquistas objetan al Estado como un esquema general de relaciones sociales -no de éste u otro Estado, sino del principio detrás de todos ellos. Es un malentendido reducir esta objeción a términos meramente cuantitativos; el número de Estados en el mundo ni suma ni resta nada para la valoración de los anarquistas de qué tan cerca se corresponde el mundo con sus ideales. Tener un único Estado en el mundo, por ejemplo, sería tan problemático para los anarquistas como lo es la presente situación (si no más), aunque el proceso de crear uno aboliría a 190 Estados. Así que, desde una perspectiva puramente anarquista antiestatista, el hecho de que sea peor que los palestinos vivan bajo un Estado palestino antes que en uno israelí es algo cuestionable. Un Estado palestino, no importa que tan capitalista, corrupto o pseudo democrático, sería de cualquier forma menos brutal que la ocupación del Estado israelí.

Una tercera respuesta, desarrollada a partir de la postura de Kropotkin mencionada antes, es que los anarquistas pueden apoyar un Estado palestino como una elección estratégica, un estadio deseable en una lucha a largo plazo. Nadie puede sinceramente esperar que la situación en Israel/Palestina pase abruptamente de su situación actual a la anarquía. Por lo tanto, el establecimiento de un Estado palestino por medio de un tratado de paz con el Estado Israelí, aunque lejos de ser una solución real a los problemas sociales, podría resultar en un desarrollo positivo en el camino hacia cambios más radicales. La reducción de la violencia del día a día en ambos bandos, puede ser positiva para abrir más espacio a las luchas económicas, feministas y ecológicas en Israel pero también en cualquiera que sea el enclave político que emerja bajo la élite gobernante. Para los anarquistas, dicho proceso puede ser un paso significativo hacia adelante en una estrategia a largo plazo para la destrucción de los Estados israelí, palestino y de todos en general, así mismo del capitalismo, del patriarcado, etc…

Una cuarta y final respuesta sería alterar todos los términos de la discusión, argumentando que el apoyo o no de los anarquistas al Estado palestino es un debate insignificante, y lleva a un falso debate. ¿Qué es exactamente lo que deben hacer los anarquistas con su “apoyo”? Si el debate se resuelve en una dirección con sentido, entonces la última pregunta es si los anarquistas pueden y deberían activamente apoyar a un Estado Palestino. Pero, ¿qué tipo de acción podría ser la posible, más allá de las declaraciones, peticiones, manifestaciones, y otros elementos de “políticas de exigencias” que los anarquistas buscan trascender? 

Uno difícilmente puede establecer un Estado a partir de la acción directa anarquista, y los políticos que eventualmente decidan crear el Estado palestino no están preguntándole exactamente a los anarquistas qué piensan de ello. Visto desde esta perspectiva, debates acerca si los anarquistas deberían dar en el corto plazo apoyo a un Estado palestino suena increíblemente ridículo, en la medida que el único mérito de esas discusiones sería venir con una plataforma común. En esta perspectiva, los anarquistas deben tomar acciones de solidaridad con los palestinos (así como con los tibetanos, los habitantes de Papúa Occidental, y los saharauis por esta misma razón) sin referencia a la cuestión del Estado palestino. Los actos de resistencia cotidianos que los anarquistas acompañan y defienden en Palestina –por ejemplo remover bloqueos de carreteras o defender los campos de olivos de los ataques de los colonos judíos– son pasos inmediatos para ayudar a la preservación del estilo de vida y la dignidad de la gente, no pasos hacia la cuestión del Estado palestino. Una vez visto desde una perspectiva estratégica a largo plazo, las acciones de anarquistas tienen importantes implicaciones estén o no vinculadas con la agenda estatal o la independencia.

En primer lugar, que israelíes desarrollen acciones directas con los palestinos es un potente mensaje público en sí mismo. La mayoría del público seguramente ve a los anarquistas como equivocados, jóvenes inocentes en el mejor de los casos y traidores en el peor. La última respuesta sucede porque la lucha conjunta palestino-israelí transgrede los tabúes fundamentales establecidos por el militarismo sionista. Con el ejemplo vivo de no violencia y de cooperación entre los dos pueblos, las luchas fuerzan a los espectadores israelíes a confrontar sus oscuros traumas colectivos. Los israelíes que se manifiestan de la mano de los palestinos son una amenaza porque no tienen miedo ni de los árabes ni del segundo holocausto que ellos estarían destinados a perpetrar. Nótese cómo todo se demuestra cuando los anarquistas son atacados: el miedo de la aniquilación, el enemigo como un asesino calculador, la culpa de las víctimas justificada en la afirmación de la autodefensa y la guerra justa como un axioma sin examinar. Y esto es más amenazante que un hueco en el muro, pero habría que recordarlo de nuevo, los anarquistas no hicieron su reputación de creadores de problemas por nada.

