viernes, 3 de abril de 2020

Opinión: Desde Caracas, pensando en el retorno a la "normalidad"



Liliana Buitrago

Veníamos de dar una vuelta, ayer justo –¿o no fue ayer?, ¿hace una semana?, ¿dos?–  nos juntábamos los amigos como cada semana. Lo absurdo de la situación aún me espanta. “Ya nada es normal“, comenta la gente.

El tiempo de confinamiento en casa, distanciamiento social, cuarentena (indefinida), aislamiento voluntario, o como se le llame, es un tiempo que nos hace pensar en lo que deseamos y no podemos hacer –lo que hacíamos y ahora añoramos–, pero que pensamos podremos hacer luego de esta contingencia. También en lo que estamos considerando y naturalizando, haciendo normal, en el tiempo presente. Es decir, lo normal que pertenecía a nuestros hábitos y lo que vamos normalizando en el día a día, algo más perecido a lo normal como definido en la acepción 2 de la RAE:

NORMAL
Del lat. normālis.
    adj. Dicho de una cosa: Que se halla en su estado natural.
    adj. Habitual u ordinario.
    adj. Que sirve de norma o regla.
    adj. Dicho de una cosa: Que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano.

Sobre la primera acepción quisiera señalar que los procesos de naturalización, normalización,  no se dan de forma individual sino colectiva y en contextos en donde existen desigualdades en la oportunidad de exponer, visibilizar y hacer circular nuestras visiones del mundo. Es decir, lo que se logra naturalizar o considerar como normal se encuentra atado y condicionado por relaciones de poder (poder decir-comunicar por ejemplo) y a las normas que señalan las acepciones 3 y 4 ¿Quién fija las normas y reglas? Este es un tema ampliamente abordado en las ciencias sociales, la filosofía, los estudios culturales y las ciencias del lenguaje. No nos alcanza este texto para exponerlo a profundidad. Sin embargo, nos conecta globalmente una profunda sensación de extrañar y el deseo por el retorno a la normalidad, pero, ¿cuál normalidad?

Confinada a ser maestra y madre a tiempo completo sin remuneración por ello –y sin culpa por no romantizar el tiempo que ahora paso con mis pequeños– me pregunto, ¿hasta cuando seremos los mismos de siempre los que paguemos las inequidades del sistema?, ¿estamos ante una nueva forma de reproducción del capitalismo?, ¿cuánto confiamos en el Estado?, ¿cuánto en nosotros mismos?, ¿hasta qué  punto es esta una vida vivible? [1].

Tenemos una pequeña red en un chat en un servicio de mensajería. En él posteamos cualquier recurso que podemos para ayudarnos en la tarea de ser maestrxs por obligación. Las madres, y uno que otro padre, envían además mensajes optimistas, otro tipo de mensajes no son muy bien aceptados. En el otro chat está la ayuda psicológica, mientras, la comida sigue alcanzando. Pero, hace rato que no alcanza, hace rato que hay una desigualdad profunda en el acceso global a la comida y nadie decretó una emergencia ante ello ¿Es eso normal?

Jesús vive en una de las esquinas de San Bernardino. Su colchón está más allá de la segunda acera, detrás de la pared con el árbol seco de mengua. Cada mañana espera que llegue la cena que baja y se recolecta por el bajante de los once pisos del edificio contiguo, tal vez hoy haya suerte y venga alguna mascarilla por allí para que la patrulla no vuelva a molestarle.

Cada Estado maneja la situación por su cuenta, bajo fuertes presiones políticas y económicas particulares que le hacen aplicar políticas globalmente discontinuas, irregulares y diversas, por ello la cooperación internacional ha sido frágil, muy frágil. La institución con algo de legitimidad – y menos mal que aún existe algo con legitimidad en medio de la administración global de este desastre humano –, la OMS, depende del sector privado. Un 80 % de los recursos de esta institución provienen de donaciones, empresas y fundaciones privadas [2]. Entiéndase bien, el valor de la solidaridad en lo público no existe bajo el neoliberalismo. Estamos sufriendo una pandemia de inoperancia del cuido global que se delegó a los Estados y con los que aún, parece que de manera global, contamos como especie para salvar la situación ¿Es normal que no se pongan de acuerdo en nombre de una falsa soberanía, mientras se instalan lentamente zonas de sacrificio mundiales? Por ejemplo, el plan de respuesta humanitaria de la ONU para la gestión de la coronacrisis [3] señala zonas de mayor vulnerabilidad, zonas que podrían dejar a Italia o Estados Unidos detrás en el cálculo de muertes y enfermos con el virus, y entre las que se encuentra Venezuela ¿Será normal que a sabiendas de que estas zonas son más vulnerables no se esté actuando coordinadamente para atenderlas? ¿Puede el estado de excepción pasar a ser la normalidad? ¿Desde hace cuanto esto es así ya?

