miércoles, 9 de agosto de 2017

Surcos y anarquía: una aproximación libertaria a la agricultura urbana




Revista Al Margen

Empezamos a ser conscientes de la encrucijada histórica en la que nos encontramos, debido al fracaso del modelo socioeconómico y el choque con los límites ecológicos. Resulta sorprendente ver lo inspiradoras que pueden ser las históricas reflexiones y practicas libertarias sobre la ciudad y la agricultura. Propuestas que se han ido reactualizando con el paso del tiempo, llegando a socializárse de forma desconocida entre amplias capas de la ciudadanía.

Arraigar alternativas a la ciudad industrial

El error más grande y más fatal cometido por la mayoría de las ciudades fue también basar sus riquezas en el comercio y la industria, junto con un trato despreciativo hacia la agricultura.
                                      P. Kropotkin

Históricamente hablar de ciudades era hablar de agricultura, hasta el acelerado proceso de industrialización que, con el acceso a la energía abundante y barata, posibilitó un aumento de los procesos de urbanización, el transporte a larga distancia y la expansión de mercados globales. El surgimiento de la ciudad industrial alimentó una ficticia independencia del suministro de alimentos de producción local y de la disponibilidad estacional, fomentando la progresiva degradación y distanciamiento afectivo de los espacios agrícolas. Un acelerado proceso de urbanización que acabó tanto con las economías campesinas como con la ciudad tradicional.

El malestar existente por las ciudades insalubres, el auge del individualismo, el predominio de la propiedad privada, la explotación del industrialismo y la escasez, impulsaron el utopismo. Relatos que evidenciaban una nostalgia de las comunidades disueltas por la implantación de la sociedad moderna, reactualizaban la preocupación por el papel de lo colectivo y la cooperación, repensaban las relaciones campo-ciudad o el papel del trabajo y esbozaban el socialismo como una sociedad de la abundancia. El falansterio de Fourier, New Harmony de Owen o Historias de Ninguna parte de William Morris abordan reflexiones sobre la ciudad industrial e incitan a un experimentalismo basado en teorías urbanas alternativas.

Un rasgo común es que todas ellas apuestan por una reconciliación entre campo y ciudad, abogando por la simbiosis entre la pequeña industria y la actividad agrícola.
Unos relatos que conviven con la aproximación histórica y geográfica impulsada por Eliseo Reclús y Kropotkín, que en sus principales obras defendieron la dispersión de las grandes ciudades en asentamientos de menor escala, la posible descentralización de la industria debido al desarrollo de la energía eléctrica, su necesaria combinación con la agricultura para garantizar la sostenibilidad de los asentamientos, la importancia del contacto con la naturaleza para el bienestar humano, y la necesidad de que campesino y ciudadano vayan de la mano1.

Construir cimientos a los castillos en el aire: la ciudad jardín.

El campo y la ciudad deben de unirse, y de esta unión florecerá una nueva esperanza, una nueva vida y una nueva civilización.
                                                                  E. Howard

Muy influenciado por los trabajos de Kropotkin, Howard propone a finales del XIX la idea de Ciudad Jardín como fórmula que rescata lo positivo de las dinámicas urbanas (la activa vida social, los servicios públicos, las mayores oportunidades e innovaciones socioeconómicas) y de las rurales (espacios abiertos, contacto con la naturaleza, proximidad entre vivienda y trabajo…). Una ciudad autónoma, pensada para unas 32.000 personas, cuya actividad económica combina la industria descentralizada y la actividad agrícola, profesionalizada y como actividad de ocio mediante pequeños huertos urbanos. Un proyecto de descentralización y de promoción de organismos autogestionados que mediante la cooperación social se autogobernarían localmente. Los anillos agrícolas que circundan la ciudad suponen una frontera a la expansión urbana ilimitada, siendo su principal fuente de abastecimiento.

Inspirado por el experimentalismo utópico, Howard constituyó una influyente sociedad cívica internacional donde confluían intelectuales (Bernard Shaw, H. G. Wells…) y planificadores que intentaron llevar a la práctica sus presupuestos. En 1903, Letchworth, zona agraria situada a unos 55 kilómetros de Londres, acogería la primera iniciativa conformada por una amplia diversidad de tipologías de vivienda de baja densidad, con espacios comunes como cocinas comunitarias o jardines cuidados de forma colectiva, espacios abiertos y verdes de alta calidad, zonas de juego infantiles y huertos.

