martes, 28 de julio de 2020

Península Ibérica: Vigencia e importancia para l@s anarquistas de reivindicar la Memoria Histórica



José Luis Gutiérrez

Veinte años después de la aparición del fenómeno que llamamos «memoria histórica» seguimos con un desconocimiento casi absoluto del proceso revolucionario que se abrió el 19 de julio de 1936 tras el fracaso en gran parte del país del golpe de Estado. Cuando sin él no se puede entender ni lo ocurrido en la zona gubernamental ni la represión golpista. Se reproduce lo ocurrido, en el actual régimen, en la década de los setenta. Desde los propios momentos de los hechos y después, se intentó no ya reducir su impacto sino también negar hasta su propia existencia. Pero también es verdad que en los propios círculos libertarios tampoco se le prestó demasiada atención. Se insistía en el 19 de julio, en la Revolución pero no pasaba de una reflexión histórica sin mayor aplicación y para adentro. Existían otros problemas que se consideraban más acuciantes: las propias diferencias internas sobre la interpretación del pasado de las organizaciones y la brecha generacional. Incluso la idea de que era posible, a corto plazo, repetir la jugada de 1936.
 

Así que entre unos y otros el proceso revolucionario de 1936-1939 permaneció en la oscuridad. Hasta hoy. Aunque es verdad que ha aumentado su presencia, a la vez que lo han hecho los estudios locales. Se han encontrado con el fenómeno de manera inevitable. Eso sí, continúa de manera significativa las diferencias entre los que podríamos llamar estudios de la academia y los que se hacen al margen de ella. De hecho, estos trabajos «marginales» son los que han desarrollado en mayor medida la memoria histórica. La academia llegó tarde, mal y cuando se abrió el nicho de mercado.

Si en las décadas anteriores las organizaciones, todas, habían mirado hacia otro lado en lo que respecta a la represión franquista, que es el origen y núcleo duro, de la memoria histórica, ahora, comenzaron a tenerla en cuenta. Eso sí cuando no les quedó más remedio. No olvidemos que el movimiento comenzó por una demanda ciudadana harta de callar, presionada por sus familiares que iban desapareciendo sin saber el destino de las circunstancias de los asesinatos, desapariciones, infamias, encarcelamientos, exilios, ni el destino de los restos de sus padres, hermanos, amigos, etc. Muchas veces, ya a punto de morir, encomendaban a hijos, nietos, hermanos saber qué había sido de aquel cuya fotografía había estado, durante años, oculta en una caja, una cartera o, en el mejor de los casos, colgado de una pared o en una mesilla de noche o aparador de la sala de estar.

Muchas de esas personas habían sido disciplinados militantes de las organizaciones que habían firmado el pacto que dejaba fuera cualquiera responsabilidad de la represión golpista y franquista. Incluso la búsqueda de la necesaria verdad histórica, Qué decir de la justicia o la reparación. Las tres palabras que rápidamente se convirtieron en referencia para el movimiento memorialista. Callaron, por disciplina y bajo la amenaza del ruido de sables. Olvidaron tanto que hasta terminaron por desconocer las exhumaciones que se realizaron entre 1979, a partir de las elecciones municipales, y 1982, cuando la transición se completó con la llegada al poder del PSOE renacido en Suresnnes y firmante de los Pactos de la Moncloa de octubre de 1977. Amnesia que ha llevado hasta buscar para exhumar fosas que ya lo habían sido.

Un movimiento cívico que, ninguneado en un primer momento, o intentado cooptar después, cuando se vio que no podía eliminarse, se salió de los estrictos marcos «públicos» impuestos por la transición: reparto de los papeles de bueno y malo entre PSOE y PP e inexistencia de todo aquello que se saliera de los marcos «públicos» establecidos en la participación institucional. Se llegó a calificar al movimiento memorialista de «privado» o ser «empresas». Y todavía hoy se repite la acusación. A pesar de que ya, prácticamente todo el memorialismo está cautivo o desarmado, atacado, ninguneado, infiltrado, subvencionado y desmantelado entre leyes, competencias y otras zarandajas.

Fue en este contexto en el que el inicial «apartidismo» de las asociaciones se fue sustituyendo por una lluvia fina que termina identificando represión franquista con represión republicana y al antifranquismo como una característica del antifascismo. Lo de la guerra patriótica y el antifascismo vendría más tarde, cuando de nuevo, con el apoyo, más o menos explícitos, de socialistas y comunistas, con sus viejas o nuevas organizaciones, dejaban de lado al mundo libertario. Más aún, se intentaba borrar que al golpe de Estado no se le respondió con una defensa antifascista del gobierno republicano, sino con un proceso revolucionario que adoptó muchas configuraciones, unas más profundas que otras, pero todas con el común denominador de su espíritu de creación de un mundo nuevo. Un mundo en el que desapareciera el caciquismo, tanto el viejo como el nuevo republicano, las desigualdades y, en definitiva, la sustitución de la administración de mujeres y hombres por la de las cosas. Un mundo nuevo en cuya construcción no sólo participaron libertarios sino también republicanos, socialistas y comunistas.

De nuevo se intenta repetir que desaparezca de la memoria e historia la revolución que estuvo detrás de la resistencia que el pueblo español opuso al golpe de Estado. Un proceso transformador que fue más allá de organizaciones y cuadros ideológicos. Que se nutrió de la participación de millones de personas de diferente ideología a las que les unía el deseo de aprovechar el momento para crear ese mundo nuevo por el que habían estado luchando hacía décadas. Hasta tal punto fue un proceso colectivo que no hay ni ideología ni, mucho menos, organización que pueda patrimonializarlo. Eso no significa no reconocer el papel vertebrador del anarquismo y la importancia del anarcosindicalismo en la formación de esa cultura radical que estuvo detrás de la respuesta al golpe de Estado. Frente a la defensa del estado burgués republicano existió la alternativa del plural proceso revolucionario que se puso en marcha en julio de 1936.

Sin embargo, el mensaje que se difunde es que la memoria histórica, centrada en la represión franquista, fue una cosa de golpistas y franquistas contra la República y los republicanos. En todo caso se apela al antifascismo. La revolución ni estuvo ni se la espera. Un saco en el que caben todos los reprimidos. Contradictorio porque en el afán acaparador incluye a quienes son denostados como irresponsables, asesinos y otras cuantas cosas más. En una especie de transubstanciación milagrosa los peligrosos anarquistas se convierten en republicanos asesinados. Algo que, desde el mundo libertario, debemos trabajar para que no sea así. No debe de interferir con las tareas individuales y colectivas que tengamos en el movimiento memorialista. No hacer de las exhumaciones un hecho partidario o electoral, como en demasiadas ocasiones ocurre, no significa que no debamos recordar a nuestros muertos, resaltar el papel que tuvieron y reivindicar sus ideales por los que murieron que no fueron precisamente los del régimen republicano. Es de justicia, en pro de la verdad y como reparación para todos aquellos que nunca la tuvieron. Entonces y ahora.

[Artículo publicado originalmente en el periódico CNT # 424, Valladolid, julio-septiembre 2020. Número completo accesible en https://www.cnt.es/noticias/periodico-cnt-no-424-julio-a-septiembre-2020-dosier-ecologia-social.]


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.