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lunes, 8 de mayo de 2017

Contra el fetichismo obrero: Para superar la terminología marxista entre l@s anarquistas




Manuel de la Tierra

<<Mira qué fácil es todo, cuando está bien explicado, me han dicho que el mundo es la lucha entre los buenos y los malos.
Que está la clase explotada y enfrente la explotadora y la lucha entre los dos bandos es el único motor de la historia.
Cualquiera que sea un currante, por el mero hecho de serlo, está de nuestro lado y merece nuestro respeto.
Por contra están los ricos, que son siempre los culpables de todo lo malo que ocurra y de todo lo malo que pase.
Y yo pienso que esta forma de no pensar es una mierda que impide ver los problemas tal como son, la realidad tal como es.
Simplificarlo todo así, sólo nos puede conducir a darnos contra una pared y creernos que eso es resistir>>
                                               (Producto Interior Bruto)

Hay entre los que se reclaman revolucionarios hay un cierto grado de sacralización de las figuras del obrero, del sindicalismo, de las masas y de la idea de lucha de clases. Si uno plantea la transformación social sin centrar el análisis en estos sujetos, conceptos y espacios, se estaría cometiendo herejía. Entre más “popular” vista el individuo o su organización, más genuinamente revolucionario es. Si no te llenas la boca con “proletariado”, “lucha de clases” otras palabras del mismo tono y no centras la acción cotidiana en ellas, ya no eres uno de ellos. A lo sumo serás un ambiguo postmoderno, un infantilista irresponsable o, derechamente, un reaccionario.

Por supuesto, esta situación no es ajena a los llamados anarquistas. Y a mi entender esto se debe a que no nos hemos sabido librar completamente de la herencia analítica, estética y discursiva de los paradigmas revolucionarios marxistas de los sesenta, setenta y ochenta. El anarquismo criollo no ha superado del todo el trauma del izquierdismo que alguna vez reemplazó su lugar en el combate anti-estatal (MIR, FPMR, MJL). Hablo de trauma porque el rebrotar de la actividad libertaria en los noventa encontró huérfano al “movimiento anarquista” de referentes locales de su propia ideología (extintos hace tiempo), lo que llevó a muchos, explícitamente a veces, inconscientemente en otras, a acercarse a los modelos de análisis marxistas, a adoptar su estética, su memoria histórica y, lamentablemente, a copiar en ciertos casos sus modelos de organización. Las consignas, las demandas, los 29 de Marzo y los 11 de Septiembre, son los ejemplos más visibles de este proceso.

El recuerdo de los que combatieron y murieron por la libertad y el de las experiencias subversivas de otras vertientes ideológicas es sumamente importante si buscamos en ello herramientas para el hoy, pero es contraproducente cuando rememorar se vuelve un porfiado ejercicio para traer fórmulas del pasado que ya no resisten al presente. Por mucho que se le enrostre al marxismo la burocratización y el autoritarismo en cada una de sus experiencias históricas, cuestión irrefutable por lo demás, no vemos un vivo atrevimiento ni la intención a lo menos de cuestionar y cambiar tajantemente las herramientas de investigación sociológica que ellos emplean y que nosotros no abandonamos aún.

El principal problema que veo en esto es que por no cuestionar las claves de análisis del marxismo y sus terminologías, concluimos encerrándonos en sus mismas lógicas estrechamente economicistas en donde la revolución depende de las estructuras de producción, excluyéndose del estudio (y combate) las múltiples aristas del sistema de dominación que no necesariamente se vinculan al trabajo asalariado. A saber, la cultura, la política, el inconsciente colectivo, las diferencias étnicas y etcétera. Según los marxistas todo esto depende de los modos de producción (estructura y superestructura), entonces si trasformamos la economía, cambiaremos todo lo demás. (1) Y para modificarla hay que tomar el control político del Estado con la consiguiente y macabra dictadura del proletariado, que no es más que la dictadura del Partido Comunista. Pero para nosotros quienes sostenemos que no hay igualdad ni libertad en donde existen jerarquías y control policiaco, ninguna dictadura es deseada. Y aún en el caso de que trasformemos la economía suprimiendo en el proceso la estructura orgánica del Estado (instituciones, espacios y capacidad de control), aquello no importa una relación directa con la modificación del pensamiento individual. Es más fácil hacer notar a alguien que su jefe lo explota a explicarle que deje de creer que su compañera es su propiedad, que el peruano o el argentino no es su enemigo o que se puede vivir mejor sin autoridad alguna. Por muy comunista que sea la economía, no hay revolución alguna si no hay un cambalache categórico de las estructuras mentales. Y la economía no determina las cosmovisiones, sino una serie de factores que tienen que ver primordialmente con las experiencias particulares de cada ser. (2) La cuna no determina tu lugar en la lucha, eso sería creer que la distribución de mentalidades en el orden actual es como generalmente lo fue en la edad media europea. Un obrero puede ser tan enemigo de la libertad como su patrón. ¡Falsa conciencia! -nos gritan los marxistas y quienes creen en sus metodologías: como los poderosos controlan la cultura, modifican las aspiraciones de los obreros y los hacen renegar de los “verdaderos” intereses de su clase, pero cuando llegue el día –nos advierten- en el que todos los trabajadores se hagan la idea de que son una gran unidad histórica y de que juntos deben hacer la revolución anteponiendo sus intereses a los de las clases hegemónicas, se acabará la falsa conciencia y la sociedad de clases. Bonita ilusión, decimos, que no considera siquiera las dinámicas de la sociedad moderna en donde los roles se confunden anulando las divisiones nítidas entre los diversos actores sociales.

