jueves, 21 de febrero de 2019

Perspectivas anarquistas acerca de la Economía



Normand Baillargeon



Si queremos caracterizar brevemente la posición anarquista en el plano económico, podemos decir que desde el siglo XIX fue autogestionario y rechazaba con todas sus fuerzas lo que llamaba la esclavitud salarial, que ellos proponen abolir por ser, desde cualquier punto de vista, intolerable. En otros términos, el anarquismo reclamaba que los productores fueran los dueños de su actividad. Es en ese sentido que Proudhon, por ejemplo, recuerda que la voluntad de los productores y de los obreros de organizar la producción por y para ellos mismos constituía "el hecho revolucionario por excelencia”. Esta sigue siendo hoy en día la gran exigencia de los anar­quistas, que reclaman, de acuerdo con el conjunto de los principios y valo­res que le son propios, que los individuos dispongan, en el terreno de la economía, de la misma libertad y la misma igualdad que reivindican en todas las demás esferas de la actividad humana.




Mutualidad, federalismo, comunismo, son, como ya hemos visto, diversas fórmulas que los anarquistas clásicos desarrollaron para alcanzar este ideal de una economía justa. Generalmente, y más allá de la variedad de modalidades de la producción y la distribución de los bienes que apun­taban, nos encontramos una y otra vez el ideal que el anarquismo anhela, consistente en puestos de trabajo verdaderamente democráticos y sin jerar­quías. La gente trabajaría en un sistema de producción en donde cada cual tiene algo que decir, tanto sobre lo que es producido y consumido como sobre las condiciones de esa producción y de ese consumo. Y no hace falta decir que la propiedad privada de los medios de producción y el asalaria­do -la esclavitud salarial— son percibidos como calamidades que hay que abolir del todo.


Podemos adivinar hasta qué punto tales exigencias, que desde los orí­genes del movimiento están profundamente arraigadas al corazón del anarquismo, agudizan las contradicciones que le enfrentan hoy en día al capitalismo y a la economía de mercado, como les enfrentaron antes a las economías de planificación central. En este último caso, los anarquistas rechazaron en seguida el autoritarismo de estas economías y deploraron su ineficacia, su falta de democracia y de libertad; tales economías permiten que aparezcan una clase de “coordinadores” enormemente opresiva, como profetizó Bakunin. Y esta predicción se confirmó ampliamente en el curso de la historia.

Tras la bancarrota de estas economías de planificación central, se pre­senta la economía de mercado como la única vía posible de futuro. La mayoría de los economistas se adhieren pues hoy en día a esta idea de que sólo el mercado puede, de forma eficaz y humanamente satisfactoria, coor­dinar las actividades económicas. Los más progresistas apenas reclaman más que un poco de intervención del Estado para paliar las carencias y las terribles injusticias que genera el mercado. Según Michael Albert, la mayoría de los anarquistas rechazan este fatalismo e insisten en reclamar la abolición del mercado y la instauración de una economía más justa, más humana y más conforme a sus valores e ideales. Michael Albert explica: “La propaganda ha conseguido convencernos a todos y cada uno de nos­otros de lo bueno que es el mercado. Pero yo pienso que el mercado es una de las peores creaciones de la humanidad. El mercado es una cosa cuya estructura y dinámica garantiza que se produzcan una larga serie de males, que van desde la alienación hasta actitudes y comportamientos antisociales, pasando por un reparto injusto de las riquezas. Así que yo soy un abolicionista de los mercados, aun sabiendo que no desaparecerán mañana, pero lo soy del mismo modo en que soy un abolicionista del racis­mo.

¿Qué proponen los anarquistas? Las posiciones divergen considerable­mente.

Algunos recuerdan que es inútil y casi dañino construir, en un presen­te alienado y oprimido, modelos destinados a precisar cómo funcionarían nuestras instituciones en un futuro liberado. Este es sobre todo el punto de vista que defiende Noam Chomsky, y desde luego se pueden citar argu­mentos a su favor.