Los ecos de la Ciudad Jardín llegan en 1912 a la geografía ibérica de la mano del Museo Social de Barcelona, y su bibliotecario Cebriá Montoliu, sentando las bases sobre las que se asentaría el urbanismo anarquista ibérico y las propuestas del municipio libre. Estas conviven temporalmente con un activo movimiento de ecologismo popular formado por grupos naturistas y excursionistas, por la procreación consciente, ateneos o escuelas racionalistas donde se enseñan ciencias naturales a las clases populares y se impulsan los primeros huertos escolares.

La Ciudad Jardín es uno de las principales aportaciones teóricas y prácticas del anarquismo a la historia del urbanismo, sus ideas permearon los debates y las intervenciones sobre la ciudad durante décadas. Las primeras políticas de vivienda obrera de la socialdemocracia en Europa, durante el periodo de entreguerras (Viena, Berlín, Frankfurt…) fueron núcleos de vivienda con huerto construidas por cooperativas, inspiradas por arquitectos, urbanistas y paisajistas que formaron parte de la Asociación Internacional de de la Ciudad Jardín.

Del control social a la emancipación: las primeras iniciativas de huertos urbanos

Las primeras iniciativas de huertos proliferarán por Europa a principios el siglo XX como una medida asistencial que mejoraba las condiciones de vida de la clase trabajadora, así como una manera de disciplinar a las multitudes urbanas frente a las teorías socialistas en auge. Muchas de estas primeras experiencias estaban en manos de la iglesia y de fundaciones asistenciales, por lo que inicialmente las agrupaciones sociales y anarquistas se opusieron a estas prácticas tildándolas de reformistas o considerándolas “propuestas prácticas absurdamente insignificantes”, como afirmaba el mismo William Morris.

Sin embargo, más allá de la vocación de control social que muchas de estas iniciativas iniciales presentaron (obligatoriedad de ir a misa, fomento de la propiedad privada,prohibición de pertenencia a sindicatos, estricta moralidad en la vida familiar…), con el paso del tiempo el movimiento obrero terminó apropiándose de estas prácticas. La autonomía y la ayuda mutua ligadas a la socialidad hortelana fueron usadas como herramientas para consolidar una cultura alternativa. Se pasó así de la asignación caritativa de huertos a su consideración como un derecho que debían satisfacer las autoridades locales y un espacio de referencia para movilizar valores alternativos.

En la reconstrucción de la historia de los huertos urbanos del Reino Unido, el anarquista Colin Ward apunta que «las parcelas estaban separadas, pero los hortelanos estaban unidos en su labor individual pero común», y relaciona directamente los allotments con la persistencia de una economía comunitaria entre los pobres de la época victoriana basada en relaciones de colaboración y en la ayuda mutua. Una cultura del intercambio de semillas, de plantones o de excedentes, pero también de apoyo en el trabajo en el huerto y de abastecimiento de alimentos a familiares y conocidos. Los autores destacan también la diferencia entre los nombres de las asociaciones e instituciones de esta época, y cómo unas transmiten un sentido comunitario (uniones, cooperativas, sociedades de amigos, clubs…), mientras otras se autodenominan como caritativas, de beneficencia o religiosas[2].

La otra puerta de entrada de la agricultura urbana a la ciudad fueron los jardines de infancia y los huertos escolares, pues gran parte de la población vivía hacinada en viviendas sin las mínimas condiciones higiénicas, en barrios sin zonas libres y contaminados por la proximidad a las fábricas. La necesidad de que la infancia dispusiera de lugares donde respirar aire fresco, jugar y poder hacer ejercicio moderado, desemboca en la propuesta de jardines de infancia que incorporaran el cultivo de un huerto como una actividad ideal.

Azadas de guerra: colectividades y huertos de emergencia en la Guerra Civil

Son muy conocidas las campañas públicas de agricultura urbana en EEUU y Europa durante las guerras mundiales, que aunaban la necesidad de incentivar el autoconsumo con la propaganda y la movilización de la población en la retaguardia. Nuestro contexto está marcado por la singular coincidencia temporal del conflicto bélico y de diversas transformaciones revolucionarias, sobre todo en los primeros años de la contienda. Las dinámicas institucionales eran más frágiles y las iniciativas de mayor éxito surgían de abajo hacia arriba, impulsadas por sindicatos y organizaciones políticas.