Salir en las mañana para Mirian, que vive en Catia, no es asunto fácil, desde hace unos años el hospital es una sala vacía sin posibilidades y recursos para hacer lo que aprendió de sus maestras enfermeras: cuidar. Sin embargo se le hace más sencillo en la calle donde vive, allí su vecina le cuida a la niña, la abuela Carmen le ayuda con el almuerzo para llevarse todos los días y ella a cambio trae unos limones y fruta en la tarde para aliviarles el susto a las viejas. No se sabe si el brebaje funciona pero de que vuelan vuelan.

En la línea del frente, como señala David Harvey [4], están los obreros de la salud, los que ponen el cuerpo para cuidar a los enfermos de la pandemia. Ahora mismo en EEUU, el país con mayor cantidad de casos con coronavirus en el mundo, hay profesionales de la salud que no han podido hacerse las pruebas y reclaman cómo el trato es diferenciado por clase, fama, y las típicas formas de diferenciación que la ficción del estado de bienestar no visibiliza. En algunos países se ha denunciado cómo se hace selección de pacientes a atender o dejar morir, en una operación naturalizada como ¿cuido biopolítico? –¿del sistema económico? – en donde son evaluados como más valiosos los jóvenes  – ¿por quienes?– Uno se pregunta: ¿quién y cómo se estableció este criterio? ¿No debería ser normal que todos sean salvados?

Pierre teclea en la punta de sus dedos la nota de esta semana, le alivia seguir desde casa en el trabajo de redactor al que casi renuncia el mes pasado. Nadie como él escribe mejor sobre salud y espectáculos. El cantante en terapia intensiva, el rey sin corona, la cantante comunista. Por lo menos mientras siga la crisis, y el internet que nunca le falla, habrá trabajo. Esta semana tiene buenas fotos de las salas de emergencia, lástima que la mejor se la rechazaron porque el medico no tenia mascarilla. La infodemia [5] avanza.

Estamos en plena saturación mediática del acontecimiento al punto que no podemos ver más abajo del nivel de saturación cómo se desarrolla en este momento una guerra por el petróleo en el seno de la OPEP, cómo se suben los aranceles tributarios en Venezuela, cómo siguen avanzando los femicidios, o cómo se siguen asesinando a líderes ambientales en Latinoamérica, por ejemplo.

Por otra parte, el relato del héroe, con el que las redes nos inundan, pasa por debajo de la mesa que las profesiones del cuido (enfermerxs, maestrxs, bomberxs, por nombrar a algunxs) son, en especial en Latinoamérica, muy mal pagadas en el mundo. Sin contar que el trabajo de reproducción de la vida en los hogares –mal llamado doméstico– no es remunerado, estando a la base de la reproducción misma del capital.  Cuando se nos confina al espacio privado de nuestras casas, en especial para aquellos avocados al cuido de niños, ancianos o enfermos ¿cómo puede ser normal o esperable que este trabajo sea sostenible sin una remuneración por dicho trabajo? Ya se han activado campañas mundiales, como en el Reino Unido o Ecuador, exigiendo el pago equitativo de una cantidad de dinero fija mientras dure la emergencia, para mantener la vida de cada ciudadano.

Elisa se levanta cada mañana a pie del Ávila, mira al cielo que nota cada vez más azul y transparente. La ausencia de tráfico ha dejado a la ciudad y su cielo más limpios. ¿Será verdad lo de los delfines en Venecia?, se pregunta. En su casa de 200 mts cuadrados, vive con su pequeño (en el edificio continuo a la acera donde vive Jesús). Le ha pedido a Ana que se quede en casa para ayudarla en la limpieza y que esta vez se traiga a su hijo con ella para que el pequeño tenga con quien jugar. Ana piensa en su gente mientras limpia la casa con cloro para que el virus no los toque nunca, en el asma de su niño, en su hermana que cruzó la frontera hace unas semanas y de la que no tiene noticias, y en cómo los abuelos deben estar preocupados. Piensa, a lo mejor será como la semana del apagón [6] y regresarán pronto a verlos, ¿o no?.  Estamos aprendiendo a lidiar con la incertidumbre desde donde nos conectamos. ¿Era normal vivir conectados en la incertidumbre?

La OPS y la OMS identificaron que entre las principales amenazas para la salud en 2019 se encontraba una posible pandemia por influenza, aunado a la contaminación del aire y el cambio climático (nueve de cada 10 personas respiran aire contaminado) [7]. La pandemia actual es solamente un aspecto de la crisis civilizatoria producida en el marco del Antropoceno / Capitaloceno; junto a la pérdida de biodiversidad, el cambio climático, los incendios globales, todos conectados [8]. ¿Es normal que ya sabiendo lo que iba a pasar algo así, no estuviésemos preparados o en mejores condiciones para afrontar la emergencia?

El capitalismo se está adaptando a un ritmo bastante predecible. En un clic las marcas mundiales modifican sus logos para expresar el distanciamiento social [9], un síntoma de que el sistema muta para perpetuarse y que el distanciamiento es ya una forma de consumo.

