viernes, 28 de septiembre de 2018

Lectura y Revolución Social en el anarquismo ibérico de la década de 1930



Alejandro Lora Medina

La extensión de la lectura en el siglo XX fue un proceso de carácter subversivo y generalizado que revitalizó el mundo cultural del país con la socialización de las prácticas letradas y orales. La importancia de la literatura entre los sectores revolucionarios se convirtió en una de las herramientas principales en su lucha contra el analfabetismo y el control del Estado de las estructuras educativas. Esta difusión consciente y necesaria, iniciada ya desde finales del siglo anterior con el nacimiento de los sistemas educativos nacionales y la expansión de la lectura, permite pasar de una práctica silenciosa y personal a una "lectura escuchando", estableciendo así las bases de una oralidad mixta (Martínez Martin, 2005: 19, 20; Martínez Rus, 2005: 180, 181; Viñao Frago, 1989: 313-315; Mainer, 1977; Guereña; Tiana Ferrer, 2001). Para las organizaciones obreristas, especialmente ácratas y en menor medida socialistas, el proceso activo y consciente de leer un libro era uno de los actos ideológicos más importantes que podía realizar un militante, trascendiendo la concepción de ocio para representar un ejercicio de consciencia intelectiva. El texto escrito se erige en el instrumento perfecto para acabar con la ignorancia y el analfabetismo social, diversificando la interpretación de la historia y permitiendo a los obreros en erigirse sujetos activos de su propio discurso. Esta realidad, a pesar de ser manifiestamente revolucionaria, venía propiciada por el régimen de nuevas libertades instaurado en España desde principios de siglo, pero especialmente durante la Segunda República, que llevaría al incremento sustancial de bibliotecas públicas y centros educativos (Martínez Rus, 2003: 10, 23-28; De Luis Martín, 2004: 220-226; Bernalte Vega, 1991; Mainer, 1977) [1].
 
Este tipo de espacios de difusión cultural iban a proliferar especialmente en el campo ácrata en forma de ateneos libertarios que se erigían en auténticos espacios de sociabilidad insertos en la tradición decimonónica anterior, ligada a la difusión del racionalismo y el liberalismo político. Al igual que los clubes republicanos y los centros de cultura, los ateneos se convierten en difusores de una enseñanza básica y superior, fomento de la ciencia y de círculos literario-artísticos que insertan al obrero en dinámicas antes exclusivas de la elite burguesa. Esta labor alfabetizadora los convirtió de facto en alternativa a las escuelas estatales, afianzando así su posición vertebradora como centros vivos del mutualismo obrero. Frente a una educación más rígida y tradicional, estos lugares permitían acceder libremente, no sólo a una educación más en consonancia con las reivindicaciones de estos sectores, sino a un material educativo que fuera de estas paredes era prohibitivo para muchos de sus miembros dada la escasez económica existente (Villacorta Baños, 2003; Gutiérrez Lloret, 2001; Morales Muñoz, 2001-2002; Solà, 1989: 394; Solà, 1995: 367, 368; Ealham, 2005: 64-70, 151, 152; Navarro Navarro, 2002: 343-348; Navarro Navarro, 2008: 227-253; Bajatierra, 1930: 9-12) [2].

Una muestra de esta realidad es el lema del Ateneo Libertario de la barriada del Clot en Barcelona que refleja ese culto permanente al conocimiento como mecanismo esencial para el mejoramiento intelectual humano: "Saber mucho para amar mejor” [3].

Dentro de los ateneos, las secciones de cultura eran las más importantes ya que se dedicaban al mantenimiento, organización y cuidado de las bibliotecas. Éstas solían encontrarse decoradas con simbología ácrata como cuadros o retratos de figuras del anarquismo como Mijaíl Bakunin, Anselmo Lorenzo, Ferrer y Guardia o Errico Malatesta. En estos espacios no podían faltar las salas de lectura atestadas de estanterías de madera con todo tipo de material lector, como libros y periódicos, y una gran mesa de lectura. Ateneos como el del Clot contaba en 1931 con unos ochocientos ejemplares y disponía de un servicio de préstamo denominado "biblioteca circulante", que consistía en que cualquier miembro podía llevarse a su casa el ejemplar que estuviera leyendo en ese momento. La intención era poner las máximas facilidades posibles para aficionar a más y más afiliados y simpatizantes a unas lecturas que, por falta de tiempo o por cuestiones laborales no estaban incluidas en su vida diaria[4].

