domingo, 15 de marzo de 2020

El catastrófico impacto ambiental de la minería, sea “legal” o “ilegal”



Francisco J. Velasco

Para evaluar los alcances del impulso a la minería en el que está empeñado el gobierno venezolano comenzaremos por señalar que la minería es una actividad cortoplacista pero con impactos y consecuencias a largo plazo, muchas de ellas irreversibles. Más que una opción de “desarrollo” la minería constituye un problema y como tal debe ser abordada.

La minería puede ser definida como el conjunto de actividades referidas al descubrimiento y la extracción de minerales que se encuentran debajo de la superficie de la tierra. Los minerales pueden ser metálicos (como oro y cobre) y no metálicos (como carbón, amianto, grava). Los metales suelen estar mezclados con una gran cantidad de otros elementos, pero ocasionalmente se encuentran grandes volúmenes de ciertos metales concentrados en un área relativamente reducida --el yacimiento-- de donde se puede extraer uno o más metales de manera rentable. Durante miles de años numerosos pueblos han extraído minerales de la tierra. Es sin embargo desde la revolución industrial que los minerales se han extraído y utilizado en cantidades exponencialmente mayores. En décadas recientes, esta tendencia se ha acelerado significativamente en todo el mundo. Es cierto que las sociedades humanas requieren de una determinada cantidad de minerales para satisfacer ciertas necesidades. Pero también es verdad que el consumo exageradamente desproporcionado está destruyendo las formas de sustento y la trama ecológica de la que depende una gran parte de la humanidad.
 

Los impactos de la minería tienen que ver con la mina en sí, con los procesos de eliminación de residuos, con el transporte del mineral y con el procesamiento que, con frecuencia, involucra o genera materiales peligrosos. Las minas pueden involucrar diversas dimensiones, desde operaciones pequeñas que producen menos de 100 toneladas diarias, hasta grandes minas que mueven centenares de miles de toneladas. El método de explotación empleado para extraer determinado mineral varía con la modalidad, tamaño y profundidad del yacimiento mineral y los aspectos económico financieros de ese.

Hasta mediados del siglo XX, la minería subterránea era el método más común de extraer yacimientos masivos. Posteriormente las innovaciones en la tecnología y la fabricación de razadoras, niveladoras, palas y camiones de mayor tamaño y más potentes, hicieron posible el movimiento de enormes cantidades de materiales y promovieron la explotación en minas a cielo abierto. Sin embargo, en la actualidad siguen existiendo minas subterráneas, algunas de ellas muy grandes y profundas. A la mina subterránea se accede por un pozo o una rampa que desemboca en las galerías y niveles de producción, los cuales están conectados entre sí por pozos inclinados que sirven para acarreo de mineral y movimiento del personal. Se utilizan perforadoras y explosivos para romper la mezcla de minerales de la que se puede extraer uno o más metales -- bajo tierra.

Por lo general esta clase de minería tiene menores impactos en el ambiente que las minas a cielo abierto. La alteración que ocurre en la superficie de la tierra es de menor grado, pero puede igualmente tener efectos nocivos sobre el agua al contaminarla con ácidos y metales e interceptar acuíferos. Los mineros subterráneos están expuestos a situaciones aún más peligrosas que las que enfrentan los trabajadores de minas a cielo abierto, por el riesgo de derrumbes, mala calidad del aire y explosiones subterráneas. Las compañías mineras han abandonado gradualmente este método por un asunto de rentabilidad, aunque ciertos minerales como el carbón, el níquel, el zinc o el plomo siguen siendo principalmente extraídos con métodos de minería subterránea. Hoy en día, la mayor parte de los materiales se extrae mediante la modalidad de minería de superficie, lo que causa la devastación del ecosistema en el cual se instala generando deforestación, alteración y contaminación del agua, eliminación de la capa vegetal del suelo y destrucción de hábitats. Este tipo de minería incluye, entre otras, las minas a cielo abierto (por lo general para metales de roca dura), las canteras (para materiales de construcción e industriales, como arena, granito, pizarra, mármol, grava, arcilla, etc.), y la minería por lixiviación (aplicación de productos químicos para filtrar y separar el metal del resto de los minerales).

Aunque los impactos ambientales de la minería varían según el tipo de mineral y de mina, se trata de una actividad en sí misma depredadora e insustentable, puesto que supone la explotación de un material no renovable con métodos destructivos o contaminantes, como la voladura con explosivos, la trituración, la molienda, el lavado y clasificación de los minerales, la refinación y la fundición. En la actualidad resulta doblemente destructiva por su gran escala y por la tecnología que ha incrementado su potencial de producción.

En la etapa de exploración, actividades como la construcción de caminos de acceso, los mapeos topográficos y geológicos, la instalación de campamentos, los trabajos geofísicos, las investigaciones hidrogeológicas, la apertura de zanjas, la excavación de pozos de reconocimiento y la toma de muestras generan ciertos impactos ambientales nocivos.

