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viernes, 3 de agosto de 2018

Los herederos del "legado de Chávez" se van a Brasil buscando qué comer



Mabel Sarmiento

Cerca de 800 personas al día, en promedio, cruzan la frontera entre Venezuela y Brasil. La mayoría se queda en Boa Vista. Desde que se aceleró el proceso migratorio, en 2015, en esa ciudad norteña hay aproximadamente 40.000 venezolanos.

Una frontera verde, solitaria. Con muy poco flujo de carros. Desconocida. Así era, hasta hace tres años, La Línea, entre el sur de Venezuela y el norte Brasil. La crisis económica, política y social en la tierra de Bolívar cambió ese panorama. Ahora es un paso agitado, no tanto como la frontera con Colombia por los lados de Cúcuta, pero igual se resiente por el creciente número de venezolanos que salen a diario desesperados buscando refugio y comida en el país vecino. La Policía Federal estima que 800 personas se registran al día por el punto migratorio. Llegan, en su mayoría, de Ciudad Bolívar, Anaco, Puerto La Cruz, El Tigre, San Félix, Puerto Ordaz, Maturín, Tucupita, Valencia y Valles del Tuy.

Un promedio de 12 horas de viaje por carretera, principalmente los que salen desde Puerto Ordaz, destinan quienes se embarcan en este trance de la migración. Sortean, en el recorrido de 953,3 kilómetros, las malas condiciones de las carreteras cundidas de huecos, la falta de gasolina, la escasez de puntos de venta (todo se maneja con efectivo), las requisas de la Guardia Nacional y los peligros que significa exponerse a la violencia que imprime la explotación minera. Hablar de esto último es referirse al arco minero del Orinoco, una zona que, según decreto de Nicolás Maduro de febrero de 2016, está destinada a la explotación de las riquezas minerales en el sur de la región (sin contar la parte apureña). La necesidad del “saneamiento” de las zonas mineras -que según el parlamentario por la Causa R Américo de Grazia se convirtió en una política de Estado- ha propiciado varias masacres. La más sonada ocurrió en 2016, en Tumeremo.

Por todo ello, no es fácil tomar la decisión: ser un venezolano migrante. “Cuando tienes el estómago pegado del espinazo, la cosa cambia. No teníamos nada qué comer en la casa. Por eso salí de Maturín”, contó un hombre de, aproximadamente, 34 años, que vendía cigarrillos al detal y minutos a las operadoras locales. Tenía un morral pequeño y estaba dispuesto a pasar la frontera. En su propósito no había vuelta atrás. “Allá en Maturín no hay nada qué hacer, no hay trabajo. Estoy aquí reuniendo algo en efectivo para poder llegar a Boa Vista”, contó mientras ofrecía el teléfono para que hiciera una llamada para Caracas. “Espero que esta entrevista salga en ese portal, el Gobierno cree que esto no pasa”, dijo volteando la mirada hacia la cola que crecía frente a la oficina del Saime, ubicada en la frontera. Ya llevaba dos días durmiendo a la intemperie, a 27 grados de temperatura.

¿Refugiado o va de paso?

2.199 kilómetros es la extensiòn territorial de la frontera entre Venezuela y Brasil. Sin embargo, el cruce más seguro es el que se hace desde Santa Elena de Uairén. Son 10 minutos en carro. Aunque ya muchos están haciendo ese trayecto desde el pueblo a pie, especialmente los que llevan poca carga sobre sus hombros. La esperanza de muchos renace  cuando ven ondeando las dos banderas, la de Venezuela y la de Brasil, sobre el mirador que marca imaginariamente la línea limítrofe, paisaje que se ha convertido en el último recuerdo fotográfico del país, que habla de una diáspora sufrida y obligada y que ahora recorre el mundo, así como las imágenes de los abrazos infinitos, las lágrimas y los miles de pasos que dejan huellas en los mosaicos de Cruz Diez, ubicados en el aeropuerto internacional de Maiquetía. En este punto, la incertidumbre y el miedo por lo desconocido se juntan con las ganas de superar la crisis, una vez logren entrar a la oficina de la Policía Federal para conseguir el sello de entrada.

