domingo, 5 de enero de 2014

Las 7 Aes de la Idea Anarquista


[Texto anónimo originalmente publicado en Vacaciones en Polonia, Madrid, 2011, # 6; luego reproducido en El Libertario, # 66, mayo-junio 2012]

 Armonía natural. Tierra como fuente de riquezas, abandono del modelo urbano superindustrializado por malsano y constrictor. Reducción drástica de la tecnología.

Amor libre. El contrato matrimonial y la familia como centro nuclear de poder se desvanecen ante unas relaciones de afecto no instituidas, no jerarquizadas ni constreñidas, sino libremente elegidas y disfrutadas sin tapujos.

Acción directa. Toda actividad visible al público llevada a cabo sin delegación y basada en la toma de decisiones propias.

Ausencia de dinero. Símbolo, santo y seña del capitalismo, es una de las primeras cosas a ser desterradas de la sociedad comunal. Hay apuntes sobre cómo operar sin la mediación de la moneda, por ejemplo en La abolición del dinero (1924) que esbozó Federico Urales. En cuanto al modo de cuantificar el trabajo, una opción que se aplicó durante la Revolución española de 1936, con la llamada “cartilla familiar”, fue el cómputo en bonos de tiempo, sin distinción de categorías profesionales, y no pagado con un salario.

Autogestión y laboro. Bienes comunales. Posesión colectiva de los medios de producción. Colaboración según las capacidades y reparto según las necesidades. Jornada laboral ceñida a satisfacer las necesidades de la colectividad y reducida al mínimo por el reparto de tareas, su rotación y la automatización del trabajo alienante, cuestionando rigurosamente el pro y contra de las supuestas bienhechoras, las máquinas. Una de las constantes del pensamiento anarquista es, junto a una educación integral racionalista, el trabajo como medio para el desarrollo de las capacidades y no como fin. Fue cosa de Fourier el idealizar el trabajo para hacerlo atractivo, al punto que en casi todas las utopías socialistas el obrero acude risueño a su puesto, eso si, para realizar un trabajo multidisciplinar, no especializado, y de corta duración. La diferenciación entre trabajo y ocio desaparece, en fin, ya que todas las actividades son libremente elegidas y afrontadas casi como juego, posibilitando el cultivo de la sensibilidad y los sentidos. En términos freudianos, el principio del placer ha de guiar al principio de realidad.


Acuerdo común (o apoyo mutuo). Así llama Kropotkin a la manera de relacionarse y organizarse: «Habituados como estamos por hereditarios principios (…) llegamos a creer que los hombres iban a destrozarse unos a otros como fieras el día en que el polizonte no estuviese con los ojos puestos en nosotros, y que sobrevendría el caos si la autoridad desapareciera. Y sin advertirlo, pasamos junto a mil agrupaciones humanas que se constituyen libremente, sin ninguna intervención de la ley». Hay una vasta parte de nuestra vida en la que sólo se obra por acuerdo común, y muchas otras se llevarían a cabo de la misma manera sin mediaciones coercitivas. Kropotkin saluda esa “red formidable de asociaciones de todas clases” que operan concertadas por todo el mundo, y pone como ejemplos el servicio de correos, de ferrocarriles, las sociedades científicas y artísticas, las organizaciones fluviales y campesinas, etc. de su tiempo.

Asociacionismo: Siguiendo a Proudhon, la federación es una forma no de gobierno sino de organización, de administración descentralizada de la producción y de los intercambios. El anarquismo entendido como ideario sociológico puramente administrativo. La Federación Local substituye al Municipio, y la sección sindical tiene la sola misión de administrarlo. Dentro del municipio, las agrupaciones de personas pueden unirse por afinidad, mismo oficio, etc… La democracia es directa, no delegativa o representativa, sino basada en la consulta permanente y sin trámites, en referencia a una cuestión concreta (no abstracción ni generalidad), para resolverla sobre el consenso común y sobre la marcha en el momento de plantearse; una suerte de casuística analizada in situ, en la práctica y no en base a una teoría previa que flota en el mundo cerebral de las ideas generales. «Antes que teóricos que sacrifican su razón a su sistema, somos revolucionarios que queremos que las teorías sean hijas de la razón y de la práctica» apuntaba F. Urales. A todas horas se podría destituir, cambiar o exigir pronta y estrecha cuenta a los administradores que se extralimitasen en sus deberes, lo que en las democracias capitalistas impiden los intereses de partido, las exenciones o prebendas políticas y las triquiñuelas del aparato jurídico. Del mismo modo el pacto o contrato, sin intermediación alguna entre los implicados y revocable en cualquier momento, operaría como medio de relación, de transacción y de acuerdo. Como señala Urales en La evolución de la Filosofía en España (1934): «No hay pacto único, general y permanente. Hay la diversidad de contratos, rescindibles y anulables».


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