miércoles, 22 de abril de 2020

En pie contra los nuevos rostros del totalitarismo




Jacinto Ceacero

“En la cárcel y con miedo”. Este dicho metafórico popular describe con mucha clarividencia y exactitud la situación social que vivimos, especialmente en las sociedades más desarrolladas y tecnologizadas. La inmensa mayoría de la población no somos “auténticamente libres”, tanto en el plano individual como a nivel de colectivos organizados, aunque el “sistema” haya conseguido hacernos creer que sí nos “sintamos libres”, en lo que es una mera sensación de pseudo libertad que no refleja la auténtica realidad.

El “sistema” ha sabido aprovechar tanto los grandes avances científico-tecnológicos y las nuevas tecnologías como las aportaciones experimentales de otras ciencias, como la psicología, para implantarnos esa ilusión.
 

Así, se está logrando la implantación del pensamiento único, convergente, servicial, consumista, individualista, banal, superficial, depredador de recursos, controlado y sometido a los dictámenes del “sistema”; y que tan solo aspiremos a seguir en la “cárcel”, sometidos al autoritarismo, inconscientes, idolatrando a los dirigentes, perpetuando sus normas y puntos de vista. Hemos hecho nuestro su discurso, sus valores, sus motivaciones, sus intereses, su proyecto, y además lo defendemos, incluso lo votamos y los ponemos al frente para que nos dirijan.

¿Por qué decimos que estamos en la “cárcel”? Sinceramente estamos asistiendo a un proceso continuado de recortes de derechos y libertades; un proceso de desmantelamiento de todo lo que supuso en Occidente la Ilustración y más recientemente la revolución de Mayo del 68; hay un intento de acabar con todo vestigio de la transformación social que supuso ese movimiento a nivel de relaciones humanas, de derechos civiles y humanos, de libertades individuales y colectivas, en el plano político, social, personal... Está restringida la libertad de expresión, de comunicación, de pensamiento; la autocensura es el mayor de los enemigos que tenemos inoculados; el respeto a lo “políticamente correcto” es la prueba evidente de nuestra derrota y de su éxito. Piensan por nosotros y nosotras.

Podemos consensuar que vivimos en la“ cárcel”, quizás una cárcel de paredes y techo de cristal, como el movimiento feminista ha descrito metafóricamente la situación de la mujer en esta sociedad capitalista y patriarcal, pero al fin y al cabo, una cárcel en la que la mayoría jugamos a ser reclusa, o lo que es peor, solo nos dejan ser reclusa, solo nos permitimos ser reclusa.

Y lo preocupante no es únicamente estar en la “cárcel”, sino tener además miedo al no ser conscientes de esta circunstancia. ¿Qué más te puede pasar que perder la libertad?

Ese es el gran logro del sistema y el poder, el gran logro de los nuevos rostros del totalitarismo en el siglo XXI, un totalitarismo interiorizado por la población sin necesidad expresa de violencia, represión explícita o guerras invasivas: hacernos creer que somos libres.

Qué familiar nos resulta Aldous Huxley,en 1932, cuando en su novela futurista y de alguna manera utópica, Un Mundo Feliz, describía una sociedad “segura”, avanzada tecnológicamente, con una ciudadanía programada genéticamente para integrarse en ella con el solo objetivo de producir, consumir y obedecer; una sociedad creada sin enfermedad y dolor pero en la que queda abolida la cultura, la literatura o la libertad individual.

También, todo este mundo robotizado, deshumanizado, sumido en el totalitarismo, que adelantó proféticamente George Orwell cuando escribía su novela 1984 allá por el año 1949, inventando un mundo con una sofisticada y tecnificada humanidad, gobernada por un partido único con un Gran Hermano que lo dirigía y que acabó con la libertad y la autonomía personal. Una sociedad para la cual lo que importa es el control técnico de las conductas individuales y en última instancia el control de la propia naturaleza humana con el objetivo de crear una nueva especie, sumisa, sometida, reprogramada genéticamente, diferenciada de la anterior especie humana autónoma a la que niega así su creatividad y evolución.

Lo mismo sucede en la novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, publicada en 1953, en la que se describe una sociedad en la que quedan prohibidos los libros y la lectura, porque perjudican el pensamiento individual y también a la sociedad, para así garantizar la prohibición de pensar y con ello la capacidad de actuar. Leer y pensar se consideran contrarios a la “felicidad” que se ha impuesto/implantado a los débiles cerebros de toda la población, especialmente a través de la televisión, para que el ser humano solo haga tareas mecánicas, rutinarias.

