viernes, 26 de abril de 2013

Acuerdos de paz en Colombia: otro burdo espectáculo

Compas desde Colombia

[El Libertario, # 69, abril-mayo 2013, p. 11]

Desde finales del año anterior se están realizando en La Habana unos encuentros de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC. Estos diálogos son los más recientes de una larga serie de intentos fallidos por discutir una agenda común para acabar con el conflicto armado que se vive en Colombia desde hace más de 50 años, sin nada sustancialmente distinto a los anteriores. Las temáticas que se discuten, el compromiso de las partes, y la manera en que se hace, totalmente alejados de una verdadera participación de la sociedad civil, son sólo una muestra de que probablemente terminarán siendo parte de la larga lista de fracasos que han caracterizado las conversaciones, y que cuando han sido exitosas, lo han sido para el sector que está en el poder y que basa sus privilegios en ese conflicto.

Una historia que dice mucho

La burguesía colombiana, dependiente de la dirección que imponga el imperialismo norteamericano, no ha dudado en usar todas las herramientas que están a su alcance, tanto legales como ilegales, para mantener el actual estado de cosas, una guerra sin cuartel a toda disidencia civil o armada, que quiera arrebatar en lo más mínimo sus ganancias, y perturbar de esta manera los privilegios de los que gozan. Por tal razón, esta violencia estructural institucionalizada, desde la muerte de Gaitán en 1948, se ha encargado de alimentar el fenómeno del paramilitarismo que - además de exterminar a luchadores sociales e implantar el miedo en cada rincón de Colombia- arrebata despiadadamente a los campesinos de sus tierras, conduciendo a cientos de miles de ellos a tener que buscar refugio en los centros urbanos, donde no sólo carece de atención por las agresiones recibidas, sino que se les obliga a vivir en la miseria, en un ambiente inhumano y totalmente hostil en las afueras de las ciudades.


Por estos procesos de despojo violento, desaparición y tortura realizados por o con complacencia del Estado, surgieron grupos de autodefensa campesina que alimentados por el ambiente político creado en el marco de la Guerra Fría y, luego, por la revolución cubana en los años 60’s, terminaron asumiendo ideales no sólo de legítima defensa, sino de lucha por la toma del poder por la vía armada. Sin embargo, desde el mismo inicio de estos grupos armados se han dado intentos y peticiones por parte del gobierno de turno para crear espacios de diálogo y canalizar por la vía estatal, las exigencias y peticiones de  estas guerrillas. Es así como en la dictadura de Rojas Pinilla, se da la desmovilización de las guerrillas del llano, cuyos integrantes una vez dejaron las armas fueron exterminados selectivamente en los años siguientes. Tras dos décadas de conflicto, se inician acercamientos entre el gobierno de Belisario Betancourt del Frente Nacional (alianza bipartidista) y las guerrillas del M-19, el Ejército Popular de Liberación y las FARC. El gobierno ofreció amnistía y con las FARC firmó los acuerdos de La Uribe, que resultaron en la creación de la Unión Patriótica como brazo político de las FARC, mientras que con el M-19 y el EPL firmó los Acuerdos de Corinto.  Estos acuerdos buscaban un cese bilateral del fuego, el reintegro de los combatientes a la vida civil y la búsqueda conjunta de una salida política al conflicto armado. Sin embargo, estos fracasan cuando sectores del ejército y la policía nacional atacan a los dirigentes guerrilleros que estaban en los acercamientos con el gobierno y porque los insurgentes continuaron con sus prácticas extorsivas y de operaciones armadas que no estaban contempladas. Años después viene una entrega de armas por parte del EPL y del M-19 quienes se desmovilizan y crean el movimiento político Alianza Democrática M-19, cuyos militantes junto con los partidarios de la Unión Patriótica, fueron con el paso de unos años asesinados o exiliados por fuerzas para-estatales.

Se estableció en 1991 una nueva constitución con la participación de varios sectores sociales pero sin las guerrillas del ELN y las FARC, con quienes se mantienen diálogos permanentes pero sin cese al fuego, para que luego, en el gobierno de Andrés Pastrana se realice una mesa de negociaciones incluyendo una zona de despeje, sin presencia del ejército nacional. Estos diálogos también fracasan por el ánimo de las FARC de mejorar su posición militar y su organización interna; y por el saboteo de parte de inteligencia militar y la injerencia de Washington en búsqueda de romper estos diálogos, que finalmente se tradujeron en la firma del Plan Colombia, que mezcla las estrategias antisubversivas con la lucha antidroga. Esto fue de claro beneficio para las multinacionales encargadas de la fabricación de equipos y vehículos militares para Colombia, reforzando así la dependencia económica y por tanto política hacia Norteamérica y la perpetuación de este conflicto.

Nada nuevo bajo el sol

Actualmente existen unos diálogos con características similares a los descritos pero con el agravante que la población civil colombiana está alejada y desinformada sobre lo que sucede en esas reuniones. Se desconocen las peticiones reales que se negocian y la trascendencia de lo que pueda suceder en caso de algún posible arreglo.

Está claro que las FARC quieren poder dejar la vía armada y dar paso a su participación en la vida política conformando un partido legalmente reconocido. Que nuevamente suceda una desmovilización y ya sin las armas suceda un exterminio de sus militantes, aunque se escriban leyes para su protección. Es por esto que, probablemente los acuerdos no vayan a parar a ningún lado. Por su parte, el actual gobierno es tajante en defender los intereses de la burguesía y los terratenientes, la concentración de grandes extensiones de terreno no se ha modificado en lo absoluto, aún con una Ley de restitución de tierras. Y este es uno de los temas principales de esta agenda y de la agenda de todas las negociaciones hechas durante el siglo XX, una reforma agraria, una distribución de la tierra que ha sido pedida por los diferentes grupos guerrilleros, pero que en su afán de ser protagonistas de transformaciones caen en la contradicción de financiarse con el narcotráfico, siendo este asqueroso negocio una rama más del robusto árbol capitalista.

Las FARC, como antes otros grupos, caen en el espejismo que ofrece la democracia, pidiendo democracia, siendo esta misma la que ha permitido el paramilitarismo, la que ha permitido la muerte y desaparición de una gran cantidad de civiles aislados del conflicto, de miles de simpatizantes y combatientes de estos grupos guerrilleros, la democracia la que ha condenado a más de cuatro millones de personas al desplazamiento forzado, a más de 25 millones a vivir en la pobreza, la que condena a más de cinco mil niños anualmente a morir de hambre. Son estas vanas ilusiones en la democracia del Capital por las que se han ido más de cincuenta años de conflicto armado, cientos de miles de vidas, las esperanzas de un cambio real, y pareciera que también la necesidad de las personas en creerse parte de una urgente transformación social que no busque fortalecer el Estado sino abolirlo, que no pida más democracia a la medida de los poderes autoritarios, sino establecer relaciones sociales no coercitivas y organización desde abajo, desde las bases.

Este espectáculo de negociación del conflicto inter-burgués entre gobierno y guerrilla alimentará la larga lista de procesos fallidos con los cuales no se logra nada, más que una pantalla política para los dos implicados. Algo queda claro y tienen en común ambos bandos independientemente de quien sea el que esté en el poder y quien aspire a él: “La decisión de asegurar el monopolio legítimo de la fuerza en cabeza del Estado mediante la acción de sus fuerzas armadas, es tan firme como la voluntad de buscar la paz”, como textualmente se anota en los criterios con que el gobierno colombiano ha ido a negociar en el pasado con las guerrillas.

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