jueves, 5 de junio de 2014

Palabras básicas sobre el teatro anarquista


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Como movimiento político de acción, trasformador y revolucionario, el anarquismo siempre ha tenido una gran incidencia en la cultura; también en el que siempre fue el género o la expresión artística que más conciencias ha removido, el teatro.

Desde sus mismos orígenes, las ideas anarquistas se han infiltrado en el mundo teatral a través de dramaturgos con cierto reconocimiento en la literatura universal (Ibsen, Tolstoi, Gorki, Grave, Mirbeau, Hauptmann, Shaw, Dicenta, Galdós, Casona, J. Sender y un largo etcétera), que introducen el ideario ácrata en su obra mediante personajes, temáticas y acciones, y también a través de autores menos conocidos pero muy próximos a las corrientes anarquistas (Malatesta, Flores Magón, Ghiraldo, Cortiella, Urales, Bajatierra, Barriobero...).

La filosofía de vida de la que es testimonio el teatro anarquista tiene su auge en los últimos años del siglo XIX, y primer tercio del XX, periodo que ha sido investigado en profundidad por algunos estudiosos. Todos ellos coinciden en retratar esa época como una de las más prolíficas, no sólo en escritura dramática, sino también en representaciones dramáticas (de autores consagrados, de contemporáneos, de aficionados...) que llenaron ateneos libertarios, asociaciones culturales y estudiantiles o sindicatos. Dichas representaciones exigían la actitud comprometida del espectador, de ahí que Lily Litvak, una de las personas que más ha estudiado la cultura anarquista, considere aquel teatro como “un claro antecedente de las prácticas contemporáneas de arte dramático participativo, de los happenings y de las creaciones colectivas”. No obstante, el esplendor del anarquismo y su manifestación escénica se vio duramente truncado por el desenlace de la guerra civil española, así como por otros tantos conflictos bélicos que trajeron consigo la imposición de regímenes autoritarios a lo largo del pasado siglo, y con ello la represión o el afán de acabar con toda forma de pensamiento libertario.

El relevo de una dramaturgia ácrata

Hoy día, aunque las prácticas autoritarias se mantienen en los estados y gobiernos de toda índole, es evidente que no han conseguido silenciar el anarquismo ni el teatro que siempre fue su reflejo. Dramaturgos activos y comprometidos como Darío Fo, Héctor Schujman, Armand Gatti o Howard Zinn, entre otros, recogen el testigo de una dramaturgia ácrata más o menos ortodoxa que nunca ha dejado de existir ni en lo creativo ni en lo escénico. Al margen de lo intelectual, el teatro anarquista debe ser todo aquel que contemple los modos de la acción directa y una finalidad consecuente con el ideal que quiere trasmitir y hacer realidad. En este sentido, las dramatizaciones callejeras que los movimientos sociales suelen poner en escena a la hora de abordar los conflictos que actualmente nos afectan (la simulación de un bombardeo, la ocupación de un IKEA, la representación de una posible catástrofe nuclear o el encadenamiento a que nos somete el sistema, que muchas veces llevan a cabo grupos populares y antisistema) son fiel ejemplo de que el anarquismo y sus maneras de realización siguen vigentes e incluso resultan muy efectivas.

El teatro anarquista, por lo tanto, vive de alguna manera en el presente gracias a los espacios y acciones de la contracultura mundial (centros sociales, movimientos antiglobalización, eventos reivindicativos...) y su futuro acaso dependerá en parte de las personas que siempre creyeron en un sistema social más justo, y en la necesidad del mismo.

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