Hoy, un siglo y medio después de cuando se trazaron las ideas genéricas del materialismo histórico, tiempo en que todas las estructuras de dominación se han perfeccionado y sofisticado sobremanera, urge cuestionar todo aporte teórico desde esas vertientes. Y no se trata de destruir por destruir, por cierto.

Apremia también cuestionar el modelo de “explotados y explotadores”, pues ya no hay sociedad –y nunca la hubo- dual. Las redes de poder y los conflictos en sus entretejidos son muchísimo más complicadas que un simple encontrón entre burgueses malvados y proletarios descamisados. En todo individuo hay un opresor, en todo trabajador hay un capitalista, en todo militante hay un militar: es preciso acabar con todos.

Si bien el anarquismo tuvo una época en que su relación con el mundo de las organizaciones de trabajadores era estrecha, innovando orgánicamente y aportando de diversas formas a sus luchas contra las redes de poder económico y estatal; su cuerpo teórico concibió ideas de redención que sobrepasaban los márgenes productivos. La idea era la transformación integral del individuo y con él de la sociedad toda. No te liberas en cuanto a tu clase, sino en tu calidad de ser. Ni opresores ni oprimidos, he ahí la cuestión primera.

Volviendo a la necesidad de superar al materialismo histórico en el campo anarquista me resulta preocupante el afán de muchos de “reafirmar el carácter de clase del anarquismo”. Haré referencia a un artículo de la revista plataformista Hombre y Sociedad, pero insisto en que esto no solo está presente en dicha corriente. No criticaré punto por punto sus postulados que, asumo, están inspirados de buena fe, aunque no concuerde con la mayoría de ellos. Pero sí me interesa ejemplificar el problema con éste, un típico caso de matrimonio entre anarquismo y fetichismo obrerista, en donde abundan los términos “proletariado”, “dialéctica”, “conciencia de clase”, “masas”. Aunque, como veremos, la similitud no sólo está en las palabras, sino también en las claves de lectura de la realidad. Espero no distorsionar el sentido del texto, como ocurre casi siempre cuando se cita para debatir, pero creo que este párrafo habla por sí sólo. Dicen desde H&S para combatir a los detractores de su tendencia:
<<Así la resistencia a la plataforma aparece como la resistencia a dar el salto de un anarquismo abstracto, marginal, a ser parte activa en la lucha de clases, a hacerse parte de las dificultades reales que experimentan los movimientos sociales, por temores virginales a lidiar con la política real, se trata del temor natural que produce esta idea de que el anarquismo es sólo una posibilidad que hay que hacer parir, además del miedo al dolor y al trabajo que éste implica necesariamente>> (3).

¡Ay de nosotros los abstractos, los marginales y ajenos a las reales dificultades, los de vírgenes temores, los miedosos al dolor y al trabajo! Pero más allá de la arrogancia evidente, y de la ignorancia respecto a los costos que implica desarrollar la anarquía en otras formas, lo que me urge referir sobre este artículo es el porfiado tema de la lucha de clases. En donde no se concreta un cuestionamiento a la terminología marxista sino que, sirviéndose de ella, se permiten definir entre anarquismos concretos y abstractos. Personalmente valoro todo trabajo que se haga para mermar el sistema de dominación, cuanto más diversos mejor, y me agrada la preocupación por hacer más efectiva la presencia de las prácticas y valores libertarios en la sociedad, como supongo a la gente de H&S, pero me parece peligroso que se alimenten del materialismo histórico sin hacer al mismo tiempo una crítica profunda (más allá de los lugares comunes: antiburocracia, antipartidismo, etc.) de sus estrechos marcos economicistas. ¡La vida social es mucho más compleja que las relaciones con el malvado capital! Antes que el capital está la autoridad, y no hablo solo de las fuerzas evidentes del Estado o sus edificios y símbolos (Ejército, carabineros, cárceles, escuelas, edificios administrativos), sino –y principalmente- de aquella red de creencias que hacen de él una fortaleza aparentemente inexpugnable. Creencias como aquella hegemónica –y pilar de la dominación- que nos advierte que no se puede vivir sin autoridad. Y a esa máxima no la acabaremos únicamente con piedras y bombazos, ni con huelgas ni grandes manifestaciones. Aunque todo sirve, por cierto.