Alternativas

Para cerrar este capítulo, me gustaría tomar una mirada más general a las identidades basadas en un lugar y su pertenencia en la teoría anarquista, y mirar si alguna de éstas puede aplicarse a Israel/Palestina. Aunque los anarquistas tradicionalmente han rechazado el nacionalismo, la construcción del concepto de lo popular por escritores como Landauer y Rocker también tiene sus limitaciones. La idea de pueblo asume por lo menos un grado de homogeneidad, aunque el término pueda extenderse (como Rocker argumenta) para acomodarse a las identidades populares creadas por la mezcla y fusión de culturas y los cambios de la población en el tiempo. Pero en el mundo de hoy es cuestionable qué tan útil sea este concepto. La idea de una identidad local colectiva basada en una cultura compartida, lenguaje y espíritu, es irrelevante en muchas regiones del mundo, donde siglos de colonialismo e inmigración han creado poblaciones multiculturales que comparten muy poco en estos términos. ¿Pueden los anarquistas aprobar formas distintas de pertenecer que puedan hacer frente a esta situación y que estén de acuerdo con sus amplias perspectivas políticas?

Es acá donde la idea de bio-regionalismo se presenta como una alternativa promisoria. El bioregionalismo es un acercamiento a la identidad local que ha ganado muchos adeptos en el movimiento ecologista radical, y no está basado en divisiones éticas o políticas sino en las propiedades naturales y culturales de un lugar. Una bioregión es comúnmente definida como un área geográfica continua con condiciones físicas únicas en términos de terreno, clima, suelo, hidrografía, plantas y animales, así como asentamientos humanos y culturas que se han desarrollado en respuesta a estas condiciones locales. Una bioregión es entonces también un terreno de conciencia, como puede verse en los recuentos que los pueblos indígenas hacen de sus conexiones con la tierra y en las costumbres y conocimientos locales. Como resultado, el enfoque bioregionalista hace énfasis en una relación íntima entre la gente y su medio ambiente natural, promoviendo sostenibilidad y auto-suficiencia local en vez de los estilos de vida alienados y mono-culturales generalizados en las sociedades industriales modernas (Berg 1978, Andruss et al. 1990, Thayer 2003). De acuerdo con Kirkpatrick Sale (1983),
Para convertirnos en “habitantes de la tierra”, para completa y honestamente conocer la tierra, la crucial y tal vez única cosa que abarca todo es entender el lugar, el inmediato y específico lugar donde vivimos… Debemos de alguna forma vivir tan cerca a él como sea posible, estar en contacto con sus particulares suelos, sus aguas, sus vientos. Debemos aprender sus formas, capacidades, límites. Debemos hacer de sus ritmos nuestros patrones, sus leyes nuestras guías, sus frutas nuestra generosidad.

Desde el principio de la década de 1970, el bioregionalismo se ha convertido en la agenda de numerosas organizaciones, comunidades, campesinos, artistas y escritores. La fundación Planet Drum en San Francisco está entre las pioneras del enfoque bioregionalista, editando literatura sobre la aplicación de ideas localizadas para prácticas ecológicas, expresiones culturales y políticas. Otra de las primeras organizaciones fue el grupo Mejillón de la Bahía de Frisco (Frisco Bay Mussel Group) en el norte de California y el Congreso del Área de la Comunidad Ozark, en la frontera entre los Estados de Kansas y Missouri. Actualmente hay cientos de grupos similares en Norte y Sur América, Europa, Japón y Australia (Berg 2002). Desde 1984, diez congresos bioregionales en Norte América han tenido lugar en los Estados Unidos y Canadá (véase www.bioregional-congress.org), e inclusive hay un “Cuestionario bioregional” popular (Charles et al. 1981), con preguntas como:
·         Sigue el recorrido del agua que tomas, desde que cae lloviendo hasta que llega al grifo.
·         Nombra 5 plantas comestibles de tu región y la temporada en que se pueden conseguir.
·         ¿Qué tan larga es la temporada de cultivo en donde tu vives?
·         Nombra 5 aves residentes y 5 migratorias de tu área.
·         ¿Qué especies se han extinguido de tu área?

