Logan M. Glitterbomb
No es ningún secreto que muchos en el seno de círculos de liberación libertarios, anarquistas, socialistas radicales, feministas y queer, son, en el mejor de los casos, críticos hacia la institución del matrimonio. Sus raíces como ceremonia patriarcal basada, entre otras cosas, en una visión distorsionada de los derechos de propiedad, sus vínculos históricos con el autoritarismo de la iglesia y el estado al momento de decidir quién es apto para contraer matrimonio, incluyendo leyes de «pureza racial» históricas aquí en EE.UU, y el sinsabor de un registro histórico de retención de algunas personas en relaciones abusivas a largo plazo; todo esto da mucha tela que cortar para los críticos, así que no es de sorprender que semejantes radicales presenten estos análisis. Pero lo que discutiremos hoy son los numerosos beneficios y privilegios asociados al matrimonio como institución y lo que ello implica cuando se navega y se intenta sobrevivir en nuestra realidad política actual.
¿Qué es el matrimonio y por qué es tan importante para tantos? ¿Se trata meramente de una ceremonia religiosa y cultural que celebra un compromiso vitalicio entre compañeros ante Dios, ellos mismos y sus seres amados? Si ese es el caso, ¿por qué involucrar en primer lugar al estado? Bueno, porque este, como la iglesia, quería tener voz a la hora de decidir quién era apto para casarse y, por extensión, iniciar familias. Mas ¿debe el matrimonio involucrar al estado? No. En muchas partes del mundo, los matrimonios por derecho consuetudinario, las ceremonias religiosas privadas e inclusive solamente un compromiso personal manifiesto puede constituir un matrimonio legalmente vinculante sin necesidad de una licencia estatal que confiera permisos y con el estado actuando meramente como ente de registro que se limita a documentar. ¿Pero necesita el estado siquiera enterarse? Siguiendo la línea de pensamiento de Emma Goldman, Voltairine de Cleyre y otros, ¿es equiparable la institución del matrimonio al amor?
Bien, pues el matrimonio parece tener dos definiciones completamente diferentes que en ocasiones se entrecruzan. Primero, el matrimonio por diversión, amor, romance y compromiso. Luego, el matrimonio por provecho, una institución estatal que emplea su poder monopolístico para adjudicar permisos legales para casarse y conferir beneficios y privilegios a aquellos que se acogen a sus principios.
Matrimonio por diversión
Si bien muchos teóricos feministas y queer proponen otras alternativas al matrimonio y buscan redefinir completamente las estructuras relacionales predominantemente heteronormativas y cisnormativas presentes hoy, pocos objetarían la compañía amorosa de número y formación que mejor convenga, la unión en un compromiso vitalicio o incluso el llevar a cabo una ceremonia para celebrar tales compromisos voluntarios. En tanto el estado o la iglesia no se entremetan para impedir que las partes insatisfechas se retiren si el compromiso ya no satisface sus necesidades, entonces se trata de un arreglo voluntario en su mayor parte, propenso a los problemas propios de la mayoría de interacciones humanas en tanto se trata de seres imperfectos.
El matrimonio puede ser divertido. Si ustedes y sus compañeros desean llevar a cabo un ritual que exprese su amor los unos por los otros frente a testigos, adelante. Sean creativos. Hagan bodas colectivas, creen nuevas ceremonias basadas en nuevas o antiguas religiones, o en ninguna, o háganlo para mantener viva su cultura y tradiciones de cara al colonialismo. Pero sea cual sea la razón, el estado no tendría por qué involucrarse. Eso es lo gracioso, el matrimonio por diversión siempre ha sido válido para aquellos que no se molestaron en pedirle permiso a la iglesia o al estado.
Así que ¿por qué, con tantas críticas válidas contra este, se convirtió el matrimonio en el rostro del movimiento por los derechos gay por tanto tiempo? ¿Por qué concentraban sus esfuerzos tantos queer radicales en campañas de organización comunitaria más prácticas y útiles al tiempo que redefinían las definiciones tradicionales de familia y relaciones en general, fuesen románticas, sexuales y platónicas, y se casaban con sus compañeros sin reconocimiento estatal en sus propias ceremonias, mientras tantos otros encabezaban resueltamente la causa del matrimonio gay sancionado por el estado como una de las más grandes metas del movimiento por los «derechos civiles»? Bien, pues, fuera de la asimilación y la política de respeto (tema para otro ensayo), se reduce todo a una cosa: beneficios.
Matrimonio por provecho
Citando a Emma Goldman:
«El matrimonio es primariamente un arreglo económico, un pacto de aseguramiento. Difiere del acuerdo de aseguramiento ordinario en que es más vinculante, más exigente.»
Con más de 1000 beneficios diferentes ligados a la institución del matrimonio, variando de estado en estado en los Estados Unidos, incluidos el acceso a prestación de servicios de salud, beneficios de supervivencia, derechos a la herencia, derechos de visita en hospitales, recortes tributarios, derechos de custodia de niños y ciudadanía, no es de asombrar que muchos vean el matrimonio como una gracia salvadora en muchas circunstancias críticas. De hecho, los matrimonios por «tarjetas verdes», los matrimonios por beneficios de salud y por cosas tales son bien conocidos. Incluso se ha visto el caso de personas queer que contraen matrimonios simulados consensuados con sus amigos heteros por sus beneficios en servicios de salud. Con tantas barreras de acceso a tales beneficios en nuestro panorama político actual, estos matrimonios por beneficio son ventajosos para la supervivencia en circunstancias individuales.
Pero ese es el quid de la cuestión: no se trata de reconocimiento estatal, se trata de beneficios. Y la cosa es que se trata de beneficios que todos merecemos, independientemente de nuestro estado civil, nuestras elecciones sexuales personales o nuestras estructuras relacionales (o ausencia de ellas). No debería castigársenos por ser poliamorosos, solteros o no casados. El matrimonio gay significó acceso a estos privilegios a una pequeña porción de la comunidad queer: aquellos que deseaban ser justo como toda otra pareja monógama heteronormativa. Pero todos aquellos que por una u otra razón no se casan, queer o no, merecen atención médica, ciudadanía y cada uno de los otros miles de beneficios. Luchemos para hacer que esos derechos estén disponibles para todos aquellos que se ven afectados, no solamente para aquellos que siguen el camino preordenado, y en muchas ocasiones poco realista, establecido por la tradición.
Así que casémonos por diversión y, aprovechando la ocasión, olvidémonos de notificarle al estado. Pero entendamos a la vez que explotar las licencias estatales es una táctica de supervivencia en un mundo donde la mayoría de las ganancias y beneficios están trucados para quedar en manos de unos pocos. Hasta que no saquemos al estado de nuestras vidas, todo será cuestión de supervivencia. Y por ello debemos luchar para acabar con la institución del matrimonio, aunque debemos evitar vilipendiar a aquellos que lo emplean para sobrevivir.
[Tomado de https://c4ss.org/content/49803.]
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