sábado, 22 de septiembre de 2018

Capitalismo y patriarcado: La prostitución y las relaciones de poder


Sociedad de Resistencia de Oficios Varios Capital (Adherida a la F.O.R.A.)



“No imploréis nunca justicia a los potentados por que hacen de vuestro dolor un escarnio y de vuestro cuerpo carne de prostitución”

               “Hermanitas”, Mis proclamas, 1924. Juana Rouco Buela



Este texto surge a partir de la char­la “Capitalismo y patriarcado: la prostitución y las relaciones de po­der” realizada el 14 de Abril del 2018 como iniciativa de la Comisión de Género de la Sociedad de Resistencia de Oficios Varios Capital. Como trabajadoras que pone­mos en cuestionamiento las relaciones patriarcales que nos atraviesan y las re­laciones económicas desiguales que nos interpelan, nos vimos en la necesidad de discutir esta problemática que viene haciéndose notar en diferentes ámbitos sociales. Vemos que en el movimiento de mujeres y géneros disidentes este debate crea muchas rispideces por lo que no nos vimos ajenas a sus cuestionamientos.



La charla contó con la presencia de la Asociación de Mujeres por los Derechos Humanos (AMADH). Organización abo­licionista integrada por sobrevivientes del sistema de prostitución, explotación sexual y trata de personas. Su organiza­ción nace en 1995 organizándose en la CTA para parar con la represión policial y termina desvinculándose de ella por diferencias prácticas e ideológicas en torno a la problemática.



Lejos de teóricxs que desean justificar el lobby proxeneta con el discurso de la libre elección ellas nos muestran otra cara: la de una vida llena de opresiones y violencias. No nos interesa reproducir textos de la academia, partimos de la vivencia de sus sobrevivientes y a partir de ello armamos nuestras ideas.



Empezaremos explicando un poco las tres posturas delimitadas entre sí que subyacen sobre este tema:

Reglamentarismo: Pugna porque se reconozca la prostitución como cual­quier otro trabajo, regulándose como tal con todos los derechos y obligaciones que aseguran a cualquier persona asa­lariada.

Abolicionismo: Considera que la pros­titución atenta contra la dignidad hu­mana de un grupo determinado de per­sonas que está destinado a satisfacer las supuestas necesidades sexuales de otrxs. Critica la cosificación hacia mu­jeres e identidades disidentes buscando erradicar el proxenetismo.

Prohibicionismo: Prohíbe la práctica de prostituirse, la vuelve clandestina y penaliza a las mujeres que se prostitu­yen.

Trata y prostitución: Un negocio que se da la mano

Vamos a partir de una primera gran confusión, muchas veces simplifica­da también desde el abolicionismo mismo: el hecho de afirmar que trata y prostitución son lo mismo. Hay un error en afirmar que un mismo sistema pro­ductivo y una industria de la sexualidad son iguales. No se trata de lo mismo.



Hay algo llamado sistema prostituyen­te que las articula, y aunque no son lo mismo, son instancias diferentes de una misma industria perversa que na­turaliza el consumo máximo de cuerpos humanos.



Tenemos una perspectiva de clase y des­de ahí entendemos que la producción, distribución, circulación y consumo de algo son parte de un mismo proceso ca­pitalista. Por ejemplo el maíz que de la cosecha va al granero, de ahí a la molienda para hacer harina, de ahí el viaje a la fábrica de pan, a la pa­nadería, hasta la mesa con mate de un hogar. De principio a fin, desde que se planta la semilla el negocio todo está contemplado: se planta la semilla para que los humanos consumamos ese ali­mento ya sea pan, fideo, torta, etc.



Aquí, el cuerpo de las mujeres o iden­tidades disidentes que se extrae por vo­luntad propia o por engaño y secues­tro, se traslada hasta su consumo que culmina en un cuerpo disponible para el sexo que se cambia por dinero entre paredes o a las sombras. La trata con fines de explotación sexual ya se de­fine a sí misma. El fin es para un mis­mo tipo de consumo: sexo por plata. La trata es para la prostitución, no es para vender chipá en estación constitución. Sin esa finalidad no hay trata, porque el negocio de los proxenetas está en la prostitución. No tiene sentido disociar algo que es parte de un negocio mismo, pierde la lógica.



Por su parte, al cliente -también llama­do putero o prostituyente- no le importa mucho de dónde salió esa mujer bio/trans. Ya sea porque le pusieron un arma en la cabeza, la golpearon y la drogaron, porque era pobre o porque tomó la decisión de entrar en la prosti­tución porque la consideró una salida viable de supervivencia. El putero con­sume ese producto final sin interesarle el proceso previo.