Como puede verse, el enfoque bioregional está principalmente relacionado con preocupaciones ambientales, restauración del medio ambiente, autosuficiencia local y similares agendas. Sin embargo, coloca una alternativa -por lo menos potencial- tanto a los enfoques de identidad nacionalistas como a los “populares”. Una identidad basada en las conexiones con el área local no contiene factores esencialistas; no estipula nada sobre el contenido de las identidades personales y colectivas que puedan florecer dentro y a lo largo de ella. El único requisito es que dichas identidades deben ser genuinamente locales y tener coherencia con relaciones sostenibles entre la gente y la tierra. Como resultado, los individuos y los grupos pueden experimentar pertenencia bioregional mientras mantienen múltiples identidades personales y colectivas en términos de ocupación, idioma, origen étnico, estilo de vida, espiritualidad, gusto cultural, género, preferencia sexual, etc… El bioregionalismo está entonces en línea con las demandas anarquistas de auto-realización y a favor de la celebración de múltiples y cambiantes identidades.

Las fuertes agendas descentralizadoras y primitivistas del bioregionalismo también lo hacen inmediatamente atractivo para los anarquistas. Las bioregiones no reconocen las arbitrarias fronteras políticas y no están hechas para controlarse desde arriba. La organización de la vida social y económica de acuerdo a los principios bioregionales motiva a un alto grado de autonomía local, como la eco-feminista Helen Forsey argumenta:
La gente en comunidad tiene una compartida urgencia de realizar sus propias decisiones, controlar sus destinos, tanto como grupos que como individuos… si el control de los recursos o las decisiones son impuestas desde afuera, los balances y ciclos de la vida de las comunidades tienden a ser interrumpidos o destruidos. Sin que esto signifique aislamiento, hay necesidad de un grado de autonomía que permitiría a la comunidad crecer y florecer en el contexto de sus propios valores eco-feministas (Forsey 1990: 84–5).

Sin embargo, las propuestas bioregionales no implican una actitud parroquial y separatista. En la medida que las bioregiones no tienen fronteras claras pero fluyen y se mezclan entre ellas, un modelo bioregional tiene una mayor tendencia a promover un espíritu de cooperación y ayuda mutua en la administración de las regiones ecológicas, basadas en lo común y en lo diverso. El bioregionalismo, en suma, ofrece una alternativa viable y atractiva tanto para los enfoques nacionalistas como para los “populares” de las identidades colectivas locales, mientras que resuena fuertemente con amplias perspectivas anarquistas.

¿Puede algo de esto ser realmente aplicado a la situación en Palestina/Israel? La creación de una sociedad bioregional es lo suficientemente difícil, en la medida que requiere de una masiva transformación de la forma en que la sociedad está organizada. Después de todo, el bioregionalismo no sólo es incompatible con la guerra y la ocupación, sino con el capitalismo, la intolerancia racial o religiosa, el consumismo, el patriarcalismo o cualquiera de las otras características intrínsecas de las sociedades jerárquicas. Como el mismo anarquismo, un bioregionalismo en estricto sentido sólo es posible de conseguir mediante una revolución social. Pero las perspectivas se ven bastante desoladoras en un contexto como el de Israel/Palestina, donde décadas de ocupación y conflicto armado han dejado un fuerte depósito de mutuo miedo y sospecha que tendrá que ser superado antes de que las pacíficas y gentiles ideas del bioregionalismo puedan estar cerca de realizarse.