Hacer ese proceso a través de la policía brasileña es menos tedioso que pasar por el Saime para presentar el pasaporte. Los funcionarios de la oficina criolla llegan pasadas las 8:00 a. m., mientras que los del país vecino inician operaciones a las 7:00 a. m. Por eso, el que va llegando se alista en cola frente a esa dependencia. Incluso, los que van de paso por Brasil, cuyo destino final es Chile o Argentina, prefieren tramitar el permiso solo presentando la cédula de identidad. Tras la declaración de “emergencia social” que hiciera en diciembre de 2017 el gobierno regional de Roraima, estado amazónico brasileño en la frontera, para intentar atender la crisis provocada por el elevado número de inmigrantes venezolanos, solo con presentar la cédula o la partida de nacimiento las personas consiguen pasar legalmente.

De hecho, los funcionarios, ocho en total, no indagan mucho. Más bien reciben con amabilidad y paciencia a los venezolanos, quienes llegan ahí con más tensión, precisamente porque se tienen que enfrentar a otro idioma: el portugués. “¿Refugiado o va de paso?”. Esta es la pregunta con la que suelen dar la bienvenida. Dependiendo de la respuesta dan los días de permanencia. En marzo, el Consejo Nacional de Migraciones de Brasil, que forma parte del Ministerio del Trabajo, aprobó una resolución para conceder a los venezolanos permisos de residencia por dos años. Y, desde febrero, luego de la visita del presidente de Brasil, Michel Temer, a la ciudad de Boa Vista, se  ha  flexibilizado el trato a los compatriotas acogidos por la ayuda humanitaria.

Según una publicación de Human Rights Watch, de abril 2018, el gobierno brasileño había informado que la cantidad de venezolanos que solicitan asilo aumentó drásticamente, de 54 en 2013 a 2.595 en los primeros 11 meses de 2016. Al 31 de diciembre, el Ministerio de Justicia solamente había resuelto 89 de los 4.670 casos de venezolanos que habían pedido asilo desde 2012, y lo había concedido en 34 de esos trámites. En 2017, ese número llegó a 17.865 peticiones. Solo en enero de 2018 la Policía Federal brasileña recibió más de 640 intenciones de asilo, según datos recopilados en la prensa brasileña.

A la fecha, más de 52.000 venezolanos han llegado a Brasil desde el año 2015. Cerca de 40.000 están en Boa Vista, la capital del estado de Roraima, una ciudad con 320.000 habitantes. Los primeros en migrar fueron los indígenas warao. Llegaron al norte de Brasil descalzos, con niños y ancianos en estado de desnutrición, víctimas de enfermedades como sarampión, tuberculosis, difteria e incluso VIH-Sida.

Sin nada de qué quejarse  

“Salí de mi país porque no tenía para darle comida a mis hijos”, afirmó Odalis Vásquez, quien, con su pequeño Josué en brazos, que sufre de microcefalia, estaba sentada frente a una farmacia ubicada dentro de la estación de servicios Trevol. Se veía harapienta y desaliñada por el efecto de la mendicidad. “Prefiero esto que estar allá sin comida”. Salió de Valencia hace más de un mes. Con ella, tres adultos y tres niños, dos de ellos sus hijos. “Allá no hay trabajo, era comerciante, vendía paños para el aseo personal y para la cocina, pero me quedé sin mercancía. Tengo dos casas y aquí estamos ‘alugados’ por 450 ‘reais’ (el real es la moneda oficial de Brasil y al cambio paralelo equivalía hace un mes a Bs. 500.000). Igual no me arrepiento, estamos mejor”.

Con tan corto tiempo en Boa Vista, Odalis ya pronuncia algunas palabras en portugués y sabe con cuántos reales puede comprar comida. Ella, junto a Ivette, su comadre, sale de la casa rentada a las 8:00 a. m. con el propósito de pedir dinero y recoger latas. Así reúne entre 40 y 50 reales diarios, con los que puede mantenerse en Boa Vista y enviar dinero a sus otros dos hijos, de 14 y 17 años, que se quedaron en Valencia al cuidado de otros parientes.
“Pienso traérmelos, ellos tienen el permiso para pasar la frontera”. Mientras habla de sus planes, su hija, Francia, saborea con intensidad una bolsa de una chuchería parecida al Pepito. La niña está en edad escolar. “Pero no hay cupo para ella ahora”, aclara, mientras recibía, de una señora, una bolsita con comida y, de otro señor, unos billetes brasileños. Y con un “obrigada”, agradeció en portugués.

