Nicolas Walter (1934-2000)
Los anarquistas no rechazan la propiedad, aunque tienen un punto de vista peculiar acerca de ella. En cierto sentido la propiedad es un robo; es decir, la apropiación exclusiva de algo por alguien es una privación para todos los demás. Esto no quiere decir que seamos todos comunistas; lo que significa es que cualquier derecho de una persona en particular respecto de cualquier cosa determinada, no depende de que haya hecho, encontrado o comprado, o de que se hayan dado o la use, la desee o tenga derecho legal a ella, sino de si la necesita –y, por añadidura, si la necesita más que algún otro–. Esta no es una cuestión de juicio abstracto o de ley natural, sino de solidaridad humana y sentido común obvio. Si yo tengo un pan entero y tú tienes hambre, es tuyo y no mío. Si yo tengo una chaqueta y tú tienes frío, ésta te pertenece. Si yo tengo una casa y tú no la tienes, tienes derecho a utilizar por lo menos una de mis habitaciones. Pero en otro sentido, la propiedad es libertad; es decir, el goce privado de los bienes y enseres en una cantidad suficiente constituye una condición esencial de la buena vida para el individuo.
Los anarquistas están en favor de la propiedad privada que no pueda ser utilizada por una persona para explotar a otra –las posesiones personales que acumulamos desde la niñez y que se transforman en parte de nuestra vida–. A lo que nos oponemos es a la propiedad pública que sea inútil en sí misma y sólo pueda ser utilizada para explotar a la gente: tierra y edificios, instrumentos de producción y distribución, materias primas y artículos manufacturados, dinero y capital. El principio en cuestión es que puede decirse que un hombre tiene derecho a lo que produce mediante su propio trabajo, pero no a lo que obtiene del trabajo de otros; tiene derecho a lo que necesita y usa, pero no a lo que no necesita y no puede usar. Tan pronto como un hombre tiene más de lo necesario, el excedente se desperdicia o impide que otros tengan lo suficiente.
Esto significa que los ricos no tienen ningún derecho a su propiedad, pues son ricos no porque trabajen mucho sino porque muchas personas trabajan para ellos; y los pobres tienen derecho a la propiedad de los ricos, pues son pobres no porque trabajen poco sino porque trabajan para otros. En verdad, los pobres casi siempre trabajan más horas en trabajos menos interesantes y en peores condiciones que los ricos. Nadie ha llegado nunca a la riqueza o siguió conservándola mediante su propio trabajo, sino sólo mediante la explotación del trabajo de los demás. Un hombre puede tener una casa y un trozo de tierra, las herramientas de su actividad y buena salud durante toda su vida, y puede trabajar con el mayor ahínco posible mientras sus energías se lo permitan: con ello producirá bastante para su familia, pero poco más; e incluso entonces no llegará realmente a bastarse a sí mismo, pues dependerá de otros para proveerse de algunas cosas necesarias que éstos le facilitarán a cambio de parte de su producción.
La propiedad pública no es sólo una cuestión de posesión sino también de control. No es necesario poseer propiedad para poder explotar a otro. Los ricos han utilizado siempre a otras personas para manejar su propiedad, y en este momento en que las sociedades anónimas y las empresas estatales están reemplazando a los propietarios individuales, los gerentes se transforman en los principales explotadores del trabajo de los demás. Tanto en los países adelantados como en los retrasados, en los Estados capitalistas como en los comunistas, una insignificante minoría de la población posee aún, o controla de otra manera, una abrumadora proporción de la propiedad pública.
Pese a las apariencias, este no es un problema económico o legal. Lo que importa no es la distribución del dinero, el sistema de posesión de la tierra, la organización de los impuestos o el método con que les fija, la ley de la herencia o el hecho básico de que algunas obedecerán a otras. Si nos rehusáramos a trabajar para los ricos y los poderosos desaparecería la propiedad; de la misma manera en que si nos rehusáramos a obedecer a los gobernantes desaparecería la autoridad. Para los anarquistas, la propiedad se basa en la autoridad, y no al revés. La cuestión no consiste en la manera en que los campesinos alimentan a los terratenientes o los obreros llenan los bolsillos de los patrones, sino en por qué lo hacen, siendo ésta es una cuestión política.
Algunas personas tratan de resolver el problema de la propiedad cambiando la ley o el gobierno, sea mediante reforma o por revolución. Los anarquistas no tienen en absoluto fe en tales soluciones, pero no están todos de acuerdo en cuál es la solución correcta. Algunos anarquistas desean la división de todo entre todos, de modo que todos tengamos una parte igual de la riqueza del mundo, y un sistema comercial de laissez–faire con libre crédito para impedir la acumulación excesiva. Pero la mayoría de los anarquistas no tienen tampoco fe en esta solución y desean la expropiación de toda la propiedad pública de manos de quienes tienen más de lo que necesitan, de modo que todos tengamos igual acceso a la riqueza mundial y el control esté en manos de toda la comunidad. Pero hay por lo menos acuerdo en que el actual sistema de propiedad debe destruirse junto con el actual sistema de autoridad.
[Tomado de https://periodicolaboina.wordpress.com/2017/05/27/sobre-la-propiedad-que-piensan-losas-anarquistas.]
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