En medio de los horrores diarios de muerte y humillación, y de mutua ignorancia, miedo y odio en ambos bandos, es tentador decir algo positivo a propósito de propuestas para una “paz real” en la región. Tal vez el modelo de la “acción directa constructiva” puede ser extendido desde construir alternativas al capitalismo hacia algo parecido a “procesos de paz populares”, proyectos que construyan diálogo de comunidad a comunidad entre israelíes y palestinos. ¿No es una idea atractiva?, después de todo hasta para los judíos israelíes más moderados la noción de paz está fuertemente asociada con la separación: “nosotros acá, ellos allá”. Es por esto que el gobierno israelí lo llama el muro de la “separación”, y muchos de los del “campo de la paz” israelí estarían satisfechos si la separación estuviera sobre el trazado de la línea verde (resultado de la guerra de 1948). En contraste, ¿no podría el diálogo directo y los proyectos compartidos -ecológicos por ejemplo- contrarrestar la anquilosada separación, sobrepasando a los políticos, construyendo la paz desde abajo?

De hecho, ahora hay numerosas, y algunas bien financiadas, iniciativas para el diálogo entre niños israelíes y palestinos, exhibiciones compartidas de artistas israelíes y palestinos, y el equipo de la paz de futbolistas israelíes y palestinos que se hizo famoso por sus grandes derrotas en partidos amistosos contra equipos campeones europeos. Dentro de Israel, la red de organizaciones para la coexistencia judío-árabe ya suma actualmente más de 100 organizaciones, desde grupos de cabildeo y abogados, hasta proyectos artísticos y educativos, foros locales de ciudadanos en ciudades y regiones distintas.

Desafortunadamente, hay complicaciones especiales que rodean incluso a las mejor intencionadas propuestas de este tipo. Estas son mucho más serias que el hecho de que caen fácilmente en el rol de iniciativas de la sociedad civil que complementan más que desafían a las estructuras básicas políticas y sociales. El problema más profundo, visto por muchos grupos palestinos de derechos humanos y de disidentes israelíes, es que dichos proyectos enmascaran las realidades de la región y presentan igualdad donde no la hay. En vanos intentos por mantenerse neutrales, los proyectos de coexistencia y diálogo terminan usando un lenguaje en el que la situación pareciese que fuera un conflicto entre dos pueblos peleando por el mismo territorio, y la paz el resultado de un compromiso territorial y encuentros seguros cara a cara entre palestinos e israelíes, especialmente jóvenes. Estas iniciativas de coexistencia, lanzadas por ONG´s israelíes y apoyadas por fundaciones internacionales, parecen inofensivas hasta el momento en que se recuerda que esta “mano tendida para la paz” viene de los ciudadanos del poder ocupante. No importa que tan bien fundados estén los proyectos que buscan superar ignorancias y sospechas mutuas, aquellos que buscan curar los traumas colectivos, actúan al revés de como deberían. Hacen un llamado a la normalización de las relaciones entre palestinos e israelíes como si la ocupación hubiese terminado. Esto no sólo es paternalista, sino que también está condenado al fracaso en la práctica.

¿Puede esta paradoja radical ser superada? Parecería que la práctica de la lucha conjunta ofrece una alternativa a la pintoresca impotencia de los proyectos de coexistencia. El anarquista estadounidense-israelí Bill Templer (2003) trata de evocar una forma de salir del problema, en un fuerte artículo cargado con consignas de lenguaje anti-capitalista:
Reinventar la política en Israel y en Palestina significa sentar las bases ahora para un tipo de Zapatismo judeo-palestino, un esfuerzo desde las bases para “reclamar los bienes comunes”. Esto significa pasar hacia una democracia directa, una economía participativa y una genuina autonomía para el pueblo; a partir de la visión de Martin Buber de una “mancomunidad orgánica… que es una comunidad de comunidades”. Debemos llamarla la “solución no estatal”.

El optimismo de Templer para dicho proyecto descansa en la percepción de una extendida crisis de fe en la “gubernamentalidad neoliberal”, haciendo de Israel/Palestina “un microcosmos de la generalizada vacuidad de nuestros imaginarios políticos recibidos y de las élites gobernantes que los administran… (pero que) ofrece un microlaboratorio para experimentar con otro tipo de política”. Mientras reconoce la inevitabilidad del establecimiento de dos Estados en el corto plazo, identifica elementos que actualmente convierten a Palestina/Israel en “una incubadora para crear “dobles poderes” en el mediano plazo, “vaciándole el contenido” a las estructuras capitalistas y a las burocracias impuestas desde arriba”.

