martes, 21 de enero de 2020

Ecologismo para los pobres, ecologismo para los ricos




Felix García M.

Eso debe quedar claro; no todo el mundo ve los problemas de la misma manera; para el África subsahariana el problema del SIDA es una cuestión de estricta supervivencia; para las multinacionales y para el gobierno de los Estados Unidos fue, un primer momento, un problema de controlar los derechos de propiedad de los laboratorios que producen los medicamentos adecuados y desde esa perspectiva orquestaron durísimas maniobras de presión sobre el gobierno de Sudáfrica. En la actualidad sigue siendo una cuestión de pura supervivencia para unos mientras que los otros han variado su posición y perciben la situación como un problema de seguridad nacional, lo que nos permite suponer que las soluciones serán diferentes según el enfoque que se dé del problema.
 
Este detalle es importante: la modificación de la actitud del gobierno de  Estados Unidos no se ha debido a ninguna toma de conciencia sobre la mortal epidemia en África, sino por las consecuencias que dicha epidemia podría tener para la seguridad de su propio país en un mundo en el que la movilidad de las personas es enorme. Es cierto, también, que la eficaz intervención de algunos grupos de Estados Unidos poniendo sobre la mesa la vergonzosa actitud del gobierno obligó a ceder, mostrando una vez más que determinadas actuaciones sólo pueden prosperar si son llevadas a cabo a espaldas del conocimiento de los ciudadanos. Por si acaso hiciera falta un segundo ejemplo, basta con dedicar alguna atención al enfoque que se está dando al serio problema de la inmigración en la Unión Europea y en los países de donde proceden esos inmigrantes, por no hablar ya de la voz de los propios inmigrantes que aceptan unas condiciones despiadadas para eludir la miseria sin esperanza ni futuro que asola sus lugares de origen.

Es cierto, por tanto, que viajamos todos en un mismo barco y eso va a permitir sin duda que se aceleren los enfoques más globalizadores. Pasos interesantes se van dando, sobre todo porque algunas de las catástrofes ecológicas más importantes, como fue el caso de la de Chernobil, afectan a países alejados del lugar donde se causaron los destrozos. También pueden servir de ejemplo los esfuerzos realizados para alcanzar acuerdos internacionales que limiten la emisión de clorofluocarbonados a la atmósfera, así como la estrecha cooperación científica internacional para analizar el problema acuciante del efecto invernadero. El ejemplo de la destrucción de la capa de ozono es quizás uno de los más claros. Al ser un riesgo que amenaza absolutamente a todo ser vivo y contra el que no hay protección local posible, los acuerdos han llegado mucho más pronto, aunque todavía no está resuelto definitivamente el problema. No obstante, no debemos ser excesivamente optimistas; incluso cuando las amenazas son reales y pueden afectar a todo el mundo, el afán de codicia y de obtención de beneficios, abaratando costos e incrementando ventas, puede ser demasiado fuerte y llevar a emprender aventuras desgraciadas. El mal de las vacas locas es un buen ejemplo de lo que digo; la difusión e implantación de los transgénicos sin excesivos controles ni regulaciones es otro ejemplo bien claro de la tendencia a hacer de aprendices de brujo.

Más discutibles resultan aquellos acuerdos mediante los cuales determinados países tropicales reciben unas subvenciones económicas para compensarlos de las renuncias que aceptan al dedicar amplios terrenos al crecimiento de bosques que permitan absorber las emisiones de dióxido de carbono que provocan el calentamiento de la Tierra. El riesgo en este caso puede venir provocado por una distribución del trabajo y la producción de la riqueza que deje en unos países el control de los ámbitos más decisivos y productivos y reserve para otros un ámbito más bien subsidiario y dependiente. En cierto modo, los países más desarrollados económica y tecnológicamente le piden a otros países que desarrollen un modelo de explotación de la riqueza que ellos mismos no quisieron aplicar en su día; su posición de privilegio y dominio procede en gran parte de ese modelo de dominación que siempre practicaron, pero que no dejan practicar a los que vienen detrás. El planteamiento sería más coherente si se ofreciera al mismo tiempo una modificación de los hábitos de producción y consumo en los países que en estos momentos disfrutan de un nivel de consumo desmedido. Absolutamente impresentables son las medidas encaminadas a exportar los residuos producidos por los países con mayores niveles de consumo a países empobrecidos, a quienes se pagan irrisorias cantidades por aceptar el papel de basureros del mundo.