Foucault, por su parte, hacia 1974, usó por primera vez el término biopoder, bio-política, planteando que el control en la sociedad capitalista no se establece únicamente a través de la ideología, de la conciencia, sino que requiere el control del cuerpo, de lo biológico, de lo somático, en el sentido de que el poder político abarca todos los aspectos de la vida, lo que pensamos, lo que sentimos y cómo nos comportamos.

En esta misma dirección apunta Imre Kertész en su libro póstumo La última posada, de 2016: ¿No nos aguarda un fascismo discreto, con abundante parafernalia biológica, supresión total de las libertades y relativo bienestar económico?

Ahora, el totalitarismo adquiere nuevos rostros sofisticados, psicológicos, subliminales y su éxito radica en que es la población quien lo defiende. Es la era política de la posverdad, la verdad alterna, el decir lo contrario de lo que muestra la evidencia, el contemplar que los hechos objetivos influyen en la opinión pública menos que las emociones y las creencias personales o supersticiones de la comunidad, la posverdad como mentira asumida como verdad por las creencias previas. Como indica el filósofo A.C. Grayling, en la era de la posverdad, las redes sociales son imprescindibles ya que mi opinión vale más que los hechos y con las redes todos podemos publicarla.

Asistimos a la dictadura de la cultura on-line, de las redes sociales fomentando la banalidad y superficialidad de la información, redes con una capacidad viral que nos sobrepasa y mediatiza, capaz de anteponer la mentira de un twit al conocimiento de toda una investigación.

Asistimos a la publicidad engañosa para el control social. Nos dotamos de un coercitivo, castrador y manipulador sistema educativo al servicio de los mercados que propicia el adoctrinamiento e impide el pensamiento crítico y la formación integral.

Fomentamos la idealización de los modelos sociales del éxito económico fácil; el logro de la felicidad material de forma inmediata; el culto al cuerpo y la imagen personal; la tiranía de las marcas y las modas.

Se usa maquiavélicamente el terrorismo, el integrismo, la violencia, la inseguridad, el miedo... para justificar las medidas de control social y leyes represivas, hasta paralizarnos y hacer que demandemos cámaras de vigilancia y seguridad en nuestra vida pública y privada.

La xenofobia, el racismo, el nacionalismo autárquico forman parte de nuestra taxonomía de valores junto al consumismo, el desarrollismo, la degradación de las condiciones laborales y sociales, para anular la capacidad de respuesta.

Hasta qué punto de alienación hemos llegado con este nuevo totalitarismo de rostro persuasivo y seductor, cuando somos capaces de aportar voluntariamente, generosamente, exhaustivamente, toda la información privada y pública de nuestras vidas a ese nuevo Gran Hermano orwelliano que hoy representan las redes sociales como Facebook, Twitter...

Como resume El Roto en una viñeta de finales de enero de 2017: “Cerrad las fronteras, bloquead las puertas, taponad las mentes”. Es el nuevo rostro del totalitarismo.

Sin embargo, como también cantaba el poeta Friedrich Hölderlin, siempre hay un lugar a la esperanza, a la utopía, a la confianza en la evolución permanente y a que la humanidad no habrá tocado techo.

En este sentido, afortunadamente, los movimientos sociales, de nuevo la sociedad civil, son quienes se están poniendo de pie y plantando cara a la política de ese nuevo rostro del totalitarismo. En el caso concreto de Donald Trump, de forma más específica, las mujeres de USA y del resto del mundo se están convirtiendo en la auténtica oposición.

Este hecho de lucha social, curiosamente, está siendo reconocido ahora por grandes popes de los medios de comunicación, grandes defensores del sistema democrático parlamentario, al estar poniendo en valor que la lucha en la calle es una buena herramienta, quizás la única, para que exista un freno a los desatinos totalitarios de Trump, mostrando así los límites de un sistema democrático que a todas luces se muestra insuficiente en su capacidad de respuesta ante la llegada al poder de este personaje-presidente a través de las elecciones.

[Artículo originalmente publicado en el periódico Rojo y Negro # 311, Madrid, abril 2017. Número completo accesible en  http://www.cgtmurcia.org/cultura-libertaria/publicaciones/rojo-y-negro/1778-rojo-y-negro-n-311-abril-2017.]


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