Entre ellas destacarían experiencias como los comedores populares, las colectivizaciones que afectaron a la industrias, principalmente en Cataluña, o de las colectividades agrícolas, principalmente de Aragón. En el caso de Madrid se colectivizó el mercado central de verduras, y se impulsaron una treintena de colectividades agrícolas en la región, incluyendo bordes urbanos que ahora son barrios de la ciudad. Además, se pusieron en marcha muchas huertas de emergencia en solares y espacios baldíos de tamaño reducido, pues las que tenían un tamaño más grande solían estar bajo control sindical. La más llamativa de estas huertas se ubicó en la plaza de toros de Las Ventas, donde el albero fue reconvertido en campo de cultivo.

Los huertos comunitarios

Durante la crisis económica de los años 70 surgen los huertos comunitarios con la ocupación de solares y espacios abandonados, por colectivos ecologistas y vecinales, reconvertidos en huertos y jardines autogestionados al servicio de ñas comunidades locales de los barrios desfavorecidos. Una de las iniciativas de referencia será Green Guerrillas en New York, que tras los bombardeos de solares abandonados con bombas de semillas para llamar la atención sobre estos espacios procedieron a ocupar solares para cultivarlos. El éxito de este movimiento fue tal que en pocos años había varios centenares en diversos barrios y el Ayuntamiento terminó creando una agencia municipal para gestionar la cesión de terrenos públicos. La recuperación económica marcó una etapa conflictiva debido a los desmantelamientos y los intentos de privatización de muchas de las parcelas, finalmente tras movilizarse lograron regularizar más de 700.
Posteriormente el ecologismo y otros movimientos sociales urbanos popularizaron los huertos comunitarios y las granjas urbanas. En nuestra geografía hemos pasado de 7 municipios con huertos urbanos en el año 2000 a 313 a finales de 2015, y de la inexistencia a más de un centenar de huertos comunitarios de base asociativa que se concentran en las grandes ciudades.

Hacia un movimiento libertario con raíces en los barrios

La agricultura urbana es una herramienta que puede servir para intervenir críticamente sobre un modelo urbano y un sistema agroalimentario marcados por la insostenibilidad y la injusticia social. Cultivar alimentos en la ciudad es una forma intervenir simultáneamente sobre múltiples necesidades, demandas y problemas. Algunas de sus principales potencialidades serían producir alimentos y socializar una nueva cultura alimentaria, recuperar y reverdecer espacios degradados, impulsar novedosas e inclusivas formas de participación autogestionada, abrir espacios de convivencia en atípicas zonas verdes, ofrecer lugares significativos para la educación ambiental, impulsar una alternativa de ocio y promover hábitos de vida saludables.

La agricultura urbana siembra tomates pero cultiva relaciones sociales, una de las cosechas más importantes de estas iniciativas es producir nuevos vínculos entre las personas y de estas con el medio ambiente. Si la biodiversidad es uno de los rasgos de la naturaleza, la hortodiversidad sería uno de los rasgos de la agricultura urbana (comunitarios, educativos, azoteas, terapeúticos…). Iniciativas que son más relevantes por la cantidad de personas que interaccionan con ellas que por la cantidad de gente que alimentan.

Hoy que transitamos un cambio civilizatorio (crisis energética, ecológica, económica, política…) la agricultura urbana emerge como una herramienta que permite intensificar relaciones sociales, reabrir discusiones sobre los usos del suelo y de las zonas verdes, recuperar en entornos urbanos la lógica de los comunes o discutir la forma en que se van a alimentar las ciudades en el futuro.

Un hilo invisible comunica el urbanismo anarquista y la Ciudad Jardín con propuestas actuales como las Ciudades en Transición o la Vía de la Simplicidad de Ted Trainer, y la agricultura urbana forma parte sustancial de todas ellas pues anticipa elementos clave que debe contener cualquier proyecto de futuro para la ciudad. Descentralización, incorporar límites biofísicos, protagonismo comunitario, economías locales, tecnologías apropiadas… la influencia libertaria late de forma anónima en estas iniciativas, enfatizando la importancia de compartir prácticas, solucionar colectivamente problemas y satisfacer necesidades, más que afilar la retórica revolucionaria. A muchos anarquismos les vendría bien mancharse las manos de tierra, menos decires hiperideológizados y más haceres en común, implicarse en la realidad de las comunidades locales y asumir contradicciones.

Notas

[1] Oyón, JOSE LUIS (2011): “Dispersión frente a compacidad: la paradoja del urbanismo protoecológico”. Rev. Ciudad y Territorio. Estudios Territoriales nº43. Ed. Ministerio de Fomento. Madrid.

[2]  Crouch y Ward (1988) The Allotment.



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