Otros escogen la intervención en un plano más polémico y literario recordando las exigencias de libertad del anarquismo y la necesidad de encarnarlas hic et mine en el terreno de la economía. El conocido texto de Bob Black sobre la abolición del trabajo (¿Trabajar yo? ¡Nunca! La aboli­ción del trabajo) va por ahí, y empieza así: “Nadie debería trabajar nunca. El trabajo es la causa de la mayoría de los males de este mundo. Esto no significa que se dejen de hacer cosas: simplemente, que se invente una nueva manera de vivir, fundada en el juego”. Este texto —que no deja de recordar a Le Droit a la Pensée (1883) de Paul Lafarguc (“El trabajo, esta extraña locura que posee a las clases obreras”)— acaba con: “Nadie debería trabajar, jamás. Trabajadores del mundo... descansad”.

Otros se contentan con elaborar el balance de las experiencias históri­cas acercándose al ideal propuesto y animando a que se retoma y se prosi­ga. Aquí están sobre todo los kibbutz, diversas experiencias que se hicieron en la guerra de España o, ya en nuestros días y un poco por todo el mundo, los sistemas de cambio locales (SEL) con los que la gente crea su propia moneda. La famosa e importante Cooperativa de Mondragón, que sigue activa en el País Vasco, constituye otro ejemplo que a los anarquistas les gusta citar como un lugar de producción eficaz que se acerca a su ideal, aunque se haya elaborado en condiciones poco favorables y en el contexto a priori hostil de una economía de mercado.

Pero el ideal anarquista se ha visto reafirmado con mucha fuerza en el reciente y estimulante trabajo realizado por Robín Hahnel y Michael Albert, que han propuesto un modelo elaborado de economía autogestio- naria. El objetivo de este trabajo era demostrar que este ideal no sólo era deseable, sino intclectualmente creíble y prácticamente viable. Inspirándo­se en la idea de los consejos obreros desarrollada sobre todo por Pannekoek y De Santillan, Hahnel y Albert proponen un modelo de economía sin beneficio, sin organización jerárquica del trabajo y, por supuesto, sin mer­cado. Una presentación detallada de este modelo traspasa ampliamente el marco de este libro, pero al menos daremos una idea sobre el mismo.

Los autores parten de valores fundamentales -eficiencia, solidaridad, equidad (de la remuneración, pero también de las circunstancias), gestión participativa, diversidad (de resultados, de medios, de circunstancias)- para incorporarlos en las instituciones económicas asegurando la produc­ción, los subsidios y el consumo. Concretamente, este modelo pasa entre otras cosas por la constitución de asambleas de trabajadores y de consumi­dores en diferentes niveles, por la remuneración según el esfuerzo y el sacrificio, por la constitución de conjuntos equilibrados de tareas (esta idea es capital: cada uno cumple uno de esos conjuntos y cada uno de estos es comparable a todos los demás) y por la planificación participativa. Albert explica: Proponemos una planificación descentralizada. La gente decide lo que quiere producir y consumir y toma sus decisiones sabiendo lo que conlleva cada producto en materias primas y en trabajo. La estructura del trabajo también se modifica en profundidad: nadie tiene un solo empleo, sino cada cual un conjunto equilibrado de tarcas, todas deseables. En otras palabras, nadie desea un consumo que suponga tareas desagradables, por­que ello hace que su trabajo sea menos interesante. Y finalmente, en un modelo como este los precios indican el coste social de la producción, y no presupone ni que la competencia sea perfecta ni que las personas sean unos santos”.

Este modelo, que prueba su viabilidad en el plano teórico, ha sido, efectivamente, implantado, sobre todo por una editorial (South End Press) y una cooperativa canadiense (Arbeiter Ring). Estas experiencias merecen, sin duda, que las observemos de cerca.

Recordemos sin embargo que Chomsky —a pesar de ser partidario de estas ideas— se ha negado siempre a pronunciarse respecto a la economía participativa de Hahnel y Albert: “¿Sabemos lo suficiente como para res­ponder con fuerza a las cuestiones concernientes al funcionamiento even­tual de una sociedad? Me parece que las respuestas a cuestiones de este orden deben descubrirse mediante la experiencia. Tomad por ejemplo la economía de mercado.' [...J Comprendo muy bien lo que se le puede repro­char; pero eso no es suficiente para demostrar que sea preferible un siste­ma que elimine el mercado, y este es un punto de lógica elemental. Nos­otros no tenemos, simplemente, respuestas a cuestiones de este tipo”.

[Texto extraído del libro El orden sin el poder. Ayer y hoy del anarquismo, que en versión digital completa es accesible en https://ia800602.us.archive.org/35/items/00015ElOrdenSinPoder/00015%20El%20Orden%20Sin%20Poder.pdf.]


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