jueves, 31 de enero de 2019

Opinión: Un gobierno “antiimperialista” que se arrodilla ante el FMI y oculta la verdad a Venezuela



Alejandro Bruzual

Como un detalle al pasar, que casi nadie comentó, el canciller Jorge Arreaza informó en la ONU que el gobierno venezolano había entregado información “veraz” al Fondo Monetario Internacional sobre la hiperinflación en Venezuela, e insinuó que el organismo la avalaba. ¿Qué sentido tuvo ese apelar nada menos que el coco del FMI, al instrumento imperialista expulsado de Venezuela, al arma de los países dominadores sobre los países pobres, etc., etc.? ¿Será que el FMI maneja datos para nosotros ocultos de lo que padecemos? ¿Confirmará que son la guerra económica y el bloqueo los culpables exclusivos de nuestros males? ¿Sí, canciller, sí? ¿Podríamos aprovechar para que nos diera esa información también a nosotros? Por otra parte, ¿está Ud. participándole al mundo que Venezuela tiene tratos con el FMI, quizás mendigando más deuda? ¿Y lo sabremos cuando sea también un hecho cumplido? ¿Es otra medida soberana de la cúpula oficialista, como la entrega del 12% de nuestro territorio a las transnacionales en el Arco Minero del Orinoco? ¡Dígalo Ud., canciller!
 
Este gobierno, y con grave responsabilidad del mismo Chávez, desde hace muchos años, se ha negado a dar las cifras de la economía venezolana, si es que las calcula. Y no sólo de la inflación: deuda pública, PIB, crecimiento (o decrecimiento, que es el caso…), desempleo, todo lo que tiene que ver con producción petrolera, etc. Esto es tratar al pueblo todo y, en particular, a sus economistas y analistas como eunucos, o lo mínimo como cornudos. ¿Cómo se puede manejar o entender el funcionamiento macroeconómico sin índices, mediciones ni estadísticas? Esconder esos números es prueba fehaciente del fracaso administrativo, porque si fueran mínimamente favorables, si fueran al menos decentes, siquiera estables, se ofrecerían a boca llena, se difundirían en el mundo entero, como lo han hecho con tantas otras pretensiones, que están hoy por el piso, o más abajo. No lo cree, canciller, ¿no?

Pero incluso si no es así, ¿con qué derecho nos ocultan “nuestra” propia información? ¿Es caridad ante el que va a morir? Así estaremos… ¿Cómo que no se dan las cifras “públicas”? Eso no se pide ni se negocia, es una obligación de empleados públicos.  ¿Qué potestad ampara este atropello o cómo se la arrogan? Es como si nos negaran los recibos de lo que pagamos en el mercado. O que nos viéramos obligados a aceptar lo que nos pidan sin verificar precios, cantidad, peso… sólo pagar y callar, aceptar. Somos víctimas culpables de esta torpeza, por haberlo permitido. ¿Es fe lo que exigen? ¿Cómo creer incluso en el más mínimo ofrecimiento de enmienda, de cambio de rumbo, si ni siquiera sabemos por dónde vamos? ¡Dígalo Ud., canciller, dígalo!

Esto ha sido tierra abonada para la especulación, para la angustia; pero también para la corrupción y la falta de escrúpulos. Cualquiera ofrece cálculos, toda cifra es buena, a la medida de lo que convenga. Lo hace en un sentido el gobierno y en el opuesto, la oposición. Ahora, según el canciller, las naciones extranjeras que meten su hocico en nuestra casa. ¿Para qué tenemos Banco Central? ¿Qué suerte de cobardes guardaespaldas de la mentira han sido sus presidentes, sus directores y empleados, que han aceptado o conservado cargos bajo esa condición? Es su trabajo, ¿no lo han hecho o sencillamente son cómplices viles del descalabro? Dígaselo, también Ud., canciller.

¿Y cómo sacó la cuenta de la inflación “verdadera” para sus amigos del FMI? ¿Es que el haber pasado del 1.000 % o del 100.000% o del más de un millón por ciento anual significa algo distinto? ¿Cuánto han durado los aumentos salariales con los precios descontrolados? Sólo de anunciarlos, arranca una desbocada carrera para acabar con ellos. Y no negamos la necesidad de aumentarlos, es algo imprescindible pero con precios estables, si no es hambre, el hambre que ustedes ayudan con ese alto IVA, injusto y malamente igualitario. Eso no está represado en los bancos del Norte; eso no son medidas de presión extranjeras, eso no es socialismo, canciller. Si no hay estabilidad de precios, si hay esa hiperinflación, no habrá nunca un sueldo decente para la gente. Díganoslo a nosotros, de cuánto hablamos, canciller.

Necesitamos ya un pacto económico real –pero no entre gobierno corrupto y oposición golpista y antinacionalista–, pues sin estabilidad ni reglas claras no habrá recuperación alguna. No se podrá detener esa hiperinflación, que los gobiernos “enemigos” sobrecalculan… Un pacto de las pocas fuerzas productivas que permanecen y que no quieren el hundimiento del país, que las habrá. De quienes no apuestan a la destrucción para beneficiarse del retorno. Todo pasa por el control absoluto de las precarias importaciones que se hacen con dinero del Estado. Pasa por una verdadera razia feroz contra la corrupción (que se expresa en los más ineficientes trámites burocráticos hasta en las riquezas del desbarajuste cambiario). Un pacto que reestablezca la convivencia económica perdida, de todos los factores, de todos los registros sociales, que haga posible la vida en el país. Y no necesitamos un pacto neoliberal (¿el que pide el FMI, canciller?), ni mucho menos, sino de supervivencia y entre nosotros, que tenga al frente a la inmensa mayoría de la población que padece hoy penurias profundas. Una población que lleva a cuestas la crisis y que apenas participa con lo que pierde en su humilde trabajo y las necesidades que no satisface. Volver a un vivir digno sin regalos ni bonificaciones. Es un derecho a dejar de ser las víctimas empobrecidas de un país saqueado por los cuatro costados. ¿No le parece, canciller Jorge Arreaza?

Pero para esto, para reestablecer economía y sociedad, para lograr sociabilidad y convivencia, para emprender la discusión sobre nuestro destino y el camino que tomaremos, son imprescindibles los estudios macroeconómicos, discutir métodos y cálculos, conocer cifras confiables, índices, estadísticas, en fin, tener esa información que ustedes nos niegan. ¡Dígalo, Ud. mismo, canciller, dígalo de una vez por todas!



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