Un planteamiento global del problema —por volver a la imagen del barco en el universo— puede significar una desigual redistribución de las zonas geográficas: del mismo modo que en los barcos podemos encontrar camarotes de primera y de tercera, sería factible, al menos a corto y medio plazo, reservar zonas de alta calidad medioambiental, en las que podrían vivir los más beneficiados por el sistema, y zonas de muy baja o nula calidad. En las primeras zonas se utilizarían tecnologías punteras, con escaso impacto medioambiental, pero de elevado costo; en las segundas
se utilizaría la tecnología que ya ha quedado obsoleta, incrementando los beneficios de las empresas instaladoras. Es bastante probable que los elevados fondos económicos necesarios en las zonas privilegiadas procedieran en parte de las zonas no privilegiadas. El conjunto, por descontado, nos mostraría un ecosistema bastante deteriorado, por lo que vengo diciendo: las radicales desigualdades y la injusta distribución del acceso a los recursos más elementales provocaría una situación de completo deterioro medioambiental.

Eso es algo que ya está ocurriendo en las grandes ciudades, con diferencias abismales entre las zonas de alto nivel y las severamente degradadas, se trate de Nueva York, La Paz o Calcuta; y se produce también en la ubicación de las industrias más contaminantes. Algo parecido ocurre con un bien escaso en muchas zonas del planeta, el agua potable; es un claro ejemplo de la posibilidad de alcanzar soluciones profundamente injustas, con claras pérdidas humanas en algunos sectores de la población. En este caso, además, el problema adquiere dimensiones políticas, siendo habitual el recurso a todos los medios de presión posibles, incluido los militares, para alcanzar un reparto del agua favorable a los intereses de determinados gruposy perjudicial para otros grupos. No es fácil llegar a entender completamente el conflicto entre palestinos e israelitas sin tener en cuenta la batalla que allí se está librando por el control del agua. Sin llegar a extremos tan dramáticos, el famoso Plan Hidrológico Nacional elaborado para España es un ejemplo modélico de la complejidad de los problemas medioambientales y de su íntima conexión con específicas propuestas de desarrollo económico y social.

Los actuales movimientos ecologistas que enfocan el problema desde esta perspectiva más globalizadora, en la que la dimensión social y política de los problemas pasa a primer plano, son los que no sólo muestran una mayor capacidad de análisis de la realidad sino también proponen modelos de organización y acción social más sólidos y coherentes. Si nos fijamos en luchas como la que están llevando adelante los habitantes del estado de Karnataka, los campesinos mapuches en Bio Bio o quienes en España se oponen contra la presa de Itoiz es fácil constatar cómo señalan claramente la raíz económica y política de las amenazas de destrucción de toda una zona, cuyos habitantes ven sus condiciones de vida gravemente amenazadas. El caso de los campesinos del valle de Karnataka, por tomar tan sólo un ejemplo, puede ser paradigmático. Se trata de un movimiento social orientado por lo que ellos mismos llaman un socialismo gandhiano.

Eso significa que la organización del propio movimiento es un ejemplo de democracia directa y participación de todos los miembros de la comunidad en la toma de decisiones en aquellos asuntos que son de su incumbencia. Eso exige, claro está, la creación de mecanismos de representación que aseguren que los problemas que afectan a varias comunidades se decidan mediante procesos de consulta en los que dichas comunidades se impliquen. Es más, la preservación de la calidad medioambiental debe conducir a una sociedad diferente en la que desaparezca todo lo que atenta contra esa calidad; el sistema de castas, el patriarcado y la intolerancia religiosa, son otras formas de opresión, discriminación y explotación que no tienen ninguna cabida en una sociedad que se preocupe de una apropiada configuración de su medio ambiente natural y social. Propuestas muy similares son las que aparecen en aquellos movimientos ecologistas que realizan un esfuerzo por comprender el problema en todas sus dimensiones y no olvidan, por tanto, la estrecha relación que existe entre un deterioro de la naturaleza (extinción de especies, granjas factoría, degradación del suelo, el aire y el agua...) y el deterioro de las relaciones sociales (opresión y explotación).

[Sección extraída del libro Senderos de libertad, que en versión original completa es accesible en https://docs.google.com/viewerng/viewer?url=http://www.acuedi.org/ddata/8365.pdf.]


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