La trata con fines de prostitución es el segundo negocio ilegal más redituable del mundo, y esto es así en parte por­que la prostitución en sí misma es al­tamente rentable y no sólo es un nego­cio para los proxenetas y prostíbulos. También lo es para la industria hotele­ra, los transportes, el llamado turismo sexual y toda una red de complicidades que van desde la policía a profesiona­les de la salud, abogadxs, juecxs y po­líticxs. El hecho es que el dinero que genera la prostitución ha levantado la economía de muchos países y no suele verse reflejado en las protagonistas que ponen el cuerpo noche a noche. A ni­vel internacional el 90% de las mujeres en situación de prostitución resultan de las redes de trata, es decir, que no están por voluntad propia. En los países donde la prostitución está legalizada, es decir, cuando se la considera como si fuera cualquier otro trabajo de explotación ca­pitalista, la trata aumenta. Por ejemplo Holanda: Del 50% al 90% de las muje­res en prostitución con licencia “tra­bajan” contra su voluntad. Un informe hecho por el Ministerio de Justicia de Holanda en el año 2011 muestra que de hecho gran parte del sector legal de la industria sexual perpetúa la ex­plotación y el tráfico de seres humanos y está asociada al crimen organizado. El 80% de las mujeres de los prostíbulos en los Países Bajos son traficadas desde otros países.



El hecho es que en países donde la pros­titución se ha reglamentado como tra­bajo (Holanda, Canadá, Alemania o Aus­tralia por mencionar los más conocidos) el tráfico de mujeres y niñxs ha aumen­tado cuatro veces más. Cuando un ne­gocio se legaliza puede legalizarse toda la industria incluso en su fase extrac­tiva. Para sostener el mercado, enton­ces, se establece la industria. Ahora, ¿qué pasa cuando la industria es del sexo? ¿De dónde salen los cuerpos para la prostitución? ¿de una semilla planta­da en la tierra? Si nadie nació para puta, ¿de dónde salen las putas? ¿como este sistema crea los cuerpos de consumo?



¿Y los puteros/prostituyentes?



Responder a esto nos lleva directamente a hablar con las víctimas de este siste­ma perverso. Reiteramos que nuestros argumentos no son de teóricxs ilumina­dxs. Nuestro posicionamiento se basa en escuchar a las víctimas. Son de las vivencias de cada mujer mujer, niñx o identidad disidente en situación de prostitución. Partiendo de este punto quisimos cambiar el foco de atención e indagar un poco al putero.



En este momento de la historia donde la moral sobre la sexualidad ha cambia­do y las relaciones sexuales son parte de nuestro cotidiano nos llama pode­rosamente la atención que aún existan hombres que pagan por sexo ¿A qué se debe? Básicamente a que los hombres aun no tienen intención de vivir en igualdad con las mujeres e identidades disidentes y colonizan los cuerpos de lxs más pobres. Su pago es para tener el control, para humillar y reforzar es­tereotipos tradicionales que puede ver en peligro. Debe ser el hombre en esta sociedad patriarcal le enseñó: poseer cuerpos, penetrarlos y humillarlos se­gún su deseo. El pago garantiza que el deseo de la persona consumida quede siempre en suspenso. Aun en aquellos casos en los que se aspira a que la pros­tituta llegue al orgasmo como evidencia del placer recibido para exclusivo bene­ficio del narcisismo del cliente.



El capitalismo, sobre todo en estos tiem­pos donde el neoliberalismo vuelve a movilizarse, convierte todos los aspec­tos de nuestras vidas en mercancía. El patriarcado donde prima el dominio de los varones y la utilización del cuerpo de las mujeres e identidades disidentes, se refugia en este discurso para usarnos como puro objeto de consumo.



Cómo se convirtió la prostitución en la profesión más moderna del mundo



El discurso del “trabajo sexual” ha hecho posible que el privilegio más antiguo se convierta en la profesión más moderna del mundo. La prostitución ya no es considerada como un vestigio medieval patriarcal, sino subversiva, liberadora, incluso feminista. A los movimientos feministas se les vendió la prostitución como el derecho de la mujer a su propio cuerpo; a lxs neoliberales, como un símbolo del libre mercado; a la izquierda y al anarquismo, como “trabajo sexual” que necesita sindicatos y derechos laborales; a los conservadores, como un acuerdo privado convenido entre dos personas al margen de toda intervención social; al movimiento LGTTBIQ, como sexualidad que exige su derecho a expresarse.