Las especulaciones de Templer pueden involucrar algo más que optimismo, pero el punto relevante es que a diferencia de la coexistencia y el diálogo por el bien de sí mismo, la lucha conjunta no implica normalización. Esto es porque está claramente impregnada con un antagonismo hacia la lógica del mando del Estado israelí y de los partidos políticos y las milicias palestinas que condenan cualquier trato con los israelíes. Así que la creación y fomento de espacios que faciliten la ayuda mutua entre palestinos e israelíes es ciertamente requerido; sólo dichos espacios que son de rebelión y lucha pueden honestamente levantarse contra el cargo de falsa normalización y “coexistencia”.

La lucha conjunta en los pueblos de Cisjordania no sólo logra romper el no cuestionado consenso en el público israelí acerca del muro de separación. Rupturas aún más significativas pueden haberle aparecido a la imagen de la insuperabilidad del conflicto en los ojos de muchos israelíes. La cooperación entre palestinos e israelíes en acciones militantes pero no violentas es poderosamente inherente porque decreta un cambio dramático de 90 grados de perspectiva: las imágenes “horizontales” del conflicto entre israelíes y palestinos es desplazada por la “vertical” de lucha entre los pueblos y el gobierno. El campamento de Mas´ha fue en sí mismo un ejemplo de dicha transformación. El encuentro entre israelíes y palestinos participando en una lucha conjunta contra la construcción del muro de la segregación en el pueblo, se convirtió en un prolongado encuentro cara a cara, donde los miembros de ambas comunidades pudieron conocerse entre ellos como individuos y crear una genuina, aunque temporal, comunidad sin ilusiones sobre la imposibilidad de terminar la ocupación únicamente a través de la acción popular. Para ambos lados, la lucha conjunta puede ser una intensa experiencia de unidad, que por extensión puede crear un modelo para esfuerzos futuros, como pueden demostrarlo estas declaraciones de participantes israelíes y palestinos en las protestas:
Nazee: Queríamos mostrar que la gente israelí no es nuestra enemiga; darle una oportunidad a los israelíes de cooperar con nosotros como buenos vecinos y apoyar nuestra lucha… nuestro campamento demostró que la paz no será construida con muros y separación, sino por la cooperación y comunicación entre los dos pueblos viviendo en esta tierra. En el campamento de Mas´ha vivíamos juntos, comíamos juntos y hablábamos juntos las 24 horas del día por cuatro meses. Nuestro miedo nunca fue del otro, sino de los soldados y colonos israelíes.
Oren: Las generaciones jóvenes israelíes se han dado cuenta que el mundo ha cambiado. Vieron el muro de Berlín caerse. Saben que la seguridad detrás de un muro es ilusoria. Pasar tiempo juntos en el campamento nos ha probado que la verdadera seguridad se basa en el aceptar al otro como igual, en el respeto al derecho del otro a vivir una vida completa y libre… [luchamos] para derribar paredes, y barreras entre los pueblos y las naciones, creando un mundo que hable un lenguaje, el lenguaje de la igualdad de derechos y la libertad.

En contraste con la lógica de separación como con las iniciativas inofensivas de diálogo, la resistencia conjunta en Palestina/Israel sigue siendo un campo abierto para extender y presionar las fronteras de la cooperación israelí-palestina, en una lucha que a pesar de sus imperfectas condiciones puede aun momentáneamente manifestar la esperanza de que los judíos, palestinos y otros puedan un día vivir en esta tierra juntos sin clases, Estados o fronteras.

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1Traducido de la reimpresión hecha por Vernon Richards, en el libro: British Imperialism and the Palestine Crisis: Selections from the anarchist journal Freedom, 1938–1948 (Londres: Freedom Press), pp. 24 – __
2Su traducción literal es “Tomarse la calle” y consiste en acciones no violentas donde se toma una avenida para llevar a cabo una fiesta; pueden hacerse como crítica a la sociedad de consumo que privilegia a los automóviles y no a los peatones, pero también han sido utilizadas bajo otras reivindicaciones usuales del movimiento antiglobalización (Nota del Traductor).
3El nombre original de la iniciativa en ingles es: Food not Bombs (Nota del traductor)
4En español en el original (Nota del traductor).
[La traducción al castellano de este capítulo ha sido tomada de https://network23.org/vargarquista/2014/07/12/los-anarquistas-y-la-cuestion-palestina/.]


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