Su esposo y su hermano también hacen lo mismo, tratan de recolectar un saco de latas, para luego venderlo por 22 reales. “Ha valido la pena, allá no puedo comprar ni un kilo de arroz”, reveló. Odalis, de niña, estuvo pidiendo en la calle. Ahora, a sus 35 años y con cuatro hijos, está de regreso en ellas, en un sitio donde nadie la conoce, donde no tiene más parientes cercanos. “Algunos brasileros nos han tendido la mano, nos regalan ollas, nos dan comida. No me quejo”. Ella estuvo en la plaza que ahora llaman Simón Bolívar, ubicada en la avenida Venezuela, donde llegaron a concentrarse más de 1.500 venezolanos en carpas, durmiendo sobre cartones y sábanas.

“De ahí se llevaron a muchos a los refugios, nosotros no quisimos ir. Es como estar en una cárcel. Preferimos pagar un alquiler. Toman aguardiente y hay peleas, según me contó una conocida. Pero, ahora, no sé si cambió la vida en el refugio”. Después de pensar un poco sobre su situación, aseguró que no tiene de qué quejarse, ni de los médicos ni de la Policía Federal. “Algunos locales nos han dicho que nos van a dar veneno, nos llaman ladrones. Nosotros ignoramos esos comentarios, porque aquí tenemos la posibilidad de sobrevivir, en Venezuela no. Aún siento la dicha de ser venezolana y espero regresar cuando la cosa cambie. Pa’lante es pa’llá”, atinó a decir con una leve sonrisa en la cara. El pesar rondaba el espíritu de Odalis, pues nadie con dignidad quiere estar en condiciones de mendicidad, exponerse a ser envenenado o a que lo llamen “pilantra” (ladrón), como ya le sucedió. Sin embargo, el hambre le cambió la partida del juego. “Prefiero estar aquí sin casa, pero con comida, que allá con un techo y con hambre”.

Operación Acogida

En febrero pasado el gobierno de Brasil se activó, con la ayuda económica de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y de, aproximadamente, 60 organizaciones civiles, y abrió refugios para los venezolanos. Actualmente hay nueve en Boa Vista y uno en Paracaima, el poblado más cercano a Santa Elena de Uairén, para un total de 4.200 venezolanos bajo el programa “Operación Acogida”.

El teniente coronel Filho Souza, a cargo de dicha operación, explicó que, además, 12 ministerios de Brasil se sumaron al programa que no tiene fecha de caducidad. Hasta ahora, de acuerdo con el presupuesto anual del Gobierno Federal, se garantizaron 190 millones de reales (unos 48,6 millones de dólares), dinero que se está ejecutando “de manera legal y rápida”, para el acondicionamiento de los albergues, la comida, atención médica y el trámite de los papeles. Filho Souza mencionó que, incluso, se abrieron procesos de licitación a empresas nacionales, pues se requieren colchones, fumigación, comida, artículos de higiene personal, carpas y espacios más acordes para el resguardo de los refugiados. “Se está habilitando una infraestructura que requiere una logística”.

En Boa Vista está previsto abrir tres refugios más y uno grande en Paracaima. De hecho, la infraestructura de este último ya se está montando. Son carpas blancas tipo galpones de grandes dimensiones, que funcionarán como un centro de triaje. El pasado 9 de marzo, Acnur publicó un documento titulado “Nota de orientación sobre el flujo de venezolanos”, con el cual la agencia se compromete a brindar apoyo a los países y así, conjuntamente, “elaborar mecanismos adecuados de protección internacional”, en favor de los migrantes, todo esto en el marco de los acuerdos vigentes. Por tanto, todo venezolano que cruce la frontera en calidad de refugiado será remitido a este refugio principal, donde se recabará toda la información necesaria relacionada con su condición social, si tiene los papeles de ley, si padece alguna enfermedad, si tiene algún oficio o una profesión, si viaja solo o en familia. Todo ello para determinar su sitio de ubicación y si, de una vez, debe ser traslado a otra ciudad de Brasil que no sea Boa Vista.

[Tomado de http://www.correodelcaroni.com/index.php/nacional/item/65142-el-legado-de-chavez-llega-a-boa-vista-en-busca-de-comida.]


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