El gobierno holandés promocionó con miras a preparar el terreno a la re-legalización de la industria del sexo. Pero si la prostitución tenía que ser considerada una profesión era fundamental que hubiera sindicatos, y así fue cómo la organización De Rode Draad (El Hilo Rojo) se convirtió en el primer sindicato de este tipo en el mundo.



De Rode Draad fue fundado por el gobierno holandés y presentado como el sindicato de las “trabajadoras del sexo”, pero fue financiado con dinero público desde el momento de su creación y su dirección siempre estuvo en manos de sociólogos y sociólogas, no de personas en situación de prostitución. De Rode Draad nunca llegó a tener más de cien miembros, jamás intervino en un solo conflicto laboral en un burdel y sus representantes, como el sociólogo Jan Visser y la investigadora y escritora Sietske Altink , no tenían ninguna experiencia en prostitución.



Hace cien años, la lucha contra la prostitución era un asunto crucial tanto para el movimiento obrero como para el movimiento de las mujeres. Recordemos aquellos carteles del sindicato británico de estibadores que se hicieron tan populares y en los que se leía “No pararemos hasta barrer toda la miseria, la prostitución y el capitalismo” y “An injury to one is an injury to all”, que las feministas convirtieron en la consigna “Nos tocan a una, nos tocan a todas”.



Los sindicatos en general hablan de problemas profesionales, de las largas jornadas de trabajo, de los riesgos y de la lucha por los beneficios que genera la actividad profesional. Pero lo más extraño de los auto-denominados sindicatos de “trabajadores-as del sexo” -aparte de no contar con afiliación y de su total fracaso en llevar adelante denuncias laborales contra proxenetas y propietarios de burdeles- es su insistencia en que el “trabajo sexual” es estupendo perpetuando un falso discurso capitalista de la “libre elección”.



Y, sin embargo, la prostitución presenta unos índices de riesgos laborales que pocos trabajos tienen: un 82% de las personas en situación de prostitución han sido físicamente agredidas, el 83% han sido amenazadas con un arma y el 68% han sufrido violación. ¿Un sindicato que de verdad representara a las personas en situación de prostitución no debería hablar de estas cosas? Pues muchas de las organizaciones “pro sexo” hacen justo lo contrario y enmascaran los problemas. Sólo dicen lo mucho que empodera estar en la prostitución, que es una verdadera liberación del patriarcado y una excelente manera de desafiar sus límites.



¿Qué elementos legales se encuentran en estos momentos en la región argentina?



En Argentina, la prostitución no está prohibida por la ley, el Estado no es prohibicionista sino abolicionista. A nadie puede impedírsele vivir de prostituirse, lo que no está permitido es vivir de la prostitución ajena.



Los regímenes legales generales de trabajo en principio son: En relación de dependencia o autónomo. Este último puede darse de manera individual o en forma colectiva, donde el último caso encuentra su marco jurídico por ejemplo, a través de las cooperativas, entre otros. La forma laboral en relación de dependencia conforma la obligación de proveer por parte de la empleadora la protección de la seguridad social a sus empleados/as; en la modalidad autónoma quien trabaja a través de la inscripción legal cubre con sus ganancias cuestiones tales como jubilación, obra social, entre otras cuestiones.



De esta manera cuando decimos que alguien debe reconocer los derechos laborales de otrx necesariamente se nos representan dos partes: la trabajadora y la empleadora. Allí se arma la relación laboral: una parte trabaja “para” la otra, así la parte empleadora debe garantizar condiciones de salubridad y seguridad porque necesariamente se ve beneficiada por el trabajo de aquella. En el caso de trabajadorxs autónomxs el Estado debe generar el marco legal de adscripción que garanticen dichas condiciones. Vale aclarar que esto ya existe en Argentina.



En este sentido cabe preguntarse: Cuando se exige que a las “trabajadoras sexuales”, se les reconozcan sus derechos laborales: ¿Estamos reconociendo la existencia de una parte empleadora? En este caso ¿Estamos reconociendo la figura de quien vive de la prostitución ajena?



Si hablamos de “trabajadoras sexuales autónomas” ningún tipo de legislación les impide encuadrarse en el régimen establecido para el trabajo autónomo. A lo sumo restará sumar un ítem específico al trabajo autónomo, cuestión no prevista en los proyectos reglamentaristas. Un principio legal dice que aquello que no está expresamente prohibido por la ley, está permitido.



En este orden de ideas, hay personas que prostituyéndose se encuentran hoy por hoy inscriptas como autónomas. ¿Quiénes no? Pues las mujeres/bio/trans más vulnerables.



