domingo, 5 de abril de 2020

Opinión: Hoy hablé con la vecina



Fran Fridom (periódico Gato Negro, Buenos Aires)

Y van algo más de tres meses desde que me mudé a mi nueva casa. En realidad decir “mi” es equivocado, ya que no es mía, sino que estoy alquilando. Decía, que desde que me mudé hace tres meses, los encuentros con l@s vecin@s siempre fueron esporádicos e incómodos. Se limitaban a “Hola, ¿cómo estás?” en el pasillo que compartimos para salir a la calle.

A veces el saludo tenía un beso en el cachete, y otras veces con la mirada alcanzaba. Lo que definía por uno o por otro era el apuro que cada quien tenía para con su rutina diaria. Como si de una molestia se tratase, intentaba evitar cruzarme con algún vecin@ que estaba saliendo o entrando por la puerta. “Estoy llegando tarde al laburo” era una de las excusas perfectas para evitar entablar una conversación. “Tengo que ir a pagar los impuestos” era la excusa más vergonzosa de todas.

Pero ahora que la realidad capitalista se encuentra como suspendida en el aire, y el Estado nos obliga a quedarnos encerrad@s en casa, las excusas para salir corriendo a hacer cosas que no nos gustan son menores (o al menos esto es así para un sector determinado de la sociedad que tiene un trabajo estable, en blanco y acceso al consumo, lo que comúnmente se conoce, de forma confusa, como “clase media”). El hecho de estar encerrades en nuestors búnkeres tecnológicos con poco o nulo contacto visual con otros cuerpos, genera que el hecho de cruzarte a une vecine en el pasillo pueda ser algo agradable.

Ella se llama Viviana y ronda los 50 años. Me contó que sus hijas se encuentran varadas en Brasil sin poder volver. Están bien, alojadas en un hotel, pero la constante incertidumbre hace que la ansiedad por momentos se vuelva intolerable. “Hay que ser positivos”, me dice y procede a contarme que está aprovechando para retomar actividades que le hacen bien pero que en el cotidiano capitalista no puede hacer, como pintar. Y me cuenta que también cocina mucho. De hecho, se dedica a la comida macrobiótica, un estilo de alimentación cuyo fin es la medicina. Somos lo que comemos en definitiva. “Voy a aprovechar este tiempo para armar recetas online, venta de comida a domicilio y clases online”, me cuenta. En momentos de cambios de la selva capitalista, quien no se adapta pierde.

Yo escuchaba su relato con sorpresa y diversión. Por un lado, hace tiempo que vengo deseando cambiar mi alimentación. He llegado a comprender que esta es un aspecto fundamental dentro de nuestras vidas, y es necesario tomársela con responsabilidad. No solo por las consecuencias directas que tiene sobre nuestro cuerpo, sino también por todas las consecuencias medioambientales que ocasionan la producción de carne industrial, así como el monocultivo de soya. Deforestación, asesinato de animales alimentados con basura que posteriormente nosotres comeremos, verduras infectadas de pesticidas, calentamiento global por la falta de árboles, etc. Ahora que me encuentro en cuarentena tengo más tiempo para las utilidades “mundanas” que en mi atareada rutina moderna suelo “sacarme de encima”. Entonces, decidí que iba a intentar educarme para cocinar y comer mejor, ya que después de haberme cocinado cuatro comidas se me van acabando las ideas para mezclar los alimentos. Y de repente, vengo a enterarme de que al lado mío vive una bruja que busca educar personas para que sean más saludables a través de la alimentación, porque claro, según me dijo ella, “yo no cocino con papa porque es muy pesada, tiene almidón y eso nos cae muy pesado”.

Así como ella me sorprendió a mí con sus saberes, yo le comenté que, al ser un millenial (personas nacidas entre 1982 y 1994) mi chupete fueron la TV, Internet y los videojuegos, y hoy en día que soy un ¿adulto? he aprendido a ganarme la vida haciendo publicidad en Internet. Justamente lo que ella necesita en este momento de vidas cybertecnologizadas para poder vender su comida y cursos. “¿En serio?”, me pregunta. “Sí”, le contesto. “Bueno, entonces podemos ayudarnos. Hagamos intercambio”, me propone. “Dale, pasame tu Instagram por mensaje”. Nos despedimos.

¿Puede ser que l@s vecin@s pasen a ser personas de carne y hueso y sentimientos y deseos y sueños y problemas como yo? El estrés y el vivir siempre apurad@s, con preocupaciones del mañana que nos roban el ahora, que pagar las cuentas, que pagar la tarjeta de crédito, y el trabajo. EL TRABAJO, pff, qué asco el trabajo, esa tortura en la cual se nos va la vida para enriquecer a algún patrón o al Estado. Cumplir horario, cumplir objetivos, rendir cuentas, dar explicaciones, competir con compañeres, solo 15 días de vacaciones (si tenes suerte).

El trabajo nos impide vivir, nos quita tiempo para amarnos, cuidarnos, conocernos, estudiar. No puede ser que ocho horas de nuestras vidas (o más en muchos casos) junto con nuestras energías vitales, se nos vayan, se nos escapen del cuerpo, dejándonos agotades. ¿Cómo estar sanes si nuestras preocupaciones se orientan a dejar nuestra energía en proyectos de otras personas para que se enriquezcan? ¿Existirá la posibilidad de una vida basada en relaciones de reciprocidad y no de explotación? ¿Acaso estamos condenades a “la productividad”, “al PBI”, a la “acumulación” y a la “ganancia”? ¿A eso le llaman “progreso”? ¿y dejar de pedir más policíaa y Estado en nuestras vidas?

Tal vez ahora que la Economía se encuentra paralizada y el mandato no lo ejerce el reloj de la productividad, podamos tomar este tiempo para reflexionar y pensar cómo queremos vivir y qué podemos hacer para empezar a materializar ese mundo nuevo que llevamos dentro de nuestros corazones.

Ahora me encuentro ansioso, junto a la puerta, esperando que pase otro vecine para cruzármele. Tal vez también podamos ayudarnos.

[Tomado de https://periodicogatonegro.wordpress.com/2020/03/25/hoy-hable-con-la-vecina.]

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