Los impactos ambientales de la fase de explotación dependen del método empleado y de las características del lugar. Así, por ejemplo, en las áreas boscosas, la mera deforestación (de mayor alcance en los casos de minas de cielo abierto) genera impactos a corto, mediano y largo plazo. La deforestación conlleva la destrucción de los suelos, altera radicalmente el hábitat de centenares de especies endémicas (causando la extinción de muchas) y per-turba gravemente la preservación de un flujo constante de agua desde los bosques hacia los demás ecosistemas y centros poblados. En los bosques primarios la deforestación conduce a una veloz y fluida escorrentía de las aguas que provienen de las lluvias; esto se traduce a su vez en un incremento de las crecidas en los periodos lluviosos, debido a que el suelo ya no está en capacidad de contener el agua como lo hace cuando está cubierto por masas de bosque. Las voladuras y el ruido de las maquinarias afectan fuertemente a la fauna y a las poblaciones humanas de las cercanías. En las áreas intervenidas por la socavación, la erosión y la colmatación (sedimentación de lechos de cursos de agua) producen un gran desgaste en la superficie, al que se suman grandes acumulaciones de residuos de roca sin valor económico (material considerado estéril), que en ocasiones superan en tamaño a la superficie sacrificada para el proceso de socavación.

La minería requiere de un enorme consumo de agua que causa una reducción de la napa freática del lugar, afectando y eventualmente secando acuíferos, pozos de agua y manantiales; el agua que queda se contamina por el drenaje ácido que implica el vertido de mate-rial tóxico que puede durar siglos o incluso milenios. Por si esto no bastara, las partículas de metales pesados que gradualmente se van separando de los residuos, se esparcen con el viento depositándose en el suelo y los lechos de los cursos de agua e incorporándose progresivamente a los tejidos de muchos organismos.

En la etapa de procesamiento de los metales se utilizan productos químicos peli-grosos tales como cianuro, ácidos concentrados y compuestos alcalinos, que van a parar al sistema de drenaje. La perturbación y contaminación del ciclo hidrológico tiene efectos colaterales muy perniciosos para los ecosistemas del entorno y las personas. En lo que respecta al aire, el polvo que genera la actividad minera lo contamina, causando trastornos respiratorios y enfermedades en las personas, así como la asfixia de una buena parte de la vegetación. Con frecuencia se generan también emanaciones de gases y vapores tóxicos, sustancias generadoras de lluvia ácida y gases de efecto invernadero. Esta actividad minera exige el consumo de inmensas cantidades de madera para ser utilizada como combustible y en la construcción de infraestructura.

En la actualidad disponemos de los resultados de múltiples investigaciones, evaluaciones y testimonios que demuestran sólidamente que la minería inhibe seriamente la capacidad de una nación para dar basamento al crecimiento económico (esto considerado incluso dentro de las limitadas y sesgadas definiciones a las que suelen adherir los estados nacionales). Además, una parte importante de la pesada deuda externa que agobia a los países “más pobres” del planeta (entre ellos los latinoamericanos), se adeuda por capital que jamás fue invertido en el “desarrollo” independiente, sino en la construcción de infraestructura e instalaciones para transformar capital “natural” (oro, bauxita, hierro, cobre, coltán, agua, tierra, etc.) en valor de exportación.

Las comunidades locales, los pueblos indígenas y campesinos de los países y regiones que poseen mayor riqueza natural son los más afectados por los efectos negativos ambientales, económicos, políticos, sociales, culturales y de salud derivados de las actividades mineras. Comunidades que anteriormente dependían de los recursos naturales, experimentan daños inmediatos resultantes de las actividades de la gran minería. Sus formas de sustento se debilitan, sus organizaciones sociales se fragmentan y desestabilizan, sus culturas se empobrecen. Las compensaciones monetarias, cuando se pagan, no pueden reparar esas pérdidas y el legado de destrucción de las minas permanece incluso después de que son abandonadas. La mayor parte de los pobladores locales apenas si alcanzan a beneficiarse de trabajos con remuneraciones precarias y disponibles a corto plazo.

Presionados por las políticas macroeconómicas impulsadas por organismos multilaterales y centros de poder comercial y financiero global, los gobiernos y las élites de muchas naciones empobrecidas optan por la minería como actividad fundamental para generar divisas extranjeras. La imposición de procesos de desregulación y liberalización del mercado ha conducido al otorgamiento de concesiones, privatización y exenciones tributarias en beneficio de corporaciones multinacionales mineras. En todo el mundo, niveles más elevados de dependencia de la economía minera se correlacionan de manera estrecha con altos niveles de pobreza, analfabetismo, desnutrición y morbimortalidad. Igualmente se vinculan con grandes desigualdades en los ingresos, una vulnerabilidad más marcada ante las crisis económicas, tasas muy elevadas de corrupción, autoritarismo, ineficiencia gubernamental, incremento en los gastos militares, presencia de fuerzas mercenarias y grupos irregulares en las zonas de explotación, conflictos armados, fragmentación territorial y pérdida de soberanía. Todos estos son ingredientes que concurren en la conformación de una trama de alianzas entre actores estatales y para-estatales, de nuevos dispositivos de control del territorio que acrecientan la depredación, el despojo y la violencia. Alguna semejanza con las tendencias presentes en nuestra realidad no es mera coincidencia.

[Texto extraído del artículo titulado “Un fantasma depredador recorre Venezuela”, incluido en la revista Territorios Comunes # 3, Caracas, enero 2020. Número completo accesible en http://www.ecopoliticavenezuela.org/wp-content/uploads/2020/03/0-Territorios-Comunes-3_FINAL3.pdf.]


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