Podemos ir más allá y plantear lo improbable de un contrato de prostitución. Ese contrato sería en principio con el proxeneta: ¿Cómo cuida que el prostituyente cumpla con lo pautado antes del acto? Parece impracticable ¿Cuántos proxenetas o “clientes” estarían dispuestos a recibir cédulas de notificación, e incluso a pasar por un proceso legal motivado por un contrato de prostitución? Nada de esto está contemplado en las legislaciones impulsadas por los grupos reglamentaristas, ni por supuesto, en el deseo del proxenetismo. Los proyectos sólo buscan legalizar la explotación de la prostitución ajena.



¿Por qué como trabajadorxs rechazamos esta explotación?



Habiendo presentado todos esos análisis previamente queremos remarcar que creemos que cualquier actividad a cambio de dinero no tiene porque ser considerada un trabajo. Y es preciso discernir entre trabajadorx, la mercancía y la fuerza de trabajo.



El albañil no es albañil porque el patrón le agarra las manos y lo hace martillar, y el patrón no es tal por usar, manipular, el cuerpo del albañil. Este compra su energía - la del trabajador - y su habilidad para producir algo material: compra su fuerza de trabajo.



El empleador, llámele burgués, llámele patrón, llámele empresario, tampoco pretende usar el cuerpo del albañil para golpearlo, insultarlo, estrangularlo, mearlo y hacerle cuánta cosa se nos pueda ocurrir, que es parte de lo que sucede en la industria sexual.



Ahora bien, el albañil vende su energía produciendo algo a cambio de un salario. Ese producto, ese trabajo, le es enajenado. Pero, ¿cuál es el trabajo enajenado en la relación prostituyente - prostituida? ¿Cuál es la fuerza de trabajo en la prostitución? No existe ¿O si existe? Porque siguiendo esta lógica podemos decir que son los orificios del cuerpo.



Fuera de las lógicas capitalistas donde el trabajo (asalariado) es trabajo dada la situación de explotación, la prostitución tampoco constituye un trabajo (ni un servicio) porque de ninguna manera se constituye imprescindible para la reproducción de las condiciones de vida. Sí lo es para satisfacer las “necesidades” y perversiones sexuales de los varones.



Haciendo un análisis más profundo, observamos su funcionalidad con los lobbys empresariales, los políticos y demás consumidores de prostitución, quienes vieron en la reglamentación la salida redonda al segundo negocio mundial que más millones mueve a nivel global, junto con el tráfico de armas y drogas.



Detrás de una pantalla que promete dinero fácil y liberación sexual -como si el feminismo, o aún mejor, el abolicionismo no bregara por un sexualidad libre y placentera-, el reglamentarismo gana lugar en los medios, y como dice Lydia Cacho en su libro “Esclavas del Poder” ‘….ya no había que drogarlas, golpearlas ni mantenerlas profundamente aterrorizadas, sólo había que fortalecer la cultura del sexismo, maquillada de sofisticación y riqueza aparente’.



Sobradas razones como las expuestas anteriormente hablan de un negocio millonario, donde una vez más las mujeres e identidades disidentes somos quienes llevamos la peor parte. Somos obreras y feministas, y por eso no podemos concebir nuestra lucha sin una construcción colectiva. Esta situación se ve en contraposición al discurso reglamentarista que pone énfasis en las decisiones individuales de cada persona.



Gail Dines, profesora en sociología y especialista en estudios de la mujer, llama a esto “el desarme del feminismo” en relación al triunfo del discurso neoliberal sobre esta ideología. Éstos, desprovistos de cualquier tipo de crítica social y de clase afirman que “el feminismo es algo individual para cada feminista”. Una frase repetida y practicada de diversas maneras en el ámbito reglamentarista y feminista actual ¿Pero qué pasa cuando trasladamos estos discursos al movimiento obrero? “el movimiento obrero es algo individual para cada obrerx”, resulta irrisorio ¿verdad?. Las luchas deben ser colectivas y abogar por la emancipación de la sociedad de la que somos parte. En otras palabras, libertad sin socialismo es privilegio e injusticia; socialismo sin libertad es esclavitud y brutalidad.



Existen muchos mitos en relación al abolicionismo que debemos erradicar. Queremos dejar bien en claro que nuestra lucha es contra la explotación, perpetuada por milenios hacia nosotrxs por nuestra condición de mujeres o por nuestra disidencia al binarismo, y contra lxs proxenetas que pretenden llenar sus arcas a costa de la violación sistemática de nuestros cuerpos. Parar esta cultura de la violación no es estar en contra de las putas, sino cambiar este sistema que nos domina en pos de una sociedad verdaderamente igualitaria.



[Publicado originalmente en dos partes en el periódico Organización Obrera # 75 y # 76, Buenos Aires, 2018.]


1 comentario:

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