Periódico
Todo por Hacer (Madrid)
Pasear por un supermercado es recorrer pasillos
repletos de productos anteriormente conocidos como comida, especialmente si nuestro
presupuesto es limitado. La gran mayoría de alimentos son una mezcla poco saludable
de azúcares, aceites de muy baja calidad (palma, colza), conservantes, almidón,
agua y saborizantes.
Comer en restaurantes, especialmente aquellos de
comida barata que frecuentamos la mayoría de personas trabajadoras (como
pizzerías, hamburgueserías de comida rápida, restaurantes chinos u otros establecimientos
similares) no mejora las perspectivas. Y lo mismo ocurre al adquirir alimentos
precocinados y otros ultraprocesados. ¿Cómo es posible comprar una hamburguesa
o una lasaña de carne por sólo 1€? Lo es porque, aparte de elaborarse y
servirse gracias al trabajo ultraprecario, suelen contener más basura
disfrazada que alimentos reales. De hecho, la Organización Mundial de la Salud
(OMS) recomienda reducir el consumo de estos alimentos, ya que existen estudios
científicos que han relacionado el consumo de carnes procesadas (como son también
el bacon, las salchichas, la mortadela y el choped o los nuggets, entre otras)
con un mayor riesgo de sufrir cancer o enfermedades cardiovasculares.
Hablando de carnes, la sección de embutidos
envasados y, especialmente, las carnes magras como el pavo, son un engaño
aterrador. Las supuestas “pechugas de pavo” que nos venden en formato fiambre
tienen menos de un 50% de carne de pavo y son más bien un preparado de almidón,
agua y saborizantes como el glutamato. Existe comida para perros de mayor
calidad. Tampoco cambia nada el optar entre marcas blancas y otras marcas. La
mayoría de las marcas más conocidas se encarecen como consecuencia de su mayor
inversión en publicidad o en
un diseño atractivo del envase. Sin embargo, habitualmente
su calidad es similar y, en algunos casos, incluso inferior.
¿Por qué
resulta más barata la comida basura que una dieta saludable?
Los procesos industriales, la globalización y, más
en concreto, el capitalismo, han dado pie a que esto ocurra. No se necesita que
las personas trabajadoras estemos sanas, sólo que nos alimentemos con cualquier
cosa para seguir produciendo y no desfallecer. Lo justo para que tampoco
colapsemos de enfermedades crónicas una sanidad cada vez más infrafinanciada.
Podríamos hablar también de los zumos envasados o la leche; de los abusos de
toda la cadena industrial de producción agrícola, pesquera o ganadera; de las
cantidades de azúcar en cereales,
galletas o artículos dirigidos a los más pequeños...
únicamente para redundar en la cuestión de cómo se produce y se consume bajo el
capitalismo, un sistema tóxico con la vida y el medio que no tiene problemas en
envenenar a la mayoría de la población con tal de mantener los beneficios de
unos pocos. Nos venden basura con apariencia de comida sana a bajo precio para
que llenemos el estómago y, desde los legisladores a los supermercados pasando
por cada uno de los intermediarios de esta cadena, todos contribuyen a mantener
la industria funcionando. Salimos perdiendo los productores primarios, los
trabajadores de las empresas intermediarias y la gran mayoría de consumidores.
En definitiva, salimos perdiendo toda la gente trabajadora, una mayoría de la sociedad
atenazada por la pinza que generan los bajos salarios y el alto coste de comer algo
que no sea basura.
A pesar de habernos inculcado con disciplina la
mercantilización, no ha podido hacernos olvidar del todo los alimentos locales,
con una producción distribuida y no industrial. Permanece nuestro deseo de comer
comida de verdad, con sabor y de buena calidad. Es tan claro este deseo que el propio
capitalismo se ha adaptado para tratar de sacar beneficio de la alimentación
sana convirtiéndola en una línea más del supermercado, la de los productos bio
o ecológicos. Esto no es más que un sucedaneo (a un alto precio) de lo que nos
ofrecen otras formas producción y de relación social. Un ejemplo de ello son
los grupos de consumo organizados para eliminar intermediarios entre
productores y consumidores de producción, y que impulsan las prácticas agroecológicas.
También es un ejemplo la subsistencia de cierta economía del don lejos de las
ciudades, donde los vecinos se regalan patatas, pimientos u otros productos que
sobran de la cosecha y que prefieren compartir antes de que se echen a perder.
Lejos de idealizar un pasado anterior al triunfo
casi absoluto de la economía de mercado, el objetivo hoy es construir nuevas
prácticas en torno al deseo de comer bien, local, sin productos tóxicos o aditivos
insalubres y sin destruir el medio. La izquierda, especialmente los
anarquistas, llevamos años proponiendo una alternativa basada en el consumo
local, la soberanía alimentaria, la agroecología, las dietas vegetarianas o
veganas, el consumo consciente... Principios y formas de consumo y producción
que permiten no sólo una alimentación más saludable, sino sobre todo una
relación más sana entre las personas, con el resto de seres vivos y con el
medio en que vivimos. Impulsar los grupos de consumo, las huertas urbanas o
incluso la vuelta a lo rural son sólo pequeños pasos a contracorriente,
mientras la mayoría de la gente trabajadora aún compramos en el supermercado o
en restaurantes de comida basura. También la lucha sindical, tanto por la
mejora de las condiciones de trabajo como por la denuncia de prácticas
industriales insalubres, permite ensanchar los estrechos márgenes de acción. Disputarle
a la economía de mercado la hegemonía sobre nuestra alimentación, como sobre
otros tantos otros derechos, va a requerir de audacia y multitud de estrategias
conjuntas.
[Artículo publicado originalmente en el periódico Todo por Hacer # 92. Madrid, septiembre 2018. Número completo accesible en http://www.todoporhacer.org/wp-content/uploads/2018/09/Todo-por-Hacer-n%C2%BA-92-septiembre-2018.pdf.]
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