Mary recogió hoy temprano por la lluvia. Como no hay clases no está yendo a la escuela. Dar clases de wayuunaiki en el patio se le hace más agradable, aunque el descanso hoy le ha hecho bien. Tiene ya 12 alumnos de la comunidad y algunas semanas con malaria. El agua no llega lo suficiente para mantener la siembra y la cabecera del río se está secando. Levantarse mañana a seguir sembrando en la cabecera para que no se seque es vital.

El retorno a la normalidad ¿Cuál? La vida que llevábamos antes de la cuarentena y la que ahora tenemos son vidas no vivibles. El quiebre en el tiempo de la producción económica capitalista nos confronta a pensarnos nuestro lugar en la reproducción de la vida. La reestructuración requerida para generar las transformaciones que nos hagan revertir la profunda desigualdad – hoy más evidente que nunca- las injusticias sociales, las injusticias climáticas, la no futurabilidad, la guerras de salud, la imposición del crecimiento sin límites y la incomprensión de la diversidad de formas y modos de vida no solo es urgente, sino impostergable. No podemos seguir imaginando la vuelta a la normalidad sin cuestionarla. Como señala Carmona [10], “la pandemia actual es el signo de que la naturaleza se ha vuelto un agente histórico, con el que hay que contar de aquí en adelante“.

Vivíamos/¿vivimos?/¿mal vivimos? en un mundo axiomáticamente condicionado al desarrollo, y es precisamente bajo este axioma que la normalidad que extrañamos e impera en los imaginarios globales no es posible porque es paradójicamente la causa de la contingencia que atravesamos ¡El retorno a la normalidad es hoy el mayor de los riesgos!

Por la vuelta a la normalidad aboga hoy la corporatocracia mundial que hoy exige la vuelta de los trabajadores a sus puestos de trabajo[11]. Si la vuelta a la normalidad implica dar la vida y poner el cuerpo para salvar un sistema económico de muerte, decimos no al retorno a esa normalidad.

Mientras, extrañamos los cuerpos de nuestros amores, el encuentro con los otros y deseamos pronto volver a vernos sin la mediación de una pantalla.

Notas:

[1] Para Orozco (2012) , desde la economía feminista, la discusión sobre la vida vivible, la vida que merece la pena ser vivida implica abrir un debate en torno al buen vivir partiendo del reconocer la vulnerabilidad, la interdependencia y la ecodependencia. Ello conlleva a establecer las condiciones de posibilidad de la vida y cómo colectivizar las responsabilidades de garantía de esas condiciones de posibilidad. Disponible en: https://rebelion.org/de-vidas-vivibles-y-produccion-imposible/

[2] Dardot y Laval (2020) https://aterraeredonda.com.br/nada-podera-ser-como-antes/

[3] http://onu.org.ve/para-combatir-el-coronavirus-a-nivel-global-la-onu-lanza-un-plan-humanitario-de-2000-millones-de-dolares/

[4] http://www.sinpermiso.info/textos/politica-anticapitalista-en-tiempos-de-covid-19

[5] Franco Berardi (2020)  http://lobosuelto.com/cronica-de-la-psicodeflacion-franco-bifo-berardi/

[6] En Venezuela hace una año ya que el servicio eléctrico colapsó por más de una semana en Caracas y por mayor cantidad de días en otras zonas, dejando a el país entero sin luz, este episodio se recuerda como “el apagón² y marca un hito en la historia de la crisis económica reciente en el país.

[7] https://www.paho.org/hq/index.php?option=com_content&view=article&id=14916:ten-threats-to-global-health-in-2019&Itemid=135&lang=es.

[8] Para un análisis de estas conexiones en clave ecopolítica recomendamos las lectura de

Kothari, Escobar, Salleh, Demaria y Acosta (2020) https://www.opendemocracy.net/en/oureconomy/can-coronavirus-save-planet/

Terán Mantovani (2020)  http://www.ecopoliticavenezuela.org/2020/03/19/el-coronavirus-mas-alla-del-coronavirus-umbrales-biopolitica-y-emergencias/

Francisco Javier Velasco (2020)  http://www.ecopoliticavenezuela.org/2020/03/19/un-estornudo-que-sacude-al-mundo-algunas-consideraciones-en-torno-al-coronavirus-la-crisis-civilizatoria-y-el-colapso-global/

Elsa Gabriela Rodríguez Pérez (2020) http://www.ecopoliticavenezuela.org/2020/03/26/coronavirus-conexiones-ocultas-narrativas-entretejidas/

[9] https://www.marketingdirecto.com/anunciantes-general/anunciantes/mcdonalds-deja-corra-aire-entre-arcos-amarillos-parar-pies-covid-19

[10] https://www.elsaltodiario.com/el-rumor-de-las-multitudes/componer-con-gaia-el-problema-de-la-libertad-en-tiempos-del-coronavirus

[11] https://www.eldiario.es/internacional/coronavirus-EEUU_0_1009649972.html

[Tomado de http://www.ecopoliticavenezuela.org/2020/03/30/el-retorno-a-la-normalidad.]

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