Toda esta infraestructura facilitaba el desarrollo de una lectura consciente, convertida en un proceso revolucionario y de catarsis interna que transformaba a sus practicantes en individuos socialmente despiertos. Su utilidad y funcionalidad radicaban en ser una herramienta que no necesitaba de acciones propagandísticas que gastasen recursos a la organización, sino que su éxito o fracaso dependía sencillamente de que el individuo quisiera aprender. José Fortea, militante de las JJ.LL., recuerda en sus memorias cómo se afilió a la CNT cuando aún militaba en la UGT después de leer Entre campesinos de Malatesta (Fortea Gracia, 2005: 21). En líneas generales, los gustos lectores estaban influidos por el cambio generacional. Hasta los 35-40 años el interés se extendía a obras de cultura general (astronomía, química, historia, pedagogía o sexualidad) que eran preferidas por jóvenes militantes frente a los tradicionales tratados antiguos sobre teoría anarquista. Los viejos militantes, sin embargo, estaban más apegados a los libros clásicos comunistas y anarquistas, y centraban sus intereses en asuntos relacionados con la cultura sindical y la lucha obrera. Estos incluían por regla general "los libros de los barbudos" (García Oliver, 1978: 30), con las obras de Bakunin, Marx, Pi y Margall, Anselmo Lorenzo y Eliseo Reclus entre otros. La distancia generacional entre jóvenes y mayores era paliada con lecturas colectivas con sus respectivos comentarios posteriores que convertían a la "lectura pública" en una práctica habitual entre los colectivos iletrados ya desde el siglo XIX. Con esta forma de aprender, aquellas personas que no sabían leer, veían salvadas sus limitaciones con la práctica de la solidaridad intergrupal, evitándose también las "malas lecturas" o interpretaciones doctrinales incorrectas desde un punto de vista ortodoxo. La moralización de esta práctica es evidente y permitía utilizarla como una herramienta capital en el fortalecimiento de la cohesión interna a través de la socialización de las ideas y los discursos (Ruipérez & Pérez Ledesma, 1980: 41; Carrasquer, 1986: 15; Vallina, 2000: 27; Viñao Frago, 1989: 314-317; Martínez Martin, 2005: 27) [5].

Estas tertulias, que generalmente tenían un carácter más coloquial y menos formal que las conferencias o los mítines, no solían anunciarse en la prensa libertaria debido a que estaban más relacionadas con la autoformación interna que con la difusión doctrinal. Su temática era variada y abarcaba desde prensa confederal hasta cualquier libro o folleto que algún miembro del grupo estuviera leyendo y quisiera compartir. Se trataba de actos en los que se potenciaba la apropiación e interiorización de los contenidos y se criticaba, desde la experiencia personal, la sociedad, además de servir para deliberar sobre ideas comunes, vivencias y dudas doctrinales o formales. Era el medio perfecto para aprender en grupo y la base de la formación posterior de grupos de afinidad, dada la amistad que se generaba entre sus miembros:
"En la tertulia salían cosas del trabajo, de la vida o que pasaban en ese momento, cómo se trabajaría en colectividad y socialización, se hablaba del amor libre, allí pasaba todo, con mejor o peor discurso" (Fortea Gracia, 2005: 21).

La relevancia de una literatura moralizante superaba el ámbito libertario para extenderse a toda la sociedad gracias, en buena medida, a la labor ejercida también por las bibliotecas públicas del Estado. Por ejemplo, una parte de los libros solicitados para la biblioteca de Bujalance (Córdoba) en 1933 fueron obras de Kropotkin, Anselmo Lorenzo, Mauro Bajatierra o Max Nettlau. Esto explicaría que los canales de acceso a la cultura eran variados y los libertarios no utilizaban exclusivamente los ateneos libertarios para su formación, sino que aprovecharían dichos centros para acceder a libros o autores que por otros medios no podían (Martínez Rus, 2003: 20; Martínez Rus, 2005: 197; Albiñana & Arancibia, 1978: 21; Miró, 1979: 28-31; Amorós, 2008: 11).

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Conclusiones

El presente trabajo muestra la importancia que adquirió en el anarquismo español, concretamente en la década de los años treinta, la lectura como medio fundamental en la educación y la formación de los militantes. Su importancia radica en ser una actividad que trasciende su concepción de ocio para ser concebida como arma en el proceso de creación de una conciencia colectiva, crítica y revolucionaria contraria al aparato estatal. Su función principal era crear individuos emancipados de la moral vigente y alineados éticamente con los postulados anarquistas en un idealismo de corte materialista y pragmático que situaba lo cultural en el centro del debate sobre la identidad ácrata. La "lectura escuchando" y la "lectura interna" se consagran como instrumentos esenciales en el proceso intelectivo del militante con la confluencia de viejos militantes con jóvenes recién llegados a los círculos libertarios. Esto las convertía en dos herramientas fundamentales para el fortalecimiento de la cohesión interna, gracias a la socialización de los discursos teóricos y la prevención de interpretaciones doctrinales incorrectas.