Y como soy un convencido de que las formas de combatir los mil rostros de la dominación pasan por multiplicar mil espacios de respuesta y contraofensiva, no puedo dejar de cuestionar aquella creencia (que también empieza a abundar entre los ácratas) que invita a distanciarse completamente de la lucha económica por considerarse funcional al orden. En esa lógica, por ejemplo, el sindicalismo vendría a ser otro instrumento más de dominación.

Veamos un caso. En el nº 53 de la publicación anti-plataformista Libertad! de Buenos Aires apareció un artículo firmado por Patrick Rossineri que sintetiza esta idea (4). Coincidimos en su análisis, más no en las conclusiones. Ante la pregunta de si acaso es posible o deseable para los anarquistas horizontalizar y autogestionar los sindicatos, el articulista remata negativamente, aunque deja en claro la necesidad de fortalecer entidades anarcosindicales, el trabajo en los barrios y con los no sindicalizados, con los cesantes. Bien dice Rossineri que el sindicato está inserto en el sistema de dominación en tanto reproduce al mismo en las estructuras jerárquicas de su funcionamiento interno, así como en su disponibilidad a las subvenciones estatales. Y es cierto que el sindicato es hoy un organismo autoritario y pancista, sólo preocupado en demandas inmediatas de caracteres gremiales y restringidos a su particular radio de acción. Ya no existe la huelga política, la huelga solidaria, como otrora cuando por ejemplo los gremios paraban sus labores para apoyar a otros sindicatos o reclamar la libertad de los presos políticos. Pero, a nuestro juicio, que el sindicato esté amarrado a la estructura de poder no implica negar la posibilidad para un anarquista de luchar en él. Requerimos transformar todos los espacios en los que nos desenvolvemos ¿por qué éste no? Y esto tampoco significa claudicar, hay que combatir a los politicastros, a los legalistas y todo dirigente sindical debe ser objeto de desconfianza en tanto autoridad, pues la delegación y la sumisión muchas veces visten ropajes simpáticos. El sindicato es una herramienta como tantas otras y además se ha mostrado útil para detener el abuso patronal en no pocos casos. Creo más bien que el problema pasa por no hacer del sindicato y el sindicalismo la panacea. Por su parte el anarcosindicalismo es una solución parcial y limitada a la burocratización del sindicato legal y partidista, pero no es en sí mismo la solución al general sistema de dominación.

La gesta libertaria trasciende nuestro lugar en el sistema de producción y el entretejido de relaciones salariales en el que sobrevivimos. Hasta acá llegamos hoy. El llamado es a cuestionar el uso indiscriminado y acrítico de la terminología y las claves de análisis marxistas entre los anarquistas, y para sugerir cuidado sobre su antípoda antieconómica. Y es que el anarquismo no depende de las estructuras de producción, pero tampoco puede desentenderse de las mismas. Pero y en todo caso, no es la verdad anarquista la que habla hoy, sino la limitada opinión de uno de los miles que se reclaman como tal. Provocar a la reflexión es la idea.

Citas:

[1]. A pesar de las reformulaciones y “actualizaciones” del pensamiento marxista, por ejemplo con el rescate de los aportes sobre “hegemonía” de Gramsci (opacado por largo tiempo en A.L. por Althusser y compañía), estas ideas continúan intactas. Entre otros véase, Marta Harnecker, Los conceptos elementales del materialismo histórico, X edición, Siglo XXI, Santiago, 1972.

[2]. Incluso los mismos historiadores marxistas lo han notado, aunque no se note en las directrices de sus partidos. Estúdiese los aportes de E. P. Thompson y su “Formación de la clase obrera en Inglaterra”, Editorial Crítica, Barcelona, 1989.

[3]. El artículo referido es “A propósito de las resistencias a “La Plataforma”: Contribución a un anarquismo de masas.”, Hombre y Sociedad, nº 24, Invierno 2009, Santiago, p.15.



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