viernes, 24 de agosto de 2018

La sociedad moribunda


Revista La Brecha (Chile)

* Texto tomado del Editorial publicado en la 4ª edición de esta revista.

«Ahora las revoluciones debían ser, también y sobre todo, revoluciones que abordaran y abarcaran todos los vericuetos, intersticios y anfractuosidades de la vida en sociedad; debían ser, en suma, además de su horizonte de supresión radical y a escala global de la dominación política y la explotación económica, revoluciones de la vida cotidiana».
Daniel Barret,  Los sediciosos despertares de la Anarquía, 2007

A fines del siglo XIX, el anarquista Jean Grave proclamó la decadencia de la sociedad capitalista y del autoritarismo estatal. Parecía que se avecinaban tiempos de cambios profundos, del derrumbe de ejes estructurales de la sociedad conocida. Y en ese afán, fueron atacados dogmas y tradiciones que obstaculizaban alcanzar una libertad e igualdad más plenas para todxs. Dentro de este proceso, lxs anarquistas buscaron radicalizar ostensivamente el alcance de las críticas y, considerando su aversión por la política partidista e institucional, se abocaron a señalar la presencia conflictiva de trabas autoritarias en todo ámbito de la sociedad, incluyendo el espacio privado. A raíz de esto, levantaron movimientos e impugnaciones contra la moral católica dominante, apelando por formas de relacionarse más igualitarias, que respondieran sólo al imperativo de la afinidad y la espontaneidad. Ninguna ley ni contrato podría regular lo que compete al deseo y al cariño, al trato directo con unx otrx. Pero lo relativo al género y la sexualidad parece haber encontrado mayores resistencias a abandonar sus viejos basamentos opresivos. Incluso entre lxs mismxs anarquistas.
 
Al día de hoy, la politización de los cuerpos en la escena pública ha interpelado a una sociedad que se ha visto desnuda de argumentos y herramientas para afrontar conflictos enunciados hace décadas. Aunque se buscó marginar insistentemente lo relativo al género y la sexualidad como espacios de tensiones sociales, su abordaje es hoy imperioso, especialmente para quienes aspiran a atacar la autoridad en todas sus formas. Al respecto, los planteamientos provenientes desde el feminismo radical o el movimiento LGBT, han sido particularmente prolíficos en impugnar los valores que se han normalizado en la sociedad.

Esto ha puesto en entredicho los límites y los alcances de los discursos y prácticas de la sociedad en su conjunto, incluyendo a grupos de izquierda y anarquistas, que no han escapado a la reproducción de formas patriarcales de violencia. El recurso argumental que apela a tener en consideración el contexto histórico para comprender hábitos e ideas conservadoras presentes en distintos grupos políticos se nos presenta insuficiente, formando parte de un entramado que durante años ha justificado y acallado el abuso en relación al género y la sexualidad.

La reproducción del pensamiento conservador se ha manifestado de múltiples formas, como en el llamado “Bus de la libertad”, que ataca la transexualidad y la libertad en la orientación sexual, imponiendo un binomio totalizante “hombre-mujer” derivado de lecturas bíblicas; o en la discusión sobre el aborto, cuyos márgenes de debate fueron limitados a “tres causales” específicas, manteniendo aún cuotas de sujeción y decisión sobre cuerpos ajenos; y en general, una serie de prácticas machistas y transfóbicas que cimentan la proliferación patriarcal. Este último punto ha sido especialmente invisibilizado por personas de todo el espectro ideológico. Pero han sido en particular las agrupaciones de izquierda y anarquistas, quienes han debido afrontar con mayor amargura las contradicciones e inconsecuencias provenientes de su actuar cotidiano y privado. Las distintas denuncias por abusos sexuales, de violencia en la relación, y de la utilización de cargos de poder para amparar prácticas de opresión patriarcal, no han sido afrontadas con la atención que merece, incluso, en muchas ocasiones, se ha promovido un silencio bastante parecido a la conformidad y la conveniencia. En este sentido, la incapacidad para debatir y conversar abiertamente sobre estas situaciones, otorga un amplio espacio para el amparo de las acciones de abuso, generando un vacío discursivo donde las condenas son pasajeras, impidiendo el surgimiento de formas de prevenir y atacar estas tóxicas prácticas.

Es este el momento para hacerse cargo de las deficiencias presentes en los movimientos que combaten a la autoridad estatal, capitalista y patriarcal. Y esto implica hacernos responsables de nuestra propia historia, sin dejar de impugnar en todo momento nuestro cotidiano actuar. Es necesario informarnos sobre las demandas que durante años han sido parte del ámbito de la sexualidad, el género, y la afectividad, pues no es deber de nadie más que de unx mismx aprender el modo de atacar los enclaves autoritarios presentes en estos espacios. Y debido a esto, no podemos establecer, tras la caída de las estructuras conservadoras, un nuevo modelo rector de estos aspectos de la vida. Debemos luchar contra la normalización de las prácticas, contra los decretos que buscan regular la forma en que nos relacionamos unxs con otrxs. Así, junto a Malatesta diremos que lo que “queremos es la libertad; queremos que los hombres y las mujeres puedan amarse y unirse libremente sin otro motivo que el amor, sin ninguna violencia legal, económica o física”.

[Párrafos tomados del Editorial de la revista La Brecha # 4, Santiago de Chile, 1er. semestre 2017. Número completo accesible en https://revistalabrecha.files.wordpress.com/2017/10/la-brecha-4-finalweb.pdf.]


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