Los ateneos libertarios, como centros de debate y crítica contra el poder, y sus bibliotecas se erigen en espacios centrales de sociabilidad al promocionar la cultura y permitir a sus militantes acceder al libro. Dichos centros se convirtieron en opción educativa frente a las escuelas estatales, vertebrando desde la infancia a la edad adulta una sociabilidad ácrata obrera fortalecida por la formación de grupos anarquistas y de jóvenes. La figura del barrio adquiere una relevancia especial al erigirse como espacio de cohesión grupal para la práctica, no sólo de acciones revolucionarias a nivel nacional, sino para la mejora directa de la vida cotidiana de sus habitantes. Es una sociabilidad que nace del debate y la lectura común de todo tipo de obras, en una concepción totalizadora y abiertamente moralista de la cultura para los ácratas. Esta labor, centralizada en torno a las librerías de estos centros culturales pero también de las obras vendidas a través de la prensa ácrata, estaba imbuida de cierto carácter mesiánico y proselitista según la cual la sociedad, oprimida por el Estado burgués, el sistema capitalista y la moral religiosa dominante debía ser liberada. Liberación que estaba inexorablemente ligada al libro como recipiente del conocimiento universal.

Entre los distintos fondos temáticos divulgados, además de volúmenes centrados en la crítica del Estado, la religión y la estructura económica capitalista, destacan temas relacionados con la sexualidad, la higiene, la medicina, la ciencia y la mujer que, sin embargo, ocupan un espacio reducido frente a la abundancia de esta literatura de signo sociológico-moralista. Entre las que destacarían las novelas de corte sociológico y claramente moralizantes que pretenden extender entre la militancia la necesidad de modificar la conducta personal por medio de una "revolución de las conciencias", como paso previo para la revolución política. Son obras que, sustituyen el realismo por una visión ideologizada y muy subjetiva de la realidad, todo desde una óptica ácrata, que lleva al lector a deducir que el anarquismo es la solución a todos los males. Dentro de los autores ácratas, destaca el hecho de que muchos de los principales propagandistas de la época, a pesar de que el discurso redentor se dirige a la clase obrera, no pertenecen a ésta por nacimiento, sino que tienen una educación de corte "burgués" y universitaria.

La prensa también jugó un papel importante en esta labor apologética de la lectura, ya que además de secciones en las que se intentaban fomentar obras de denuncia social, anticlericalismo, antimilitarismo o afirmación anarquista, se vendían y editaban libros y folletos diversos. En total, se han contabilizado más de mil doscientos volúmenes que demuestran el afán ácrata por fomentar a toda costa entre sus seguidores una cultura heterogénea y diversa, a la par que revolucionaria y subversiva. Sin embargo, la existencia de obras de unos autores y no otros evidencia un claro proceso de selección consciente por parte de las editoriales y los periódicos anarquistas. En el fondo, los libros puestos a la venta acabarían representando las ideas o principios que defendían dichas publicaciones aunque de forma indirecta, y enmascarado tras la defensa de la cultura y la ciencia de forma totalmente ecléctica. Aunque la existencia de una literatura profundamente ideologizada no es exclusiva del mundo libertario, en el movimiento anarquista, dado su carácter antiestatista y opuesto a la existencia de líderes, ésta cobraba una mayor importancia y poder.

Notas

[1] La promoción de la cultura del libro como un factor de la democratización de la sociedad fue asumido por el gobierno republicano que se ocuparía de la dotación, organización y difusión de las bibliotecas públicas a través del Patronato de Misiones Pedagógicas y de la Junta de Intercambio y Adquisición de Libros, garantizando el acceso libre y gratuito de los ciudadanos a las bibliotecas públicas (Huertas Vázquez, 1988; Escolano Benit, 1992).

[2) La Revista Blanca, 313, 18-01-1935.

[3] Solidaridad Obrera, 306, 13-11-1931. Por ejemplo, la escuela del Ateneo Cultural de Defensa Obrera de Barcelona daba clases en abril de 1930 a un total de 400 niños de la barriada y la Escuela Natura del barrio del Clot tenía 250 alumnos. La Revista Blanca, 313, 18-01-1935; Bajatierra, 1930: 9-12.

[4] Acracia, 123, 16-12-1936; Pluma Libre, 11, 20-12-1936; Solidaridad Obrera, 306, 13-
11-1931.

[5] Pluma Libre, 11, 20-12-1936; Vía Libre, 60, 11-12-1937; Solidaridad Obrera, 1730,
12-11-1937.

[Para datos de la bibliografía citada, ver el artículo original.]

[Primera parte y Conclusiones del artículo “El poder de la lectura como herramienta revolucionaria. El caso del anarquismo español de los años treinta”, que en versión íntegra fue publicado por la revista Pasado y Memoria # 17, Alicante, 2018. Número completo de la revista accesible en https://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/80689/1/Pasado-y-Memoria_17.pdf.]


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